Me llamó la atención este artículo de Slate, “Seeking: how the brain hard-wires us to love Google, Twitter, and texting. And why that’s dangerous“, por sintonizar de una manera mucho más seria y convincente con un concepto que se maneja últimamente con excesiva proliferación de tópicos por parte de mucha gente: la adicción a las redes sociales.
En general, siempre he tendido a identificar esos artículos de psicólogos que nos previenen sobre los terribles peligros de las redes sociales para nuestra juventud con aquellos que nos alertaban de las terribles y dolorosas muertes que el tren provocaría entre nosotros por las consecuencias del desplazamiento de los órganos internos derivadas de la velocidad. Ni el tren se detuvo, ni se detendrán las redes sociales. Como todo lo nuevo, las redes sociales conllevan cambios. Cambios en nuestra forma de relacionarnos, de vivir y de compartir. Alteraciones que algunos pueden identificar con relaciones de menor calado, desvalorizadas o incluso capaces de destruir la verdadera amistad. Modificaciones que alteran y alterarán nuestros hábitos, nuestras conductas, nuestra forma de hacer muchas cosas.
La introducción de algo nuevo conlleva sistemáticamente alteraciones en el equilibrio anterior a la misma. Es así de sencillo. Estudiar cómo nuestro cerebro se ve gratificado por ciclos de feedback inmediatos, cómo alteramos nuestro comportamiento contando un chiste en Twitter en lugar – o además – de hacerlo en el patio del colegio o cómo nos sentimos el centro del universo (¿de qué universo?) por ser portada de tal o cuál filtro social durante unos minutos es interesante, porque supone un avance en la forma de entender el nuevo panorama. Pero protestar sistemáticamente contra ese nuevo panorama o prevenir de los oscuros males que acarreará a nuestra juventud es tan eficaz como intentar detener un tren con una caja de palillos: no, el tren no va a detenerse. Quienes intenten evitar los peligros de las redes sociales para la juventud manteniendo a sus hijos alejados de ellas estarán cometiendo un error, porque sus hijos crecerán privados del conocimiento y del saber hacer en una dimensión que sin duda va a ser, en el futuro, importante para ellos. Quienes eviten Facebook por el temor a que arruine sus relaciones, dejarán de desarrollarse en un entorno en el que sin duda tendrán cabida muchas de las interacciones de su vida y de las personas que le rodean. Quien renuncia a lo nuevo por el temor que le inspiran los cambios en lo antiguo suele cometer un error, porque generalmente este tipo de cosas no se detienen ni esperan por nadie, y de repente un día te das cuenta de que la sociedad ha ido adoptando lo nuevo, y que ahora el raro eres tú.
¿Son malas las redes sociales? ¿Producen adicción, destruyen nuestras amistades o nos convierten en seres mortecinos y pálidos que no reciben más luz que la que irradia la pantalla? Descubrir a estas alturas que los excesos son malos tiene poco de inspirado. Mucho de cualquier cosa puede matarte, sí. Pero ante un cambio, lo mejor es intentar entenderlo, observar cómo nos afecta, intentar entender porqué es así, y cómo van apareciendo y tomando forma los hábitos y costumbres relacionados con su existencia. ¿Que queda hoy, con porcentajes de penetración superiores al 100%, de todos aquellos que decían que el teléfono móvil era malísimo y que se negaban sistemáticamente a tener uno? Pretender que todo lo relacionado con una innovación es bueno es tan absurdo como pretender que es malo. La innovación es, y cuando es adoptada se convierte en parte del panorama, en algo que debemos aceptar e intentar entender. Lo que me ha gustado del artículo de Slate es ver claramente reflejados muchos comportamientos de mi día a día, entender lo que pasa en mi cerebro cuando veo esos comentarios, esos retweets, esa retroalimentación que antes tardaba horas o directamente ni se producía… sí, es un vicio. Sí, me gusta, y ahora, tras leer la interesante teoría expuesta en el artículo, hasta me lo puedo explicar un poco más gracias a la neurofisiología. ¿Podría vivir sin ello? No lo sé ni me importa. Es parte de mi mundo, y estoy completamente dispuesto a vivir con ello.
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Si después de hacer tu comentario este no aparece, no se trata del espíritu de Dans que anda censurando también aquí, es que se ha quedado en la cola de aceptación. Sacaré tu mensaje de ahí tan pronto como pueda, si bien el supersistema este tampoco me avisa de estas cosas, por lo que tengo que estar entrando cada cierto tiempo a ver si hay alguno esperando. Un inventazo, vaya.