Las empresas, sean del tipo que sean, son estructuras sociales que gestionan información. Esa función de gestión de información es percibida como de mayor o menor entidad en función de una amplia cantidad de variables entre las que están el tipo de empresa, la industria en la que se encuadra, el tamaño o la estabilidad de su entorno, y muchos más, pero existe en grados que pueden ir desde la gestión de la información interna necesaria para la coordinación de las actividades, hasta complejos sistemas de vigilancia del entorno, de tendencias o de la competencia.
La función de innovación en las empresas tiene una enorme dependencia de esa gestión de la información. Las empresas, como las personas, no suelen generar ideas innovadoras de la nada. La innovación, en un número elevado de casos, proviene de la exposición a ideas nuevas, a entornos diferentes, a procesos de formación, y a otras situaciones relacionadas con la exploración. Situaciones que, además, muchas empresas tienden a considerar como exclusivamente propias de un “Departamento de Innovación”, en una vocación por la especialización supuestamente orientada a la productividad cuyo efecto secundario más habitual es únicamente privar a la compañía de innumerables oportunidades que podrían surgir procedentes de la visión que tienen otros trabajadores en otros departamentos.
En el fondo, la supuesta vocación por la innovación de muchas empresas adolece de un problema fundamental: que es mentira. Que en realidad, los directivos al frente de esas empresas prefieren entornos caracterizados por la estabilidad, y tienden a descalificar de manera inmediata cualquier idea innovadora porque supone una amenaza a su percepción de equilibrio. Enclaustrar la innovación en un departamento específico es una manera de intentar controlarla, de que no suponga un factor de distracción, de que pueda ser tamizada antes de convertirse en una perturbación. Ese proceso, que tristemente suele caracterizar el crecimiento de muchas empresas, esconde en realidad la esclerotización de sus mecanismos innovadores, que suele tener lugar en paralelo con la fosilización de sus líderes.
¿Cómo deberían procesar la información las empresas si quieren procurar un entorno caracterizado por la innovación? En primer lugar, entendiendo que la empresa gana cuando sus trabajadores están alerta a las noticias que proceden del entorno, entendido este de una manera amplia. Dedicar tiempo a leer el periódico por la mañana u hojear la prensa deportiva mientras se toma un café aporta más al equilibrio mental de los trabajadores que a la innovación como tal, aunque pueda beneficiar al hecho de que las pausas, en muchos casos, favorezcan el proceso creativo. Pero la lectura no sistematizada, por lo general, aporta poco a los procesos innovadores, porque ofrece muy pocas oportunidades a un tratamiento posterior.
Idealmente, las empresas deberían buscar mecanismos de lectura social: del mismo modo que muchas herramientas ofrecen índices de popularidad, deberíamos ser capaces de ofrecer a nuestros trabajadores entornos en los que mantenerse informados de lo que ocurre en la industria, combinados con otras fuentes elegidas libremente. Al tiempo, deberíamos incentivar el descubrimiento y la contribución, en forma de herramientas que permitan crear repositorios y contribuir a ellos con comentarios o simplemente con estadísticas de participación. Una empresa con personas que tienden a manejar una serie de fuentes comunes permite el desarrollo de conversaciones y de creatividad asociada a dichas fuentes, sin impedir que la inspiración, ocasionalmente, pueda provenir de otras. Combinando esto con indicadores internos, se favorece un entorno informado, consciente del entorno, y dispuesto a explorar – primero mentalmente, después en modo social – oportunidades que puedan surgir en el ámbito corporativo.
Empresas que han probado entornos de este tipo, en desarrollos tan simples como los grupos de LinkedIn, suelen mostrar mejoras claras en su clima de innovación, y desarrollan además entornos sociales en los que muchos trabajadores encuentran factores de motivación. En la era post-industrial, el mejor trabajador no es el que se especializa hasta el límite y únicamente es eficiente en una tarea muy específica, sino el que mantiene una visión amplia y de conjunto que le permite aportar cosas que, en muchas ocasiones, no tienen una relación directa con su trabajo.
Una empresa carente de inputs no puede, por mucho que lo intente, ser innovadora, porque le falta el material con que alimentar esa innovación. Pero una empresa en la que esos inputs no estén bien gestionados, que no ofrezca ese entorno en el que procesar, discutir, comentar y almacenar esos inputs cuando son considerados relevantes, pierde igualmente oportunidades y tiende a trivializar la importancia de esa información. En último término, esa gestión de información puede además vincularse con outputs, convertirse en un escaparate interno o incluso externo – con todo lo que conlleva comentar noticias que, en muchos casos, pueden hacer referencia a desarrollos hechos fuera de la compañía, incluso por competidores – que permita ofrecer una imagen de la empresa como innovadora, consciente de los movimientos y tendencias de su entorno. Outputs que, gestionados de la manera oportuna, se convierten en muchos casos en páginas web cuyo desarrollo las acerca cada día más a ser una especie de revista de actualidad sectorial o de temas relacionados, que un simple “folleto electrónico”. Y outputs que, además, permiten la generación de indicadores y métricas susceptibles de realimentar el proceso.
En el fondo, simple gestión de la información. Pero en la práctica, muy difícil de llevar a cabo, y uno de los factores que más afectan al sostenimiento y a la visión de la empresa como un entorno innovador. Y un modelo que caracteriza claramente el desplazamiento de las empresas desde una economía industrial caracterizada por el énfasis en la productividad, a una post-industrial en la que otro tipo de factores tienden a tomar cada vez mayor protagonismo.
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