Se cumple el primer año de la era post-Snowden: un año desde que comenzó a revelar el descomunal entramado de espionaje ciudadano que una NSA hipertrofiada hasta el infinito había puesto en marcha violando todas las garantías constitucionales, la lógica de las relaciones internacionales y los derechos fundamentales de los ciudadanos de medio mundo.
Hace un año, el mundo cayó en la cuenta de que todo aquello que hasta entonces solo se comentaba en forma de conjeturas era completa y rigurosamente cierto. Que los gobiernos que supuestamente habíamos elegido para administrarnos estaban, en realidad, dedicándose a espiarnos, con el supuesto – y completamente falso – propósito de “protegernos”. Escuchando nuestras conversaciones telefónicas, leyendo nuestros correos electrónicos, vigilando las páginas que visitamos, las búsquedas que hacemos, aunque no seamos sospechosos de absolutamente ningún crimen ni ningún juez haya determinado la conveniencia de mantenernos vigilados porque podamos representar algún tipo de peligro para la sociedad. Un sistema que no tenia ningún problema en espiar a jefes de estado de países supuestamente aliados, de recolectar datos de las conversaciones de países enteros, o de violar los sistemas de empresas privadas para obtener datos sin su consentimiento. Un sistema que convirtió a George Orwell en un auténtico visionario anticipado a su tiempo, y que solo puede calificarse de una forma: DEMENCIAL.
Hace un año, descubrimos que vivíamos en una descomunal mentira, y empezamos a intentar poner las bases para destruir ese sistema. Gracias a las revelaciones de Edward Snowden, comenzó un amplio debate público sobre el sistema en sí: aunque ahora nos empiece a parecer demencial, había ilusos que creían que lo mejor era vivir así, que de verdad pensaban que “como no hacían nada malo, no tenían nada que temer”. Había personas que de verdad creían la propaganda de gobiernos que pretendían hacer creer que habían desmantelado más de cincuenta supuestos ataques terroristas gracias a sus sistemas de espionaje masivo. Que pensaban que recolectar metadatos de nuestras llamadas telefónicas no era en realidad nada grave, que no pasaba nada por renunciar a nuestra privacidad si gracias a ello se prevenían ataques terroristas, o que no había ningún problema con el sistema porque todo estaba bajo control gubernamental. No, nada de esto era cierto. Ese debate, en gran medida, está saldado: la vigilancia masiva no sirve para nada, no evita atentados, y solo funciona como una forma de control social que ninguna sociedad mínimamente razonable está dispuesta a tolerar.
Un año después, un Edward Snowden que ha tenido que sacrificar para ello su vida, sus ingresos, su residencia y hasta su ciudadanía ha reforzado su condición de whistleblower merecedor de protección, ha probado que su intención era realmente la de evitar unos abusos que claramente se estaban produciendo y que definían una sociedad en la que ni él ni nadie en su sano juicio querría vivir, y se ha hecho el candidato más sólido y con más apoyos para recibir el Premio Nobel de la Paz. Se ha convertido en la persona que más ha impactado el debate y la reflexión sobre el uso que la sociedad debe hacer de la tecnología, y sobre el modelo de sociedad y de gobierno que nos merecemos: qué cosas son razonables y cuáles son claramente un abuso, qué garantías exigimos y a quiénes, o qué pasa cuando se deja de respetar la separación de poderes y los controles que deben regular la actuación de todo gobierno. Un proceso de reflexión colectiva fundamental, importantísimo, algo que no podía, simplemente, dejarse en manos del poder, porque hemos podido demostrar clara y fehacientemente que bajo la inacción colectiva, el poder abusaba de ello.
El propio Edward Snowden ha publicado un vídeo y una carta con motivo del aniversario. Lo que empezó es un movimiento que tan solo está en sus inicios, que nos llevará a protegernos contra los abusos, a diseñar sistemas que los eviten, a crear opinión sobre el tema en debate público y, eventualmente, a desmontar un sistema demencial que nunca debió llegar a funcionar. Un año después, debemos inspirarnos en la última línea de su carta:
We've come a long way, but there's more to be done.”
(Hemos avanzado un largo camino, pero queda mucho por hacer)
(Enlace a la entrada original - Licencia)
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Si después de hacer tu comentario este no aparece, no se trata del espíritu de Dans que anda censurando también aquí, es que se ha quedado en la cola de aceptación. Sacaré tu mensaje de ahí tan pronto como pueda, si bien el supersistema este tampoco me avisa de estas cosas, por lo que tengo que estar entrando cada cierto tiempo a ver si hay alguno esperando. Un inventazo, vaya.