Hoy se cumple un año desde que empecé a cuantificar mi actividad física (pasos, distancia, pisos, calorías y sueño), a pesarme sistemáticamente con control de mi porcentaje de grasa corporal, a introducir mi dieta en una app, y a utilizar otra app más para monitorizar mi ejercicio. El resultado neto es positivo: quince kilos menos, completamente estabilizados (desde octubre del año pasado en “modo mantenimiento”) y sensación no de estar a régimen, sino de tener el tema bajo control.
Mi peso hace un año era de 98,6, ahora se mueve en torno a los 83, mi porcentaje de grasa bajó desde el 21% al 15%, y tengo una sensación de equilibrio en todo lo relacionado con el estado físico francamente agradable. Todo el descenso de peso y porcentaje de grasa tuvo lugar entre mayo y octubre del año pasado: desde entonces, estoy en lo que considero “modo mantenimiento”, con oscilaciones muy pequeñas entre lo que consider mi peso objetivo, 83 Kg, y mi límite superior de 84,5 Kg. Si bajo de 83, procuro comer algo más. Si subo de 84,5, me vuelvo un poco más estricto en mi control, como algo menos o camino algo más. Eso es todo.
Durante este año, he utilizado cuatro dispositivos de Fitbit: el ya desaparecido Ultra (sigue disponible en algunas tiendas, pero ya no se vende oficialmente), el One, el Flex y la báscula Aria. Además, la aplicación de Fitbit tanto en el ordenador como en el smartphone, además de Endomondo, en su versión premium, para salir a caminar. Con Fitbit tengo una relación muy buena: me regalan dispositivos antes de que salgan al mercado español y me activan antes de tiempo algunas opciones para probarlas, pero no me exigen nada a cambio: las entradas que he ido publicando al respecto responden única y exclusivamente a mi interés en el tema.
¿Resultados? Desiguales, aunque con un tono general muy positivo. El Ultra me pareció un dispositivo muy bueno: llegué a tenerle auténtico “cariño”, era comodísimo llevarlo encima, muy resistente y su carga duraba más de una semana. En su contra, que solo se podia sincronizar cuando estabas delante del ordenador, lo que hacía que la “sensación de control” no fuese algo constante. Su sucesor, el One, es para mí el dispositivo perfecto: igual de cómodo en todos los sentidos, pero además, se sincroniza constantemente con mi smartphone. La pulsera Flex, en cambio, no me ha gustado nada: por un lado, no me resulta cómodo llevar una pulsera. Con el Ultra o el One, el dispositivo va discretamente sujeto en mi cinturón, y la decisión de, por ejemplo, sacar el tema en una conversación depende únicamente de mí, mientras que la pulsera lo hace más “evidente”. Pero además, los algoritmos desarrollado para la pulsera me han parecido mucho menos exactos: sistemáticamente sobreestimaba mi actividad. Por otro lado, la pulsera no mide los pisos subidos, un elemento que a mí particularmente me motiva bastante (prácticamente he dejado de usar ascensores – salvo que hablemos de diez o más pisos), y en el caso de la unidad que estuve probando, me falló en dos ocasiones (se apagó misteriosamente como si estuviese sin batería), algo que nunca me pasó en muchos meses de uso del One.
Hay algunas cuestiones que considero fundamentales para quienes consideren probar este tema del “quantified self”: la primera es disciplina. Esto es, decididamente, para personas metódicas y con una cierta orientación cuantitativa. Si no vas a ser serio a la hora de introducir lo que comes, no lo vas a llevar encima en todo momento o te vas a relajar sistemáticamente en el control, este tema no es para ti. No hace falta ser “histérico” y medir hasta las ultimas consecuencias, pero sí ser persistente en los hábitos. En determinados momentos, estando ya en modo mantenimiento, dejé de introducir la comida algunos días. El resultado fue una sensación menor de control y oscilaciones mayores en mi peso. Con esto, o se hacen bien las cosas, o no se hacen. No se trata de no ser flexible en tus hábitos: en ningún momento he tenido sensación de “no voy a comer esto, porque me explota el Fitbit”, y quienes me conocen saben que soy de muy buen comer, pero a la hora de introducirlo en el sistema, hay que hacerlo en condiciones, con su peso aproximado bien estimado, y actuar en consecuencia: si te has pasado en la comida, camina más esa tarde y cena menos. Lo fundamental es ser suficientemente disciplinado como para mantener la sensación psicológica de control.
En realidad, todo es un juego de sensaciones. En las semanas que estuve probando la pulsera, por ejemplo, el hecho de que con mi actividad de un día normal (dar clases, subir escaleras, caminar, etc.) alcanzase mis objetivos del día, me llevó a reducir sistemáticamente la cantidad de ejercicio que practicaba, aunque para mí era evidente que era un problema de sobreestimación. De no haber vuelto al dispositivo anterior, habría tenido que reajustar mis objetivos para seguir teniendo sensación de “el objetivo es factible, pero exige algo de trabajo, no se hace solo”. En realidad, la sensación es la de tener un plano de control y de motivación superior sobre ti mismo.
Un año después de comenzar con el tema, mis objetivos están más que cumplidos, mis sensaciones son buenas – sobre todo, tengo la impresión de que lo obtenido es “sostenible” – y no me siento como haciendo un permanente sacrificio. Ceno habitualmente fruta, pero eso ya lo hacía antes de empezar con todo esto, y si un día no ceno fruta, simplemente camino más al día siguiente. Alguna vez corro, pero más por ponerme a prueba a mí mismo que por otra cosa, y no lo hago sistemáticamente porque tengo tendencia a lesionarme. Lo que si hago es caminar, y mucho. Mis caminatas suelen estar entre los ocho y los doce kilómetros: son el cambio más notorio en mi día a día, se han convertido en una auténtica válvula de escape, me ayudan a pensar y a aclarar las ideas, y si no puedo salir por la razón que sea, tengo cierta sensación de “león enjaulado”. Cuando camino, lo hago o bien en modo “caminata deportiva” si salgo específicamente a ello (con ropa deportiva y a alguno de los circuitos habituales), o en modo “caminata” si simplemente salgo a pasear . En ambos casos, Endomondo recoge los datos, los intercambia con Fitbit y evita la duplicación. La parte de gamificación de la aplicación, sin ponerme histérico, sí me ayuda: ver que algunos de mis amigos a los que sigo en la app me superan me da un divertido plus de motivación.
Además, llevo un control sistemático de mis horas de sueño y de la calidad del mismo (estimada simplemente por cuánto me muevo durante la noche, no va más allá), que en mi caso me viene bien porque tengo tendencia a cometer excesos durante algunas temporadas. De nuevo: esto no te va a hacer dormir mejor, pero te sitúa en un plano de control en el que conscientemente puedes tomar determinadas decisiones con mayor conocimiento de causa.
Sin duda, una experiencia positiva, que además se ha consolidado en forma de hábito vital. Me cuesta imaginarme volviendo a una vida “no cuantificada”. Y además, estoy hecho un pincel :-)
(Enlace a la entrada original - Licencia)
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