01 febrero 2013

Hablando sobre la industria cultural, en El Mundo

Hoy aparece en El Cultural de El Mundo una columna con el título “La industria cultural se está suicidando (ver en pdf), y que proviene de un intercambio de preguntas y respuestas que mantuve por correo electrónico con Daniel Arjona.

A continuación, el texto completo del mismo:

P. “La información quiere ser gratis”, acuñaba en 1984 el hacker Stewart Brand e hizo fortuna la frase. Pero la cita completa era: “por un lado, la información quiere ser cara, porque es muy valiosa. La información adecuada en el lugar acertado simplemente cambia tu vida. Por otro lado, la información quiere ser gratis, porque el coste de sacarla a la luz es cada vez más bajo. De modo que tenemos a estos dos luchando el uno contra el otro”. Pero si el coste marginal de los contenidos culturales en la red (la serie digital de unos y ceros) acaba siendo cero, ¿quién gastará esfuerzo o dinero en producirlos?

R. La traducción de esta frase supone una falacia de primer nivel: la frase “information wants to be free” juega con el dobre significado de la palabra “free”, que no solo quiere decir “gratis”, sino también “libre”. La información, en realidad, quiere ser libre, e internet está diseñada desde su base para que pueda serlo, porque fue una red ideada para asegurar el flujo libre de contenidos incluso bajo las circunstancias más duras. Que sea “gratis” o no es otro problema: por el momento es gratis porque la industria no ha querido ni sabido proponer alternativas atractivas para el usuario. Si una industria se dedica a suicidarse negándose a ofrecer sus productos en las condiciones que sus clientes se lo demandan, si se dedica a insultarlos, perseguirlos y criminalizarlos, si pretende imponerles ventanas de explotación geográfica y por formato que ya no tienen sentido alguno, lo que está haciendo es dejar dinero encima de la mesa para que lleguen otros y se lo lleven. A día de hoy, cualquier contenido creado que se pretenda comercializar debería estar inmediatamente disponible desde cualquier dispositivo, desde cualquier lugar del mundo, y en múltiples formatos: gratis financiado con publicidad, mediante un micropago calculado a partir del coste que supone ahora su distribución, mediante una plataforma de suscripción con tarifa plana, y con cualquier otro esquema que se nos ocurra. Un esquema así disuadiría a una gran parte de los clientes que hoy escogen canales irregulares para su consumo. En su lugar, lo que la industria propone son canales incompletos y fragmentados en los que no es posible encontrar más que una parte de la oferta por culpa de unas condiciones absurdas en la gestión de los derechos, precios calculados en función de los que existían antes de internet, y una actitud permanente de chulería, insultos y desprecio. No, no se trata de que la información quiera ser gratis: se trata de que la industria de los contenidos es completamente imbécil.

P. Si la cultura libre en la red reclama la más estricta gratuidad de los productos culturales, ¿por qué no reclamar también la de las vías de acceso a esos contenidos, esas empresas tecnológicas que han prosperado tremendamente distribuyendo, legal o alegalmente, contenidos culturales? Digámoslo así: ¿Por qué la exigencia de un procomún de las ideas, del software, elude siempre el debate acerca de la muy propietaria, y capitalista, existencia del hardware sobre el que las primeras corren?

R. Las empresas tecnológicas crean productos tecnológicos, y estos son utilizados como los usuarios quieren. Del mismo modo que no se puede imponer a los fabricantes de cuchillos un canon por si acaso algún usuario mata a alguien con ellos, es absurdo pensar en penalizar a las empresas de soportes o a las tecnológicas por si algún usuario usa esa tecnología para un uso que a la industria “no le gusta”. No, la industria de los contenidos es la que tiene que adaptarse, no puede aspirar a que todo el resto del ecosistema cambie a su alrededor. Si el modelo de la industria de los contenidos consistía en impedir el acceso de los usuarios a unos contenidos, ese modelo simplemente ya no es viable una vez que el uso de la red se ha popularizado, porque la propia red está construida, desde el primero de sus protocolos, para favorecer el flujo de información.

P. Si las compañías online construyeron sus negocios distribuyendo el contenido que otros generaron sin financiarlo, ¿no es eso lo que se llama parasitismo?

R. No, se llama progreso. Las compañías online nos ofrecen productos que nos permiten algo que todos buscamos: acceder a lo que queremos, en mejores condiciones. Si la industria se niega a utilizar eso para ganar dinero comercializando sus productos, y pretende, con una mentalidad completamente cerrada, ceñirse a esquemas anteriores que hoy son inviables, tiene un problema. El único parasitismo que veo es el que ejercen compañías que antes eran necesarias para que los artistas pudiesen hacer llegar su obra a los usuarios, que hoy en día ya no aportan valor alguno pero se empeñan en seguir reteniendo un porcentaje importantísimo de los ingresos del artista. Hoy un artista podría llegar a su público de manera prácticamente directa porque la red ha reducido esa distancia al mínimo, pero existen una serie de intermediarios que ya no son necesarios reclamando una parte de los ingresos que ya no les corresponden. Eso sí es parasitismo.

P. En todo el mundo las grandes empresas culturales (desde la NBC hasta la Metro Goldwyn-Mayer, pasando por la discográfica EMI o el Washington Post) han sufrido serias dificultades económicas en los últimos años. Pese a producir un material ciertamente popular no han ingresado una parte suficiente de los beneficios que generaba su trabajo. Al tiempo, otras compañías que dependían de sus contenidos y materiales (Google, la ITunes Store, Amazon, The Huffington Post, The Pirate Bay, compañías de telecos…) han prosperado tremendamente. No se trata sólo de piratería, sino de la fácil disponibilidad de acceso a todo tipo de contenidos. La gente opta por los mismos contenidos que antes, sólo que ahora, de pronto, no sale a cuenta generarlos.

R. La falacia de que “ya no se generarán más contenidos y nos veremos abocados a una era de empobrecimiento cultural” es lo más absurdo y risible que he escuchado nunca. Ya hace más de doce años que Napster apareció en la red, y la oferta de contenidos culturales no solo es cada año mayor y mejor, sino que las taquillas de los cines aumentan, como lo hace la creación y el consumo de música. Las películas más taquilleras de la historia han aparecido en los últimos años, cuando internet ya era una realidad implantada. Que el contenido esté fácilmente disponible debería ser una ventaja, no un inconveniente, salvo para aquellos que se encargaban de limitar su disponibilidad. La red posibilita modelos de negocio más eficientes, pero la industria de los contenidos se niega a aceptarlo y pretende mantener modelos que el propio desarrollo de la red ha convertido en inviables. En el fondo, lo que tiene que hacer la industria está muy claro: proponer un producto adecuado, con un precio adecuado, unos canales adecuados y una publicidad/promoción adecuada. Con buenos productos a buen precio y en canales que acomoden cualquier modalidad de consumo, la red puede ser un poderosísimo aliado, porque pocas cosas pueden competir con una disponibilidad inmediata en un solo clic a un precio disuasorio o con un modelo suficientemente atractivo. Kim Dotcom lo puso muy claro en un solo tweet: “How to stop piracy: 1 Create great stuff, 2 Make it easy to buy, 3 Same day worldwide release, 4 Fair price, 5 Works on any device”.

P. Pero entonces, ¿podrá sobrevivir la industria cultural a la era digital?

R. Si hablamos de la industria actual, repleta de dinosaurios inadaptados, ignorantes, arrogantes y lobbistas dispuestos a cambiar las leyes para servir a sus intereses, es mucho mejor para todos que no sobreviva. Que se hunda cuanto antes, porque solo son un impresentable montón de basura que no pretende beneficiar ni a los artistas a los que supuestamente representa (a los que en realidad parasita) ni a los clientes a los que supuestamente desea hacer llegar su producto (a los que insulta, persigue y criminaliza). Pretender que sobreviva una industria así es completamente absurdo. Si hay un cambio generacional, se jubilan los fósiles actuales y pasa a la dirección una nueva generación de personas que hayan nacido y crecido al calor de la red, podría haber un cambio de actitud y unas perspectivas de viabilidad. Pero es muy posible que, dada la dinámica de la red y la velocidad del cambio, ese relevo ni siquiera llegue a tiempo, y que muchas de las empresas que hoy conocemos desaparezcan. En cualquier caso, la cultura no corre ningún peligro: el peligro para la cultura viene mucho más de las industrias que pretenden estrangular su disponibilidad que de una red que la permite. Hay muchos modelos de negocio viables para la cultura, solo hacen falta empresas inteligentes y adaptadas que los sepan explotar. Mientras la industria se dedicaba a chillar histérica que era “imposible competir con el todo gratis” y se afanaba en insultar y perseguir a sus clientes, actores como Kim Dotcom demostraron no solo que se podía crear un producto atractivo, sino que además, los usuarios estaban dispuestos a pagar. Y como todo en la red, tras cerrarlo irregularmente, renace reforzado y dispuesto a demostrar por todos los medios que el sistema que la industria propone no funciona. Quien se niega a evolucionar, es atropellado por la evolución.



(Enlace a la entrada original - Licencia)

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