David S. Rohde es un prestigioso periodista del New York Times, ganador de dos Premios Pulitzer en 1996 y 2008. El 10 de Noviembre del año pasado, mientras cubría noticias en Afganistán, fue secuestrado por los talibán, que demandaron el pago de un rescate. Sin embargo, las noticias sobre este tema no se han difundido hasta ahora, y no por una cuestión de exceso de información en una época de conflictos que genera más noticias de este tipo de las que somos capaces de digerir, sino por una cuestión diferente: el New York Times consiguió, durante todos estos meses, mantener en silencio a todas las agencias informativas e incluso a la Wikipedia acerca del tema. ¿La razón? Evitar un incremento del valor del secuestrado a los ojos de sus captores.
En este tipo de operaciones, el rescate pedido por los captores y el cuidado ejercido en su custodia es proporcional al valor que asignan a la víctima. Un secuestrado intensamente mediático, que desencadene campañas para su liberación o abundantes flujos de noticias no solo vale más, sino que genera una atención mayor hacia la causa. Ello redunda en una custodia obviamente más cuidadosa ante previsibles intentos de localización y liberación, y en un precio demandado más elevado. En este caso, el radical silencio mediático solicitado por el New York Times y respetado por todas las agencias de prensa redundó en una custodia mucho más laxa, y en que hace unos días, David Rhode lograse escapar de su cautiverio saltando una valla junto con el periodista afgano que le acompañaba.
Según el New York Times, “Keeping news of kidnapping off Wikipedia“, lo más complicado fue mantener en silencio no a las agencias de noticias internacionales, sino a la Wikipedia. Mientras silenciar a una agencia determinada llevó poco más que una llamada de teléfono de editor a editor explicando el tema y pidiendo colaboración, silenciar el sitio en el que todos podemos ser editores resultó bastante más complejo. Trabajando en colaboración con la Wikimedia Foundation y con el propio Jimmy Wales, se encargaron de eliminar las menciones al secuestro, que empezaron tan solo tres días después del mismo, como muestra la página de revisiones del correspondiente artículo de Wikipedia. Inmediatamente, los editores de la enciclopedia eliminaron las menciones al secuestro, que reaparecieron hasta cuatro veces durante cuatro horas hasta que la página fue bloqueada temporalmente durante tres días. Ante la persistencia del tema, la página fue bloqueada de nuevo el 16 de Noviembre, esta vez durante dos semanas. Según Wales, se optó por un esquema de bloqueo no sistemático e intermitente, con el fin de evitar especulaciones que habrían alimentado la aparición de teorías en otros sitios. A lo largo de los siete meses de secuestro de Rohde y de secuestro informativo en Wikipedia, la página se intentó actualizar en numerosas ocasiones, dando lugar a una interacción constante entre editores y administradores en el que, para más complicación, no se podía contactar con algunos editores porque tenían cuentas con seudónimo. Cuando el pasado sábado se anunció la liberación de Rohde, la página fue finalmente desbloqueada.
El suceso expone algunos temas de muchísimo interés: en primer lugar, que es preciso en ocasiones un cierto nivel de control, en este caso autocontrol. La unica manera de llevar a cabo este bloqueo de una manera adecuada era hacerlo con muchísima discreción, sin levantar alarmas, con intervenciones que no provocasen que los editores se diesen cuenta de que había algo más detrás de las correcciones y saliesen a levantar la liebre en otro sitio. Obviamente, este bloqueo va completamente en contra de las normas y funcionamiento de Wikipedia, pero ¿significa la aceptación del mismo la muerte de la enciclopedia colaborativa? No, significa simplemente sentido común y madurez. En ningún caso podemos esperar que una masa de gente anónima actúe ni con sentido común ni con madurez. Únicamente podemos intentar que, puestas las herramientas y controles adecuados, se desprenda de dichos grupos esa “wisdom of crowds“ a la que se refiere Surowiecki. Las hipotéticas consecuencias, en este caso, de una total apertura informativa habrían redundado, seguramente, en un resultado final mucho peor, a cambio de beneficios más bien escasos o nulos. Pero este tipo de pensamiento a medio/largo plazo no se da en las multitudes, las multitudes son válidas para otras cosas. El caso Rohde nos enseña mucho sobre el funcionamiento de las arquitecturas de información que nos rodean hoy en día, y nos trae muchos matices interesantes para aplicar donde algunos torpemente pretenden que existan verdades absolutas.
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Enrique llega aquí a las más altas cotas de contradicción consigo mismo: la censura es mala, pero es buena si a mí me lo parece. Genio y figura.
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