La ya comentada crisis de los periódicos empieza a hacer saltar todas las alarmas por lo vertiginoso de su caída, y provoca que desde algunos círculos se empiece a barajar la posibilidad de un bailout, una maniobra de salvación con dinero de los presupuestos generales del Estado similar al recibido por la banca durante la última crisis, y de cuáles serían las implicaciones éticas y para la democracia.
En algunos países, como Francia, ya hemos visto este tipo de movimientos: bajo la premisa de que los periódicos son algo fundamental en toda democracia, el Estado decide destinar importantes partidas presupuestarias bien a la concesión de ayudas directas o a ambiciosos planes de “alfabetización” de una juventud hoy por hoy completamente indiferente a la propuesta de valor de la prensa convencional. En efecto, la prensa se ha convertido, ya sin lugar a dudas, en una más de esas industrias víctimas de la falta de adaptación al nuevo entorno definido por la red.
Como en toda revolución, los modelos alternativos son todavía completamente desconocidos: nadie pretende sustituir a los periódicos con unos blogs incapaces, por definición, de asumir la tarea de investigar y producir noticias como primera fuente. Sin embargo, parece claro que los periódicos del futuro, además de estructuras mucho más ligeras, se parecerán sospechosamente mucho en sus elementos estilísticos y comunicativos a esos blogs que hoy en muchos casos ningunean. Nadie pretende sustituir a la prensa con los blogs, con el periodismo ciudadano o con Google. Lo que se pretende es que sea la propia prensa la que sienta la necesidad de evolucionar, de revolucionar, y que pueda hacerlo sin las rígidas ataduras y fortísimos condicionantes del modelo económico anterior. Pero de nuevo, como en muchos casos anteriores, caemos en la tentación del inmovilismo, de la “gestión por continuación”: si algo ya no funciona, subvencionémoslo, proporcionémosle un balón de oxígeno para que no tenga que cambiar sus características, para intentar prolongar artificialmente la vida de un modelo cada día más carente de sentido. Igual de absurdo es hoy pretender vender pedazos de plástico con música dentro que pedazos de árbol muerto con las noticias de ayer y que no se actualizan al hacer clic con el dedo sobre ellos. Absurdo. De otros tiempos. Generacionalmente insostenible, subvenciones lo que quieras subvencionar.
Y por supuesto, los efectos perversos: si se supone que una de las funciones del periodismo en democracia es ejercer de “cuarto poder”, de mecanismo de control, de perro guardián del Estado… ¿en qué se queda esa función cuando los periódicos se alimentan de un dinero que procede de las subvenciones concedidas graciosamente por ese mismo Estado? No, ese ya no es el problema: como en la música, aquí ya no hablamos de arte, ni de cultura, ni de control de nada. Hablamos simplemente de negocio. Y los negocios solo funcionan cuando se someten a las leyes del mercado.
Mientras sigamos jugando a subvencionar todo aquel modelo de negocio que la red vaya desintermediando u obligando a evolucionar, seguiremos demostrando patentemente la inmadurez de nuestra sociedad y de quienes la gestionan para hacer frente al progreso tecnológico. Los periódicos, como las discográficas, el cine y muchos otros sectores industriales, necesitan su catarsis: su crisis, su cataclismo, y su reconstrucción con una forma diferente. Y querer impedirlo no es más que querer prolongar su triste agonía.
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