30 noviembre 2013

Publicidad, enlaces, publiposts y otras aproximaciones al condicionamiento del contenido

IMAGE: Sergiy Kuzmin - 123RFDe un tiempo a esta parte se ha incrementado sensiblemente las peticiones de esquemas de “publicidad” – entre comillas con toda la intención – que recibo habitualmente a través de correo electrónico.

Los esquemas son bastante variados, y mi respuesta en todos los casos ha sido negativa. Pero dado que las peticiones se incrementan, a pesar de la advertencia que tengo situada en el “Acerca de” de la página (que lógicamente no puedo esperar que todo el mundo que pretenda algo conmigo se lea), me parece interesante resumir la tipología de este tipo de ofertas y mi opinión sobre ellas, y de paso, aportar algo de transparencia, a modo de disclaimer, sobre otros esquemas con posible trascendencia económica.

  • Publicidad: entendida como tal, he expresado mi opinión sobre ella en infinidad de ocasiones. La acepto si me parece relevante para los lectores de mi página, si no resulta molesta (ni sonido ni vídeo preactivado, ni desplegables, ni animaciones excesivas que no se puedan detener, ni intersticiales a toda pantalla, ni por supuesto pop-ups) y si cumple unos mínimos en cuanto a tarifa. Pero en modo alguno soy enemigo de la buena publicidad, la que genuinamente busca exponerse a mis lectores sin molestar, y estoy encantado de explorar posibilidades si mis requisitos se cumplen, porque además ello me permite mantener un contacto con el mundo publicitario que me sirve como experiencia para algunos de mis cursos. Estimo que cada uno está en su derecho de poner en su página la publicidad que estime oportuna, del mismo modo que está en su derecho el lector de bloquearla si considera que le resulta molesta.
  • Redes de afiliación: si simplemente se dedican a ocupar un espacio en la página que rellenan con lo que les venga en gana, como tristemente hacen la mayoría, no me sirven, porque no cumplen los criterios expresados anteriormente, y porque suelen tener una calidad muy baja. Si se trata de enlaces que retribuyen tráfico o venta de productos, deben estar identificados como tales, de manera que el lector tenga la oportunidad de ver claramente que responden a ese esquema. En mi caso, cuando cito un libro que he leído o recomiendo, suelo utilizar enlaces de afiliación de Amazon.es, y antes lo hacía con Amazon.co.uk, lo que me reporta cantidades pequeñas de dinero que cobro siempre en cheques regalo y utilizo, a su vez, para adquirir más libros. Como el esquema es claro, sencillo, y fácil de reconocer, me parece razonable, y el hecho de utilizarlo no afecta a mi inclinación a hablar de los productos que vinculo: si un libro merece ser comentado, lo comento, si no, no lo hago. Es el único esquema que he utilizado como tal, y no solo no lo oculto, sino que lo comento habitualmente en clases, conferencias, etc.
  • Intercambios de enlaces: tan antiguos como las paginas web, y tan sencillos como “tú pon un vínculo a mi página, yo pondré un vínculo a la tuya, y los dos nos beneficiaremos de una mejora en nuestro posicionamiento”. La premisa no solo es cada día más falsa debido al cambio en los criterios de los buscadores, sino que además es un engaño. Si pones un enlace recomendando a otra página, debe ser porque realmente la recomiendas, no porque esa página te lo pague con otro enlace igualmente irrelevante. Tus lectores deben poder confiar en que tus enlaces provengan de una motivación clara, de un interés genuino, o sencillamente los estarás engañando.
  • Inclusión en el blogroll: la lista de mis fuentes que aparece a la derecha está ahí porque es la lista de cosas que leo habitualmente, no un escaparate publicitario. Si no leo tu página, no la pongo ahí. Cada uno puede poner un vínculo con la motivación que estime oportuna, pero en mi caso, solo lo hago por eso. Y en cualquier caso, considerando el escaso nivel de clickthrough que tiene esa sección de la página, he decidido eliminarla en mi próximo rediseño… si alguien está interesado en lo que leo, lo puede ver más actualizado en mis tableros de Pinterest o mi revista de Flipboard.
  • Venta de enlaces en texto o backlinks: un eufemismo utilizado para solicitar enlaces que no estén etiquetados con el atributo rel=”_nofollow”, que funcionen como suministradores de trafico y de relevancia. De nuevo, un puro engaño y falta de respeto a unos lectores que esperan que el contenido sea genuino, y no simplemente un medio para conseguir un fin. Pero en este caso se une además la posibilidad de sanciones por parte de Google. No voy a entrar en si es razonable o no que Google sancione la venta de enlaces cuando su negocio consiste precisamente en vender enlaces – al menos, delimitados como tales – pero de nuevo, me parece una manera de definir un contenido y una página como basura.
  • Artículos completos: también relativamente antiguos, empresas que te ofrecen “contenido de calidad para tu página” en forma de artículos presuntamente originales entre los que suele haber enlaces a páginas comerciales. No sé quien puede estar tan desesperado por tener “contenido” en su página como para aceptar esas ofertas, pero de nuevo, me parece absurdo. En mi caso, más aún: si tu página se llama “el blog de Enrique Dans”, ¿qué sentido tiene pensar que vas a tener algún tipo de interés en que lo que aparezca un contenido en ella que no esté escrito por Enrique Dans? (y no, nadie escribe artículos por mí, los escribo todos yo, no tengo bloggers esclavizados en el sótano de mi casa escribiendo a destajo mientras resuena el chasquido de un látigo :-) Las propuestas de artículos de ese tipo son lisa y llanamente publicidad, y como tal tienen que estar identificados de manera clara, preferentemente con un tipo de letra, fondo y formato visiblemente diferentes al resto del contenido. ¿Lo contrario? Un engaño, y habitualmente además, muy burdo.
  • Artículos esponsorizados: solicitar al autor de la página que escriba sobre algo a cambio de una cantidad de dinero, o de un producto. Si se hace, tiene que hacerse bien, y bien implica con una clara advertencia al lector con respecto al posible conflicto de intereses. En mi caso, no solo lo advierto siempre, sino que también advierto a quien me envía un producto que el solo hecho de recibirlo no implica en absoluto que hable de él, que solo lo haré si algo me llama la atención o me genera algún tipo de interés genuino, y que además hablaré de ello con total libertad. Si eres una marca y tienes un presupuesto para regalar productos, mejor házselos llegar a product bloggers, a páginas que habitualmente hagan review de productos, que a mí.
  • Comidas, entrevistas, congresos: los trato exactamente igual… estoy en muchas ocasiones encantado de conocer a fundadores de compañías, emprendedores, directivos, etc., fundamentalmente porque eso me permite acercarme a compañías y lo considero un valor en el caso de un académico que trabaja en una escuela de negocios. Pero jamás me comprometo a escribir algo por el hecho de que una empresa me haya invitado a comer, me haya llevado de viaje a un congreso o conferencia, o me haya dado la oportunidad de conocer a alguien interesante. Escribo si me interesa, y me reservo tanto el derecho de no escribir, como el de hacerlo en los términos que estime oportuno.
  • Participaciones: las participaciones accionariales que tengo en compañías han surgido siempre como contrapartida por una labor de asesoría, y a pesar del hecho de que en prácticamente todos los casos habría seguido dando consejos a la compañía y reuniéndome con los emprendedores si no me hubiesen dado nada. Son participaciones testimoniales, que valoro por la oportunidad que suponen para mí de estar cerca de compañías que me aportan experiencia práctica, que nunca he vendido, y que en ningún caso conllevan una obligación de escribir sobre esas compañías. Si acepto formar parte de una compañía, lo hago porque su modelo me gusta o me resulta de alguna manera interesante, y eso lleva a que en ocasiones escriba sobre ellas como parte de mi interés personal, nada más. Y en cualquier caso, los esquemas de participación terminan por llevarme a más obligaciones (juntas, firmas de actas, etc.) de las que quiero o soy capaz de mantener, y prácticamente he dejado de hacerlo.
  • Reviews: me parece muy bien que se escriban reviews, siempre que la calidad de las reviews no este sesgada por el hecho de recibir un pago en forma de dinero o de producto, y que si existen potenciales conflictos de intereses, se hagan constar. Los espacios dedicados a una marca no me generan problemas si están claramente identificados como tales, pero en mi caso simplemente no considero que tengan sentido. Mi página nunca ha estado dedicada al review de productos o de aplicaciones, solo los hago cuando algo me genera un interés personal, y jamás he hecho ninguna review a cambio ni de dinero, ni de un producto – y pretendo que siga siendo así. Como norma general, considero que si se escribe algo a cambio de dinero, debe decirse claramente, y diferenciar los artículos que se escriben espontáneamente de aquellos otros que se escriben a cambio de dinero. Si no se hace así, de nuevo… un engaño.

 

Mi respuesta habitual a muchos de estos tipos de peticiones es en muchos casos el silencio. En otros, hago notar a quien lo envía mi disconformidad con ese tipo de prácticas, y en algunos casos, mi sorpresa ante el hecho de que las marcas que a veces son citadas en sus mensajes entren en ese tipo de esquemas. Habitualmente, los mensajes que proponen ese tipo de prácticas son dirigidos de manera masiva a todo aquel que tenga una página con un mínimo de tráfico: cada uno es muy libre de vender lo que quiera, pero creo que en todos los casos es bueno que el lector sepa lo que está leyendo. Y para mí, considerando el valor que me aportan mis lectores y su feedback, me parecía importante dejarlo claro.

Estos son mis criterios. Y en este caso, me temo… no tengo otros.




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29 noviembre 2013

Mi columna en Expansión: ¿es Amazon sostenible?

¿Es Amazon sostenible? - Expansión (pdf)Mi columna en Expansión de esta semana se titula “¿Es Amazon sostenible?” (pdf), y plantea de qué manera el gigante del comercio electrónico, la empresa que ha ido diversificando su oferta desde los libros de sus inicios hasta prácticamente todo tipo de productos y servicios.

La compañía establece su ventaja competitiva basada en una usabilidad fantástica, un sistema de recomendación que genera un porcentaje importantísimo de sus ventas (una gran cantidad de las ventas de Amazon provienen de artículos que sus clientes no iban buscando cuando entraron en la página), unos márgenes escasos que le permiten ser enormemente competitiva en precios, y una logística cuidadísima que ya la lleva a ofrecer, en algunas ciudades, reparto de mercancías en el mismo día que el cliente ha hecho su clic.

Pero además de su eficiencia, la compañía se apoya en unos inversores que parecen poseídos por una fe inquebrantable, y que mantienen la cotización de la compañía en tono permanentemente ascendente independientemente de los resultados financieros: gane o pierda dinero, Amazon es uno de los valores que más rendimiento habría dado a quienes hubiesen comprado sus acciones el día que salieron al mercado.

Sin embargo, y de manera cada vez más recurrente, la empresa está sufriendo, sobre todo en Europa, problemas derivados de las relaciones con sus trabajadores. En Seattle, aparentemente, todo el mundo quiere trabajar para Amazon, y la compañía no tiene ningún problema. Pero fuera de allí… huelgas en Alemania, acusaciones de malas condiciones laborales en el Reino Unido, condiciones casi paramilitares para mantener la disciplina… parece que no todo es bonito dentro del modelo económico de una compañía a la que cada vez más empresas temen. Si te dedicas al comercio de algún tipo, duermes intranquilo pensando en cuándo llegará a tu terreno ese “coco” llamado Amazon y ofrecerá los mismos productos que tú, a precios mucho más baratos, y con una pujanza imposible de combatir.

A continuación, el texto completo del artículo:

 

¿Es Amazon sostenible?

Si una empresa aterra a comerciantes de todo tipo, en el comercio tradicional o electrónico, esa es Amazon. Desde sus inicios en 1994 como un proyecto que su creador, Jeff Bezos, inició para curarse la frustración por no haberse metido antes en internet, la compañía no ha parado de crecer y diversificarse: vende de todo, con un increíble sistema de recomendación, magnífica logística, y precios imbatibles.

La compañía comenzó vendiendo libros porque tenían demanda universal, precio bajo, y catálogo amplio. Tras triunfar y desplazar a gigantes como Borders (cerró en 2011) o Barnes&Noble (en constantes dificultades), extendió su actividad hasta vender de todo: joyas, muebles de jardín, electrónica de consumo, productos frescos, arte, zapatos… o servicios en la red como almacenamiento, ancho de banda o capacidad de computación. Hacen de todo, y aparentemente bien.

Pero además, la compañía tiene truco: no necesita ganar dinero. Sus acciones son de las que más retorno generan al accionista con gran diferencia contando el crecimiento desde su salida a bolsa, a pesar de resultados en ocasiones negativos o por debajo del crecimiento esperado. El mercado le otorga una especie de bula, y sus competidores se hacen cruces pensando cómo competir con alguien que, aparentemente, no necesita beneficios para financiarse.

Sin embargo, recientemente, y en particular en Europa, la empresa parece tener problemas. Fuertes protestas sindicales y huelgas en sus almacenes en Alemania y  Reino Unido, denuncias que hablan de malas condiciones laborales, regímenes casi paramilitares, riesgo significativamente mayor de enfermedades mentales, ex-empleados descontentos… todos los milagros económicos suelen tener una cara B. Y la pregunta, a la vista de estas circunstancias, es clara: ¿es un éxito como Amazon sostenible en el tiempo? ¿A costa de qué?




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28 noviembre 2013

Wearable computing: definiendo los límites

Fitbit Force and PebbleEn la fotografía, mi muñeca luciendo dos dispositivos dentro de la categoría de los denominados wearables: un reloj Pebble y un Fitbit Force.

El experimento, en realidad, solo duró un rato: el suficiente para darme cuenta de que llevar ambos en la misma muñeca era sumamente incómodo. Cambié el Fitbit a la mano derecha, reajusté su sensor en posición “mano dominante”, y listo. Pero la prueba me hizo darle vueltas a una cuestión curiosa: los límites entre dispositivos en un terreno tan interesante como nuestro cuerpo.

El smartwatch, tras varios meses de uso – el mío es la primera edición lanzada en Kickstarter, y se aprecia ya en él un cierto nivel de deterioro – se ha consolidado en un modelo de uso casi permanente: me lo quito por las noches y para ducharme, no por demanda de carga, que he llegado a hacer durar hasta seis días gracias fundamentalmente a su austera pantalla de tinta electrónica, sino por comodidad: no quiero que me despierte la vibración de un correo electrónico en mi muñeca en medio de la noche. A lo largo del día, lo miro por supuesto para ver la hora – se muestra en todo momento, y si hay poca luz, basta una sacudida de la muñeca para que se retroilumine convenientemente – y también para ver los correos electrónicos o SMS que me llegan o identificar las llamadas antes de sacar el teléfono del bolsillo. La verdad, muy cómodo, aunque te obligue a explicar a las personas con las que estás que no estás mirando el reloj porque tengas prisa, sino porque te vibra con cada correo electrónico. Pero decididamente un uso al que me he acostumbrado con plena normalidad.

El Fitbit Force lo tengo desde hace dos días. El monitor de actividad se ha convertido en una parte fundamental de mi control, al que debo el haber bajado unos quince kilos desde que lo empecé a utilizar hace algo más de año y medio sin haber tenido nunca sensación de estar a dieta, y llevar más de un año estabilizado en el peso que deseo tener. Anteriormente utilizaba el One, que no se lleva en la muñeca, sino colgado del cinturón o de un bolsillo, y mi experiencia anterior con el Flex, que también es formato pulsera pero sustituye el display por cinco pequeños leds que se iluminan a medida que se acerca el objetivo, no había sido buena: para una persona no acostumbrada a llevar una pulsera, la escasa información que me daba no justificaba la molestia de llevarlo en la muñeca. La marca pretende mantener productos en su gama para ambos usos, el llamado “clip” y la “wristband”, y yo parecía claramente inclinado al primer formato. Es interesante reseñar también que mi uso del dispositivo ha ido variando con el tiempo: al principio, mientras mi objetivo era bajar peso, mantuve una disciplina prácticamente prusiana con cuestiones como introducir mi dieta y la cantidad de agua que bebía en la aplicación con total puntualidad. Desde que mi objetivo se limita al mantenimiento de mi peso y al control de mi actividad (unida al agradable incentivo que supone la gamificación, el competir con mis amigos para ver quién hace más pasos a lo largo de la semana), he dejado de controlar la ingesta de alimentos y agua, y me limito a un uso más relajado. Si mi peso se descontrolase, imagino que volvería al patrón de uso estricto inicial, pero espero no tener la oportunidad de contarlo :-)

La aproximación del Fitbit Force a la idea de monitor de actividad es diferente, porque incorpora un display de un tamaño pequeño pero suficiente, y además de mostrar las estadísticas habituales de pasos caminados, pisos subidos, kilómetros recorridos, calorías gastadas y minutos de alta actividad, la idea es que pueda ser utilizado como reloj. El problema en ese caso es que la hora no está permanentemente encendida y a la vista, es decir, requiere la pulsación de un botón para mostrarla, lo que hace el uso bastante menos conveniente (y de hecho, no he descartado volver al One cuando considere este suficientemente probado). Pero viendo un dispositivo al lado del otro en mi muñeca, smartwatch y monitor de actividad,  me parece razonable pensar que ambos estén en un cierto “rumbo de colisión”, y que lo normal sea que tiendan a luchar por sus funciones: o bien que los smartwatch comiencen a incorporar acelerómetros tridimensionales e invadan progresivamente el terreno de los monitores de actividad, o bien que los monitores de actividad empiecen a asumir de funciones como el aviso de llamadas o correos electrónicos que actualmente caían en el terreno de los smartwatches.

También me llama la atención la idea de “minimum qualifiers”: para un reloj, tengo claro que lo mínimo que podemos aceptar es que su batería dure el día completo. Si trufamos el dispositivo con sensores y funciones de todo tipo, como es el caso del reciente Samsung Galaxy Gear, le ponemos una cámara, un micrófono y altavoz para poder hablar desde él en modo Dick Tracy, y una pantalla de LED a todo color, nos podemos encontrar con que hay días que llegamos a casa con la batería del reloj agotada y teniendo que extraer el teléfono del bolsillo para saber qué hora es, y por tanto, uno de los factores que seguramente esté detrás del 30% de devoluciones de producto que Samsung ha experimentado con este dispositivo. Con los monitores de actividad, el disqualifier para mí es claramente la sincronización: si me das un aparato dotado de Bluetooth 4.o que se sincronice con mi teléfono y me permita ver el progreso de mi actividad en cualquier momento del día, me tienes. Si tengo que esperar a estar frente a un ordenador para sincronizarlo, me pierdes. Igualmente importante me parece la cuestión de la precisión: cuando llevo un dispositivo de clip, mi impresión es que la medición es más precisa que con uno de pulsera. O bien el de clip subestima, o el de pulsera sobreestima – lo cual me parece más probable – pero noto claramente que a niveles de actividad aproximadamente constantes, llego más fácilmente a mi objetivo con los del segundo grupo (lo cual no es bueno, porque hace que me funcione menos como estímulo para incrementar mi actividad).

Me resulta muy interesante ver cómo se van definiendo las categorías en este nuevo terreno del wearable computing. El desarrollo de la misma y el avance que supone el Bluetooth 4.0 ha llevado a que sea lo más parecido a una red local caminante, o Personal Area Network: en todo momento durante el día llevo encima un smartphone y, conectados al mismo, un smartwatch Pebble, un monitor de actividad Fitbit y un auricular Jabra, todos ellos con dinámicas de carga perfectamente asumibles en una actividad normal (no tengo que estar especialmente preocupado por ninguno de ellos más allá de acordarme de llevar un cargador si voy a viajar en el AVE, que es un fenomenal devorador de baterías).

Como exploración de una categoría, una experiencia sumamente positiva.




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27 noviembre 2013

La imperiosa necesidad de redefinir la web (y las implicaciones para la democracia)

IMAGE: Marcin Sadlowski - 123RFLa mayor enseñanza que hemos obtenido de la durísima era post-Snowden, además de la justicia que supone compensar al propio Edward Snowden por su descomunal y sacrificada contribución mediante el premio Nobel de la Paz, es la imperiosa necesidad de redefinir y reconstruir la web que conocemos en base a protocolos que incluyan el anonimato como estándar por defecto.

Es un escenario muy razonable y que cada día tiene más sentido: ante una red dotada cada vez de un mayor número de conexiones, lo que tenemos que hacer es incorporar las características de Tor, la “red cebolla”, por defecto: que cada transmisión se reparta y divida entre las que tenga a su alcance en cada momento. Que cada nodo actúe parcialmente como un servidor Tor, que contribuye a anonimizar a todos los demás. En esa dirección se mueve la Internet Engineering Task Force (IETF): una red completamente cifrada por definición, en la que deberemos asumir que nuestra conexión está transmitiendo cuando no la estemos utilizando nosotros, simplemente reenviando paquetes de terceros que no conocemos de nada, mediante algoritmos que no pueden ser trazados.

Si crees que los escándalos y la vigilancia de la NSA no te afecta porque no tienes nada que ocultar, estás profundamente equivocado. La primera regla de toda democracia es que puedas protestar pacíficamente en contra de las propuestas de tu gobierno: ¿cómo puedes imaginar un escenario en el que puedas organizarte para protestar, si aceptas que tu gobierno espíe y tenga constancia de todo aquello que pretendes hacer para actuar en contra de sus designios?

Peor aún: si una de las normas definitorias de toda democracia es la separación de poderes, ¿cómo puedes pensar que esa separación de poderes va a ser efectiva, cuando uno de los poderes puede escuchar de manera permanente lo que hacen y deshacen los otros dos? ¿Un escenario en el que el ministro de turno escucha las comunicaciones entre los jueces para asegurarse de que le van a ser favorables, y actuar rápidamente cuando ven que no va a ser así? Lo único peor es un escenario como el español, a todos los efectos una auténtica “democracia de sainete”, en el que directamente los dos partidos políticos mayoritarios pactan la composición de los principales órganos judiciales para asegurarse el número de jueces favorables a cada uno. Añade un anteproyecto de ley que permita multar severamente o encarcelar a todo aquel que plantee un acto de disidencia, por pacífica que sea, y ya tienes la evidencia de un país que ha visto deteriorarse en un tiempo récord la calidad de su democracia.

El mayor problema de la cibervigilancia no es solo que suponga una afrenta a los derechos humanos en su capítulo dedicado al secreto de las comunicaciones y una auténtica redefinición del contrato social: es que, además, permite que todos seamos acusados de algo. No importa cómo de buen ciudadano y de modélico seas: todos incumplimos algunas normas. Y como bien decía el Cardenal Richelieu,

Dadme seis líneas escritas por la mano del hombre más honesto, y yo encontraré algo para hacerlo ahorcar.

No se trata de cómo seas de bueno o de malo, sino del interés que el que ejerce la vigilancia tenga en hacerlo parecer algo incriminatorio. Hay tantas leyes, tantos reglamentos, tantas normas, que seguro que es posible encontrar algo que estés haciendo mal. Un incentivo que aumenta cuanto más incómodo seas, cuantas más reformas plantees, cuanto más ejercites tu legítimo derecho a no estar de acuerdo con las resoluciones que tome tu gobierno y a pretender que sean reformadas.

Ya no estamos hablando de internet. Estamos hablando de la calidad de la democracia en el mundo. De la capacidad de las sociedades para organizarse de una manera justa. Una red bajo vigilancia permanente supone una caída absoluta de la calidad de la democracia, un escenario inaceptable para cualquier persona de bien, un paralelismo siniestro con los regímenes totalitarios. No está en juego la seguridad y la amenaza del terrorismo: la inmensa mayoría de los “malos” optan por otros sistemas de transmisión cuando saben que los que utilizan están comprometidos, o recurren a sistemas de cifrados robustos. Es hasta qué punto la democracia que en países desarrollados tomábamos como un elemento fundacional ha sido subvertida por el control de la red, mediante el uso de herramientas creadas por nosotros mismos.

Si crees que la vigilancia de la NSA no va contigo, porque nadie va a tener interés en espiar lo que tu haces, prepárate, porque no tendrás a nadie para defender tus derechos cuando el espiado, por la razón que sea, seas tú. No subestimes la capacidad de tu gobierno para dictar leyes absurdas a las que quieras oponerte: cuando intentes hacerlo, te convertirás en objeto de vigilancia. Cuando los gobiernos recolectan, almacenan y procesan información, lo hacen para utilizarla contra el activismo, y proteger el activismo es una norma fundamental de la democracia, como lo es proteger a quienes protestan contra el mal uso de la ley por los propios gobiernos. La vigilancia de la NSA define la norma necesaria para definir un país como auténtico estado policial. Porque algo esté hecho por un gobierno, no necesariamente significa que sea legal.

¿Te parece que en realidad, ya perdimos todos nuestros derechos cuando permitimos que las compañías tecnológicas siguiesen y analizasen nuestros movimientos? Te equivocas. En primer lugar, porque las compañías tecnológicas no tienen capacidad para sancionarte, multarte o detenerte en función de lo que hagas. En segundo, porque su motivación está en la sostenibilidad empresarial: nadie utilizaría los servicios de una compañía si hacerlo pudiese arruinar tu vida, o hacerte objeto de sanciones graves: la motivación de esas compañías es adaptar su publicidad para que sea más efectiva, para que responda mejor a tus intereses, o para que mejore tu experiencia, no incriminarte o perseguirte. Y en tercero, porque son precisamente los gobiernos los que amenazan a esas compañías tecnológicas convirtiéndolas en cómplices y obligándolas a entregar la información de sus usuarios, subvirtiendo leyes que nunca fueron creadas para eso y nunca debieron poder ser utilizadas sin la adecuada supervisión judicial (adecuada significa fundamentalmente “por jueces independientes”, no en función de algún tipo de siniestra norma de uso general, o “carpet legislation”).

Lo que Edward Snowden ha revelado es que todos estos movimientos contra la democracia se estaban llevando a cabo en el más absoluto de los secretos, reinterpretando las leyes que los teóricos representantes del pueblo habían votado. No, las leyes nunca pueden ser secretas para los ciudadanos, porque el propio concepto es completamente absurdo e insostenible. El escenario que se nos plantea si no cambiamos el entorno es terrorífico para las libertades civiles. Y en gran medida, depende de cómo evolucione la arquitectura de la red. Las características tecnológicas de la red, como elemento indispensable para el sostenimiento de la democracia. ¿Te habías parado a pensar en la importancia de semejante vínculo?




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26 noviembre 2013

Entrevistado por Xantal Llavina, en elPeriódico.com

XantalLlavina - El PeriodicoXantal Llavina me llamó para entrevistarme telefónicamente en Radio 4, y entre la entrevista, algunas otras preguntas que me lanzó después por correo electrónico, y otras declaraciones mías que documentado en diversos sitios de la red, ha montado esta página en elPeriódico.com que ha publicado hoy bajo el título “Enrique Dans: ‘¿Nos sentimos activistas haciendo un ‘click’ o un retuit?’“, o en catalán, Enrique Dans: ‘¿Ens sentim activistes fent un clic o un retuit?’“.

La entrevista radiofónica que me hizo dentro de su sección “el Xat” está disponible en esta página de RTVE.  Las tres preguntas adicionales que me crucé con Xantal fueron las siguientes:

R. Cuando me hablas de Twitter en la entrevista, quería saber ¿ Tú recomendarías invertir en bolsa en esta red social?

R. Yo llego hasta el análisis, las recomendaciones de compra o venta son propias de otro perfil profesional diferente al mío :-) Twitter es sin duda una empresa con un gran potencial de futuro y que está aún en una fase temprana de su curva de adopción, lo que lleva a tener buenas expectativas sobre ella. Pero los mercados bursátiles tienen su propia dinámica, los inversores su propia agenda, y nunca me he considerado preparado para hacer ese tipo de recomendaciones, sobre todo teniendo en cuenta que yo nunca he invertido en bolsa.

P. ¿Por qué dices que el clictivismo es peligroso?

R. El clictivismo supone una caída de las barreras de entrada a la participación y la implicación, y como tal, no es malo, todo lo contrario. Lo que ocurre es que cuando las cosas se hacen demasiado fáciles, surgen algunos peligros: por ejemplo, es preciso tener en cuenta que la implicación es mucho menor que con el activismo tradicional “de calle”, y que este puede ser en muchas ocasiones necesario para que determinadas acciones y proyectos lleguen a materializarse. También hay que entender que la facilidad de apoyar proyectos con un simple clic puede llevarnos a una trivialización del apoyo, que puede terminar por desvirtuar la naturaleza del mismo, o llevarnos a apoyar cosas que de manera habitual no alcanzarían nuestro nivel de sensibilidad. Finalmente, es preciso entender que esa misma facilidad nos lleva a tener muchas menos precauciones con respecto a lo que apoyamos con nuestros clics, lo que nos sitúa en un plano en el que la manipulación se puede llevar a cabo de manera más sencilla.

P. ¿Crees que el clictivismo nos dará buenas sorpresas en el futuro? ¿Se conseguirá hacer cambios importantes con él?

R. Creo que el activismo, tanto de clic como de calle, nos llevará a forzar unas reglas del juego democrático que lo adapten a la bidireccionalidad. La crisis de la democracia no es, en ese sentido, muy diferente de la que han sufrido industrias como la música o la prensa: en una sociedad hiperconectada, ya no podemos concebir que un gobierno nos pida nuestro voto solo cada cuatro años y después se desentienda completamente de nuestras opiniones hasta que toque volver a votar.




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La FDA y el auge del personal genomics

23andMe logoLa Food and Drug Administration (FDA) norteamericana conmina a 23andMe a dejar de comercializar sus tests hasta que supere sus pruebas para dispositivos diagnósticos.

23andMe es la empresa que ejemplifica el auge del llamado personal genomics, y la que fue capaz de llevar el precio de sus tests – conocidos como spit kits, porque están basados en una muestra de saliva – desde el precio inicial de mil dólares que tenían cuando empezaron a ofrecerlos masivamente en el año 2008, hasta los actuales cien. A cambio, la empresa lleva a cabo una búsqueda de un listado muy completo de 960.000 polimorfismos de nucleótido simple (SNPs) o marcadores genéticos – no una secuenciación completa – que combina con la información que tú mismo suministras en múltiples baterías de preguntas voluntarias, y te permite identificar tus rasgos heredados, tu tendencia a padecer determinadas enfermedades condicionadas genéticamente, asociar porcentualmente tu genealogía con determinadas zonas del mundo, identificar personas con raíces genéticas comunes o coincidentes, calcular el porcentaje de ADN de origen Neanderthal, etc. He hablado de la compañía en unas cuantas ocasiones anteriormente.

Uno de los cofundadores de la compañía es Anne Wojcicki, ex-mujer de Sergey Brin, de quien se dice que tuvo un importante papel en la inspiración inicial para fundar la compañía debido a su preocupación por la existencia de antecedentes familiares de Parkinson. Google invirtió casi cuatro millones de dólares en la compañía en 2007, sobre un total de 161 millones que ha sido capaz de levantar en varias rondas de financiación. Un reciente y muy bien documentado artículo en el Fast Company del mes pasado cifraba el número de clientes en cuatrocientos mil, y definía una meta inicial de un millón de clientes y una a medio plazo de veinticinco millones, cifra en la cual afirmaba que el nivel de discriminación estadística alcanzado posibilitaría una gran cantidad de descubrimientos.

¿Qué motiva a la FDA a interrumpir la progresión de la compañía exigiéndole que supere las pruebas como instrumento de diagnóstico médico? Probé 23andMe hace cierto tiempo, y nunca tuve la impresión de estar encargando una prueba médica diagnóstica, en ningún momento le exigí la fidelidad que le exijo a los análisis que me hago cuando voy al médico, ni me dio la impresión de que la compañía afirmase estar a ese nivel, aunque metodológicamente pudiera estarlo. Me pareció fascinante desde el punto de vista de un biólogo, interesante y hasta divertido en cuanto a que me permitió confirmar razonablemente una de las teorías sobre el origen de mi apellido, y hasta curioso ver cómo algunas cuestiones que veo en mis analíticas cada vez que me las hago tenían, en efecto, su base genética. Pero todos los resultados que recibí estaban plagados de advertencias que prevenían contra una interpretación literal y que recomendaban documentarse y consultar con un médico antes de tomar ninguna decisión condicionada por los resultados. Nunca se me pasó por la imaginación convertir los resultados que obtuve en un elemento diagnóstico que considerase ratificado por un facultativo, todo lo más llegué a citarlos como curiosidad en conversaciones que mantuve con algunos de ellos. O con mi familia. O incluso en clase, que yo soy de los de compartirlo “casi todo”.

¿A qué viene, de repente, que la FDA lance una especie de “alarma” supuestamente destinada a “proteger a los consumidores”, y poniendo a la compañía en la absurda situación de estar vendiendo algo “peligroso”, como si fuera algún tipo de “producto milagro”? Actualmente, se me ocurren varios dispositivos y servicios que empleo para gestionar variables relacionadas con mi salud y que influyen mi comportamiento a diario bastante más que lo que lo hacen los resultados de 23andMe; sin ir más lejos, Fitbit y Endomondo, pero hay bastantes más encuadrados dentro de esa tendencia llamada quantified self. ¿Va a empezar la FDA a solicitar a esos dispositivos pruebas que aseguren que miden exactamente lo que tienen que medir, para evitar que los usuarios tomemos decisiones erróneas basadas en sus diagnósticos? La prohibición de comercializar el test de 23andMe supone interponerse en el derecho de los ciudadanos a conocer su propio genoma, y es a todas luces absurda, más cuando existen muchas otras fuentes en las que obtener un análisis similar.

¿Puede un individuo tomar decisiones que pongan en peligro su salud como resultado de haber solicitado que su genoma sea analizado en 23andMe? ¿Es de verdad necesario que la FDA “proteja a los consumidores de sí mismos”? Extirparse un órgano debido a una probabilidad más elevada de cáncer o someterse a una cierta medicación no son decisiones que una persona pueda tomar unilateralmente: debe someterlas al criterio de un facultativo. Prohibir a 23andMe comercializar su test sería equivalente a prohibir que los clientes lean textos médicos o introduzcan sus síntomas en un buscador… sencillamente absurdo. Como usuarios, tenemos todo el derecho a solicitar información sobre nuestro genoma, y a que el mercado ponga en su sitio a quienes comercialicen esos servicios, salvo que 23andMe decida que quiere libremente someterse a las pruebas de la FDA para comercializar su servicio en hospitales y para el uso directo de facultativos. Por lo demás, mejor que los gobiernos se dediquen a cuestiones más productivas, que tienen unas cuantas muy desatendidas.

No me protejan tanto, por favor…




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