Interesantísimo debate el que se ha organizado en la red a cuenta de la supuesta ubicuidad de Rosa Díez, una persona capaz de estar a la vez en un programa en riguroso directo en televisión al mismo tiempo que actualiza (telepáticamente, suponemos, porque no se le vio manejar artefacto alguno) su cuenta de Twitter.
Lo sucedido con Rosa Díez era, evidentemente, algo que tenía que pasar. A medida que los políticos empiezan a utilizar herramientas en una web en la que todo queda recogido y deja pistas de alguna manera en algún sitio, estaba claro que viviríamos situaciones de incoherencia como ésta. Si no hay más, es simplemente porque nadie las ha investigado lo suficiente.
Pero más allá de la casuística o de la atribución a una persona que, además, utiliza su Twitter con un tono completamente personal y directo (por lo cual “ofende” más la constatación de que no es ella quien realmente lo escribe), cabe plantearse una duda más de fondo: ¿en qué consiste la “autenticidad”? ¿Debemos considerar aceptable que un Twitter de Rosa Díez, con su nombre, etc. sea actualizado por un tercero? ¿O que el blog de Pepiño Blanco en el que supuestamente difunde su dosctrina y pensamiento político no sea escrito por él mismo? Todos sabemos perfectamente que Obama no actualiza su Twitter ni su Facebook él mismo, y no pasa nada porque, fundamentalmente, tampoco afirma estar haciéndolo él. Las actualizaciones del Twitter de Obama son un relato de sus actividades narrado por una persona o personas de su equipo, no pretende dar a entender que es él personalmente quien teclea. El blog de la Casa Blanca es eso, el blog de la Casa Blanca, un blog institucional, no personal. Algo completamente distinto a actualizaciones con un tono completamente personal como ésta:
¿Hay que redefinir esto de la “autenticidad” en algún sentido cuando se aplica a la política frente a cuando se nos aplica al resto de los mortales? Yo, que soy una persona común y corriente, he escrito personalmente todas y cada una de las tres mil novecientas setenta y cinco entradas de este blog menos una, y si yo no escribiese mi blog, pero lo firmase como tal y alguien lo descubriese, perdería en ese instante toda mi credibilidad. ¿Puede un político hacer eso sin problemas y salir airoso? ¿Varía esto de la “autenticidad” según hablemos de políticos, directores generales o personas normales y corrientes?
El mito a discutir es el de “el político está demasiado ocupado como para dedicarse a esas cosas”, o el de “que gobierne y se deje de bloguear, twittear y esas tonterías”. Lo he comentado muchas veces: no se trata de falta de tiempo, porque tiempo tenemos todos el mismo, veinticuatro horas cada día. Se trata de falta de prioridades. Actualizar un Twitter lleva escasamente medio minuto cada vez que decides hacerlo. Escribir un blog lleva algo más, pero… ¿voy a votar a un político que me dice que entre sus prioridades no está el comunicar directamente con sus electores? En tal caso, que el político me explique “verás, estoy utilizando un asistente, un ‘bot de carne y hueso’ pero que escribe lo que yo le envío”, o que haga abiertamente un blog dedicado a su gestión y escrito por terceras personas, y yo juzgaré si eso me parece adecuado y tengo interés en seguirlo, o no es así. Frente a eso, la posibilidad de que un político, como hacen algunos, escriba directamente en su página - aceptando por supuesto que no tiene porqué hacerlo todos los días y que adaptará la frecuencia a su disponibilidad de tiempo y asignación de prioridades - y sea realmente él o ella ante su electorado. ¿De verdad supone una mala asignación de prioridades que un político dedique tiempo a escribir en una página para que sus ciudadanos lo lean? Lo siento, pero me niego a aceptarlo.
Desde mi punto de vista, mentir en política es y será siempre algo completamente inaceptable, y las herramientas tecnológicas están, entre otras cosas, para que los electores podamos saber lo que estan haciendo nuestros políticos, no para que nos cuenten batallitas y simulen ser personas encantadoras y cercanas. Lo sucedido con Rosa Díez nos trae un debate necesario: ¿queremos políticos que utilicen las herramientas de la red para comunicarse con su electorado de manera genuina, para acercar su gestión y escuchar la retroalimentación subsiguiente, o estamos dispuestos a aceptar que “como están muy ocupados”, todo sea en realidad una farsa impostada? ¿Debe un político ser alguien que no escribe sus discursos, ni su blog, ni sus actualizaciones en Twitter, ni su programa, ni nada, alguien que está “demasiado ocupado como para hablar directamente con sus ciudadanos”? ¿Entonces para qué lo quiero? ¿Es una figura publicitaria, un simple icono representativo? ¿Nos parece bien que la política se convierta en un mero teatro, o en la era de las herramientas de publicación personales y sencillas, le demandamos algo más?
(Enlace a la entrada original - Licencia)
A ver, que me he debido perder algún capítulo de la novela.
ResponderEliminar¿Habla de autenticidad Enrique Dans? ¿El de "viva el software libre" pero "yo uso Macintosh y Blackberry"? ¿El de "odio los derechos de autor" y "todo el material debe estar libremente disponible" y que no tiene ninguna presentación disponible de sus afamadas "keynote"? ¿El de "Google es genial" pero prefiero usar Bloglines en lugar de Google Reader? ¿El de "no se debe insultar" pero yo no me corto ni lo más mínimo (y menos si es con alguien como Montilla o la SGAE)?
Si desde hace tiempo tenía la sensación de que Enrique Dans andaba muy despistado, ahora ya no es sensación, es casi certeza. Y digo "casi" porque es sospechoso que los ataques que últimamente está llevando (con la excepción de los de la SGAE, que ya son tradición) van en la misma dirección, ¿no os parece?
El resumen de la entrada es algo patético: "Obama es el puto presidente de los USA, y claro, todos sabíamos (o imaginabamos) que no escribe ni su Twitter ni su Facebook, pero Rosa Diez es una mindundi, no nos esperábamos que tuviera un 'negro' haciéndole el trabajo... por que ella si y yo no?"
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