19 octubre 2013

La culpa no es de Spotify? es de los de siempre

Spotify logoLa reciente polémica iniciada por un artículo de David Byrne en The Guardian, David Byrne: ‘The internet will suck all creative content out of the world’, en el que arremete contra un futuro dominado por servicios de streaming como Spotify ha vuelto a generar reacciones variadas en torno al modelo de reparto de ingresos de la plataforma sueca creada por Daniel Ek y Martin Lorentzon.

La diferencia con el ataque anterior contra esta plataforma, protagonizado por  Thom Yorke y Nigel Godrich y sobre el que hablé en su momento es que Byrne apunta a una responsabilidad de Spotify y plataformas similares que, en realidad, debe recaer, como sí dejaban entrever Yorke y Godrich, sobre quienes son en realidad los responsables de ese mal reparto que únicamente deja migajas en los bolsillos de los artistas: las grandes discográficas.

La gran realidad detrás de la transición de la industria de la música es que las grandes discográficas, sometidas a un proceso de consolidación que no hace más que incrementar su poder como oligopolio que paga a uno de los lobbies con mayor capacidad de influencia política del mundo, se las han arreglado para mantener los porcentajes que aplican como comisión, a pesar de no tener ya que incurrir en muchos de los costes que en épocas anteriores tenían en su cadena de producción. Mientras lloriqueaban que su negocio moría y afirmaban que con ellos moría la música, la realidad era que su negocio no hacía más que mejorar, y que la sustitución de los canales físicos tradicionales por los nuevos canales digitales fue algo que aprovecharon para mejorar su cuenta de resultados a costa de los artistas.

Atribuir el problema de los escasos ingresos que Spotify deja a los artistas a la propia Spotify resulta completamente absurdo cuando en realidad, Spotify entrega el 70% de sus ingresos a las discográficas en concepto de royalties, y que son esas discográficas las que reparten con los creadores y los músicos en acuerdos que, en el caso de las majors, suelen estar en torno al 15% (algunas discográficas independientes lo plantean de manera algo más justa y reparten lo que perciben al 50%). El hecho de que las discográficas sean accionistas de Spotify, única manera que Daniel Ek encontró para poder tener acceso a su catálogo, hace que la responsabilidad recaiga, de nuevo, sobre ellas mismas.

En un momento en el que las discográficas deberían haber reducido los costes de producción (los avances en tecnología hacen que hoy se pueda obtener una producción de nivel profesional con una inversión sensiblemente menor), de soporte (el soporte ya no es físico), de distribución (el movimiento de los bits es infinitamente más barato que la logística de productos físicos) y de marketing (una parte significativa del marketing lo hacen los propios fans), la realidad es que los porcentajes de reparto se han mantenido muy parecidos. ¿Realmente aportan tanto las discográficas a la creación musical como para que se justifiquen esos porcentajes de reparto?

El problema sigue viniendo del mismo tema: las discográficas afirman que, a pesar del teórico descenso de barreras de entrada que ha supuesto la popularización de la red, los grandes éxitos de la música siguen correspondiendo a lanzamientos llevados a cabo por ellas, mientras que “la red” como tal no ha alumbrado a prácticamente ningún artista nuevo. ¿Es esa situación real? ¿O se corresponde más bien con el control que esas grandes discográficas mantienen sobre canales de distribución tradicionales como la televisión o la radio FM? No, que los artistas reciban poco de plataformas de streaming como Spotify no es un problema derivado de esas plataformas, sino de unas discográficas que se niegan a renunciar a unas comisiones que ya no les corresponden en función del trabajo que hacen. Y si los artistas deciden dejar de alimentar a esas discográficas, se encuentran con que su acceso a canales de distribución para su música como la televisión o la radio FM se ve sensiblemente deteriorado, lo que lleva a que, salvo excepciones, no lleguen a los oídos del gran público. Lanzarse a la industria de la música por cuenta propia tratando de tener un control total sobre tu música, o incluso hacerlo a través de una discográfica independiente supone no tener prácticamente llegada a esos canales y, por tanto, estar condenado al ostracismo de las listas de éxitos.

Poner el énfasis en plataformas como Spotify es un error. El enemigo, el que se está llevando la verdadera porción importante del pastel… es el mismo de siempre. Antes, al menos, justificaba con los costes de sus actividades el margen que retenía. Ahora, ni siquiera eso.








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