04 diciembre 2013

Spotify: el problema no está en el principio de la cadena, sino en su fin

Spotify royalty formula

Spotify abre una página de analíticas para los artistas que ofrecen su música a través de su servicio, en un ejercicio de transparencia sobre su modelo de ingresos y el reparto de los mismos, y llega además a un acuerdo con Topspin, la compañía del genial Ian C. Rogers, para posibilitar la venta de merchandising a través del servicio.

Algunos números interesantes: 24 millones de usuarios en los treinta y dos países en los que la compañía se encuentra presente, de los cuales 6 millones son premium, en lo que supone un índice de conversión sumamente elevado. Las cantidades que la compañía paga a la industria han ido creciendo con una tasa muy elevada hasta los más de quinientos millones de dólares que llevan abonados en lo que llevamos del año 2013, con un ingreso medio por usuario de $41 al año (promediando lo que los usuarios premium pagan con los ingresos por publicidad provenientes de los usuarios gratuitos).

El modelo de negocio de la compañía consiste en un reparto del 70% de sus ingresos con los propietarios de los derechos (discográficas, editoras y sociedades de gestión) en modo proporcional a la popularidad de las reproducciones de cada artista, en lo que sería una interpretación de su “cuota de mercado” sobre el total de las reproducciones realizadas en la plataforma, y teniendo en cuenta las negociaciones y acuerdos a los que puedan llegar con esos propietarios de derechos en cada país. A partir de ahí, son las compañías las que abonan a cada artista sus ganancias en virtud de los acuerdos que tengan con ellos, que dependen de factores de todo tipo. El sistema, por tanto, no puede reducirse a la métrica simple de “cantidad abonada por cada reproducción”, porque es preciso tener en cuenta factores que van desde el origen geográfico de dicha reproducción hasta los royalties que cada artista tenga pactados con su compañía, pero según Spotify, ese número estaría entre los 0.006 y los 0.0084 dólares por cada reproducción.

A partir de ahí, la compañía proporciona ejemplos anónimos de datos de ingresos mensuales abonados a la industria, y los sitúa actualmente entre los $3.300 mensuales por un album independiente de nicho, hasta los $425.000 por un éxito global. La proyección de ingresos trazada por la compañía en el hipotético caso de que Spotify llegase hasta los cuarenta millones de usuarios de pago a nivel mundial llegaría a estar entre los $17.000 mensuales en el primer caso y los más de dos millones en el segundo.

Hasta aquí, el informe y los datos que Spotify ha hecho públicos. ¿Dónde están las restricciones del modelo? En primer lugar, en el precio: la cantidad que pagan los usuarios premium está calculada como precio razonablemente disuasorio, es decir, el que un usuario puede plantearse pagar con el fin de evitar la molestia de ser interrumpido por anuncios y de tener que hacer frente a limitaciones en la cantidad de reproducciones (siempre me he planteado si realmente las empresas que se anuncian en un modelo como Spotify esperan de verdad algún tipo de retorno positivo de un modelo únicamente diseñado para molestar al usuario). La flexibilidad al precio del servicio parece muy escasa, y de hecho es claramente la variable determinante del crecimiento de la compañía.

La segunda variable es el porcentaje global: un 30% de margen bruto supone que la compañía debe plantearse el desarrollo y mantenimiento de su producto y alcanzar el umbral de rentabilidad con esa estructura de cuenta de resultados. Considerando que la compañía tiene que afrontar costes de desarrollo y mantenimiento multiplataforma tanto en idioma como en sistema operativo, comercializar sus servicios, etc., desplazar ese porcentaje supone comprometer la rentabilidad, y por tanto la supervivencia, de una compañía que todavía en ningún momento ha llegado a alcanzar los números negros.

La tercera variable es lo que tiene lugar de la mitad de la cadena hacia el final. Es decir, lo que ocurre una vez que Spotify paga a la industria. Y como ya he comentado en alguna otra ocasión, es ahí donde sigue estando el problema: en una industria que continúa negándose a reconocer que el mundo ha cambiado, y que una parte muy significativa del valor que generaba antes del desarrollo y popularización de la red ya no existe ni se justifica de ninguna manera. La indignación de algunos artistas al ver los ingresos que les reporta Spotify choca con una evidencia: la compañía tiene un esquema operativo transparente y más que razonable, con una viabilidad determinada fundamentalmente por las restricciones que le impone el hecho de tener que trabajar con un producto como la música, y lo que de verdad convierte los ingresos de los músicos en irrelevantes es el reparto que la propia industria de la música lleva a cabo al final de la cadena de valor.

¿Serían capaces las empresas discográficas de hacer un ejercicio de transparencia igual al llevado a cabo por Spotify? De Spotify se pueden decir muchas cosas, pero fundamentalmente, una: que no representa un modelo nuevo, sino más de lo mismo. Puestos a acusarla de algo, podríamos hacerlo del hecho de ser poco disruptiva, en gran medida debido a las limitaciones que la propia industria de la música le impone para darle acceso a su catálogo. El problema de esta industria y lo que limita las ganancias de los artistas no viene de Spotify, sino del puño de hierro con el que las empresas discográficas mantienen el control sobre la estructura del reparto de ingresos y sobre la llegada a canales como la radio o la televisión, que hace prácticamente imposible que los artistas independientes lleguen al público. Los artistas pueden enfadarse todo lo que quieran con las cantidades que perciben de Spotify, pero mientras hagan responsables de sus males a Spotify en lugar de a sus propias discográficas… estarán ladrando al árbol equivocado.




(Enlace a la entrada original - Licencia)

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