03 noviembre 2013

Métricas, redes e interpretaciones simplistas

Social metricsUna noticia acerca del intento de Google de utilizar los gráficos y métricas sociales de sus empleados para tratar de localizar buenos candidatos para la compañía me lleva a pensar en la cada vez mayor disponibilidad de métricas sociales y en su uso.

Es un tema sobre el que he escrito ya en algunas ocasiones, sobre todo a partir del desarrollo de métricas de agregación como Klout, PeerIndex, Kred y similares y de su creciente influencia en los mercados de trabajo de determinados países. Podemos decir mucho de ese tipo de métricas, pero a la luz de la evolución de las mismas, difícilmente pueden ser vistas como algo irrelevante o absurdo.

La tentación de utilizar las relaciones sociales de una persona para evaluar su capacitación o competencia en determinados temas es, sin duda, un procedimiento que se adelanta a su tiempo, como bien indican algunas historias de miedo publicadas por revistas como Wired en las que una persona es excluida de un proceso de selección a pesar de sus quince años de experiencia en la industria por no tener ni idea de lo que era Klout ni haberse preocupado lo más mínimo del mismo.

Por un lado, la progresiva generalización del uso de las redes sociales no implica que todo profesional haga uso de ellas, ni mucho menos que dicho uso sea susceptible de revelar sus saberes, su influencia o su experiencia en algo y no se dedique simplemente a los temas más superficiales que habitualmente identificamos con eso que se denomina “la vida social”. Por otro, existe una gran diferencia entre temáticas: mientras algunas áreas relacionadas con la tecnología, el uso de las propias redes sociales o determinados aspectos de la estrategia empresarial resultan indudablemente eficientes a la hora de capitalizar influencia, otros ámbitos son vistos como más “oscuros” y, a pesar de su indudable importancia, resultan degradados en su percepción social. Si hiciésemos caso del mapa social, el mundo estaría compuesto por cientos de miles de social media ninjas, mastersgurus y mavens y tendría una alarmante escasez de otros perfiles profesionales. Si nos pusiésemos malos, encontraríamos cientos de miles de personas dispuestas a hacer que se enterase medio mundo de nuestra enfermedad, pero muy pocos capaces de ayudarnos a curarla.

Por otro, tampoco resulta razonable pensar que todos esos reflejos de lo social en la actividad de las personas respondan a humo o a aire calentito. Jamás me he creído nada especial por el hecho de tener un Klout elevado, un número de seguidores alto en Google+ o una gran cantidad de endorsements en LinkedIn, pero aparte de ser indudablemente agradable, supongo que esas percepciones colectivas al menos indicarán que algo tengo que decir en los temas que resultan destacados en esa imagen multidimensional. Dicho esto, soy el primero en entender que es preciso tomar las precauciones adecuadas en la interpretación de esos números, y sobre todo, evitar el simplismo.

A pocos se les escapa – y por supuesto, soy el primero en decirlo – que el llamado “efecto pionero” es de por sí bastante rentable: haber abierto cuenta en Twitter relativamente pronto hizo que la mía fuese una de las cuentas escogidas como recomendadas en el lanzamiento de la aplicación en español, lo que la llevó a pasar de unos nueve mil followers a casi ochenta mil, en un proceso demencial que lógicamente no indicaba nada sobre mis habilidades, y que como tal me preocupé de documentar. Del mismo modo, he vivido procesos similares en otras aplicaciones, que típicamente tienden a autorregularse con el tiempo – sería de locos pensar que un simple profesor al que habitualmente nadie reconoce por la calle puede, tras la generalización del uso de una aplicación social y la incorporación a la misma de personas “verdaderamente famosas”, seguir siendo uno de los usuarios con más seguidores en ella. Lo que sí creo, y no porque lo diga el refranero, es que no es posible engañar a muchas personas durante mucho tiempo, y que si efectivamente muchas personas dicen que alguien sabe mucho de algo o tiene su consideración profesional en un tema, será que algo tiene que aportar en el tema. Una versión del conocido “cuando el río suena, agua lleva” trasladado a la web social.

La valoración de las métricas sociales, por tanto, precisa de una dosis elevada de sentido común. En el caso de Google, parece razonable pensar que, en su propósito de búsqueda de personas con un tipo de actitud ante la vida que denominan “googliness” y que definen como “a mashup of passion and drive that's hard to define but easy to spot”, el perfil social o la inclusión en círculos de empleados puede resultar de ayuda. Si tienes un colectivo con unas actitudes determinadas, cabe pensar que sus relaciones con otras personas estarán influenciadas por esas actitudes, y que eso creará un sesgo, lo que en investigación denominaríamos un “self-selection bias”, hacia candidatos con actitudes afines. En el caso de otras empresas, las métricas sociales pueden servir para indicar algunas cosas – capacidad de influencia o de “resonancia” en determinados temas, consideración colectiva, etc. – pero deben ser estudiadas de manera cuidadosa. Un Klout elevado, por ejemplo, no es nada de por sí, si no lo sometemos a un tercer grado que delimite qué partes del mismo nos resultan de verdad relevantes, y la propia Klout proporciona posibilidades de evaluar algo así. Una falta del mismo, por contra, puede querer decir que la persona no tiene una inclinación excesiva a compartir temas relacionados con su vida profesional en las redes sociales, algo que no tiene por qué reflejar habilidades o aptitudes mejores o peores… al menos por el momento.

¿Nos dirigimos hacia un mundo en el que todo aquello que sabemos, nuestras capacidades profesionales, nuestras aptitudes, etc. tendrán que tener un reflejo social, una validación colectiva, para ser consideradas o puestas en valor? El proceso de popularización de las redes sociales y la incorporación cada vez mayor de todo tipo de perfiles a las mismas, así como el desarrollo de herramientas progresivamente especializadas en cada área de conocimiento, parece indicar que sí. En países con mercados de trabajo verdaderamente funcionales, parece difícil negar la influencia de este tipo de métricas en los procesos de selección, aunque, como ya hemos comentado, su incorporación a dichos procesos parece tener lugar por el momento de maneras bastante simplistas.

Lo normal será que ese simplismo se interprete como un reflejo de la novedad del proceso y tienda progresivamente a corregirse: para algunos perfiles profesionales, muchos de ellos relacionados con labores de alta dirección, parece claro que las métricas sociales tienen y tendrán mucho que decir. Para otros, seguramente sea cuestión de tiempo, pero no deja de ser algo muy parecido a los índices de relevancia o centralidad utilizados en muchas comunidades científicas, algo que seguramente llegará. Posiblemente sea un buen momento para ir empezando a pensar en ello.








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