Resulta interesante plantearse cuáles serán las características de la sociedad en la que vivimos cuando algunos de los fenómenos que vivimos de manera incipiente se hayan extendido o generalizado. ¿Cómo viviríamos si la penetración de Internet fuese prácticamente total, y si acudir a la red para conversar y para expresar su opinión fuese lo habitual para la mayoría de las personas? ¿Cómo se ejercerían, por ejemplo, las labores de gobierno en un país democrático cuando la opinión de la mayoría pueda ser pulsada en cada momento como si fuese una encuesta en tiempo real, cuando la red sea un verdadero vector de la expresión de las opiniones de la sociedad? ¿Qué ocurre cuando escuchar lo que dice la sociedad deja de ser una opción y pasa a ser una obligación?
Vivimos instalados en la “política del globo sonda”: un representante de un gobierno suelta una frase, y espera a escuchar la opinión y las reacciones generadas en los medios para reafirmarse en ella, o para desdecirse y achacar todo a una mala interpretación. Para la clase política que nos gobierna, el escenario de una web social capaz de predecir intenciones de voto o encuestas de satisfacción de manera instantánea a modo de “CRM político”, como en su momento hizo Barack Obama para decidir en qué barrios de cada ciudad del país debía intensificar sus acciones de búsqueda de voto suena tan a ciencia ficción como dar un mitin en la nave Enterprise. Por un lado, por pura incultura y desconocimiento de las posibilidades que la tecnología nos ofrece. Pero por otro, porque la tecnología carece todavía de un componente de generalización suficiente, de representatividad social completa, que la priva de la posibilidad de actuar como monitor de la democracia: las voces que leemos en blogs, redes sociales, Twitter y demás herramientas de comunicación todavía distan mucho de parecerse a la fisionomía de la sociedad en su conjunto.
Pero resulta absurdo plantearse que la brecha digital va a seguir ahí, inalterable, durante toda la vida. Por un lado, hay un factor generacional de adopción tecnológica: los jóvenes viven mucho más de cara a la red, una red que juega ya un papel importante y mucho más generalizado en su vida social y en su comunicación, y que en muchos casos sustituye a otros medios tradicionales por los que muestran un claro desinterés. Por otro, un factor tecnológico, a modo de saltos en el tipo de herramientas y en la usabilidad de las mismas que generan nuevos adeptos: nadie se plantea dudas sobre el impacto que tuvieron en su momento los blogs a la hora de llevar a determinados perfiles de personas a la red, o el que están teniendo ahora mismo las redes sociales (¿quién no se ha sorprendido por encontrarse de repente a su suegra o a su vecino pululando por Facebook?), o en el que parece insinuarse que tendrán las conversaciones instantáneas de Twitter y redes similares. No es un proceso inmediato, pero la dirección del mismo parece clara: la representatividad de la web como escaparate de la sociedad aumenta con el tiempo.
¿Cómo se gobierna un país cuyos ciudadanos expresan su opinión en tiempo real? Muchos achacan una parte del triunfo de Barack Obama a haber sabido reconocer, interpretar y utilizar esa expresión de los ciudadanos en la red. En algunos temas, como el uso de los Open for Questions, se ha experimentado con este tipo de herramientas, con resultados todavía muy incipientes, pero como mínimo interesantes: ¿qué ocurre cuando determinadas decisiones se ven respaldadas por una parte importante de la ciudadanía antes incluso de haber sido tomadas? ¿Cuando se implica a los ciudadanos en una parte del proceso de la que tradicionalmente han sido meros espectadores desde una butaca en la que no veían lo que los actores hacían (y en muchos casos ni siquiera quiénes eran los verdaderos actores), sino tan solo el resultado final? ¿Qué pasa cuando el papel del ciudadano no se limita al de ser un sujeto que acude a depositar una papeleta en una urna cada cuatro años tras una intensa campaña idiotizante?
Los medios sociales están dejando de ser una frivolidad tecnológica, una excentricidad, para pasar a integrarse en la sociedad, para redefinir las estructuras de la misma. Las conversaciones en blogs, en páginas web y en unos medios cada vez más participativos aparecen moderadas por estructuras de gestión de la atención tales como enlaces, trackbacks, filtros sociales y hasta retweets: una opinión puede llegar a miles de personas en pocas horas, y generar reacciones de magnitud todavía desconocida o en muchos casos sorprendentes. A las “reacciones en cadena” producidas en ocasiones en la web se unen los medios tradicionales, que van pasando de reflejarlos como “curiosidad friki” a interpretarlos como verdaderos movimientos con personas detrás. Algunos políticos parecen querer empezar tímidamente a verlo, aunque las propias estructuras de sus partidos lo impidan manifestando una clara falta de adaptación a los tiempos. Pero el proceso tiene grandes similitudes con otros que ya hemos vivido anteriormente, y no tiene vuelta atrás: como no puede ser de otra manera, más tarde o más temprano la política será la siguiente “industria” en recibir el impacto de la tecnología.
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