Mi columna en el diario Expansión de esta semana se titula “Transporte como servicio” (pdf), y es un intento de reflexión, en la semana en que todo el mundo se ha hartado de hablar de los taxis, de Uber y de las condiciones de la competencia en ese segmento, de la próxima gran disrupción que se nos viene encima.
A todos nos llama la atención lo novedoso del concepto de un automóvil completamente automatizado que “conduce solo”, que transporta pasajeros o mercancías de un lado a otro. Pero pensemos en lo que conlleva en último término: que conducir deje de ser una habilidad que permite a alguien ganarse la vida, o efectos secundarios tan brutales como que la posesión del medio de transporte por las personas pierda en gran medida su sentido, que el asociar un seguro a la persona que ocupa el vehículo se convierta en algo completamente absurdo, o que conducir manualmente se convierta en un lujo no al alcance de cualquiera. Si queremos hablar de disrupción, lo de Uber va a ser muy poco comparado con lo que se nos viene encima. Y no, ya no hablamos de ciencia-ficción: no solo se está avanzando mucho en el prototipado de ese tipo de vehículos, sino que coinciden además en el tiempo con una generación que, por lo que se ve, no manifiesta demasiado interés por conducir…
A continuación, el texto de la columna:
El transporte como servicio
La evolución del concepto de "coche que se conduce solo" de Google, desde que en 2012 anunció sus primeros 500.000 kilómetros recorridos sin accidentes, sugiere claramente un futuro que no hace mucho tiempo habríamos definido como ciencia-ficción.
En su última iteración, el vehículo toma la forma de un pequeño biplaza, en el que la interfaz con el usuario se reduce a dos botones: start y stop. Ni pedales, ni volante. Tras demostrar fehacientemente que la conducción autónoma es la forma más segura de moverse, la empresa ha decidido eliminar completamente el componente humano. Entras en el vehículo, dices a dónde vas, y Google Chauffeur se encarga de llevarte. Es posible, incluso, que ya sepa a dónde vas sin que le digas nada.
Bajo esa consideración, el interés por poseer un vehículo desaparece: el transporte pasa a plantearse como servicio. Los seguros, en un entorno de conducción autónoma, dejan de tener sentido asociados al conductor, pues este no juega papel alguno. Conducir tu propio vehículo pasará a ser un lujo. Esos efectos, unidos a los que veremos sobre el transporte profesional de pasajeros o mercancías – los robots no se cansan, no beben y no cometen errores – tienen entidad como para redefinir un buen número de industrias.
En Estados Unidos, cuatro estados han adaptado su legislación para incluir vehículos autónomos. En Europa, Alemania, Holanda y España han autorizado pruebas en condiciones de tráfico real, y Finlandia espera hacerlo pronto.
Por otro lado, llama la atención la actitud de los jóvenes: parecen tener menos interés por conducir que generaciones anteriores, cuando el acceso al carnet y al coche suponían una auténtica declaración de mayoría de edad e independencia. Todo indica que van a tener razón.
(Enlace a la entrada original - Licencia)
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Si después de hacer tu comentario este no aparece, no se trata del espíritu de Dans que anda censurando también aquí, es que se ha quedado en la cola de aceptación. Sacaré tu mensaje de ahí tan pronto como pueda, si bien el supersistema este tampoco me avisa de estas cosas, por lo que tengo que estar entrando cada cierto tiempo a ver si hay alguno esperando. Un inventazo, vaya.