El gobierno australiano ha tenido a bien permitirnos vislumbrar de manera clara y contundente lo que algunos querrían que fuese el futuro de Internet: un mundo bajo el control gubernamental, en el que todo aquel contenido que es designado como inadecuado en una lista completamente arbitraria y sin controles de ningún tipo se convierte en inaccesible para los ciudadanos.
Una filtración ha permitido el acceso a la lista secreta de sitios prohibidos, y la patente comprobación de que dicha lista, además de ser mucho más larga de lo que el gobierno afirmaba, incluía sitios de todo tipo: dos mil trescientas noventa y cinco páginas que incluyen desde webs pornográficas o relacionadas con el juego, hasta cosas tan absurdas como páginas de dentistas o de venta de casetas para perros. Una lista en la que se entra por criterios desconocidos, y se sale solo tras saborear la inmensa burocracia gubernamental. Eso sí, todo ello en pro del supuesto bienestar del ciudadano.
La experiencia australiana de intentar convertir un país supuestamente democrático en la triste parodia de una sociedad sin libertades deja perfectamente claro a qué podemos aspirar si permitimos el control gubernamental de la red: no solo profunda arbitrariedad y posibilidad de ser sometidos a criterios sesgados de todo tipo, sino también una clarísima ineficiencia e ineptitud capaz de excluir cosas que nunca deberían ser excluidas, o de rellenar con una inmensa burocracia lo que antes se autogestionaba tranquilamente al margen de todo control, sin más problemas que los que han surgido toda la vida fuera de la red. Primero intentan convencer a la ciudadanía de que Internet es un lugar terrible donde campan a sus anchas todo tipo de jinetes del Apocalipsis con nombres como “piratería”, “pornografía infantil”, “terrorismo”, “fraude” y no se cuantas cosas más, para inmediatamente después pasar a intentar protegernos de tan terribles males gracias a su acción supervisora. ¿La teoría? Como el ciudadano es imbécil y no se sabe proteger solo, el gobierno debe controlar Internet. Y dado que la experiencia australiana está todavía en sus inicios - hablamos de las páginas que el gobierno planea excluir de la red, no de las que ha excluido - nos falta por comprobar la segunda derivada: el cómo dicha censura acabará siendo además completamente inútil merced a las vías alternativas que, sin lugar a dudas, se acabarán desarrollando. Porque en los países donde la censura de Internet funciona, no lo hace merced a los sofisticados medios técnicos empleados dentro de la red, sino a la fortísima represión utilizada fuera de la misma.
Censurar Internet es un contrasentido tan absurdo, que todo aquel que lo propone deja en evidencia su falta de conocimientos al respecto. Sin embargo, la lista de países que lo están intentando, apoyándose generalmente no tanto en la tecnología como en regímenes profundamente represivos es ya importante: Arabia Saudi, Bielorrusia, Birmania, China, Corea del Norte, Cuba, Irán, Libia, Maldivas, Nepal, Siria, Túnez, Turkmenistán, Uzbekistán y Vietnam. Ahora, Australia pretende unirse a tan impresionante club mediante el desarrollo de un organismo, la Australian Communications and Media Authority (ACMA), con autoridad para decidir lo que está dentro de los límites de la red para un ciudadano australiano y lo que está fuera de ellos. Y pretende hacerlo (se supone) sin las acciones represivas que el resto de los países del club de la censura ejercen sobre su ciudadanía: no se espera que los australianos sean represaliados o encarcelados por intentar acceder a dicha información, aunque tal y como se está poniendo la cosa, todo sería posible. El recorte de las libertades democráticas es un camino sin retorno.
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Si después de hacer tu comentario este no aparece, no se trata del espíritu de Dans que anda censurando también aquí, es que se ha quedado en la cola de aceptación. Sacaré tu mensaje de ahí tan pronto como pueda, si bien el supersistema este tampoco me avisa de estas cosas, por lo que tengo que estar entrando cada cierto tiempo a ver si hay alguno esperando. Un inventazo, vaya.