Se ha escrito ya mucho sobre Spotify, tanto sobre la buena marcha de la compañía en términos económicos como sobre los exiguos rendimientos que proporciona a los artistas que ponen su música en ella. Entre declaraciones de Daniel Ek afirmando que están “retirando a los usuarios de la piratería”, que Lady Gaga obtuvo únicamente en torno a los 167€ por más de un millón de reproducciones, o que algunos artistas “prefieren ser violados por un pirata antes de poner su música en Spotify“, el panorama resulta confuso. En su momento, la compañía llegó a acuerdos con las principales discográficas y sellos independientes a cambio de pequeñas participaciones en su capital para asegurarse un buen acceso a sus catálogos, pero tampoco han faltado protestas al respecto y anuncios posteriormente desmentidos de retirada del servicio. De lo que no existen demasiadas dudas es de la consideración de Spotify como un notable éxito.
La cuestión principal radica en la consideración que demos a un medio como Spotify: si interpretamos Spotify como una manera de conseguir que los músicos obtengan ingresos a cambio de sus creaciones, y por tanto lo homologamos a una especie de tienda donde los usuarios acuden a obtener la música que desean escuchar bien a cambio de publicidad o de un pago por suscripción, o si lo comparamos más bien con un canal de reproducción de música destinado a popularizar ésta, mucho más parecido por tanto a la función de una emisora de radio.
Las alternativas resultan evidentes: de una tienda se espera que contribuya de manera significativa a la cuenta de resultados de intérpretes, autores, sociedades de gestión y discográficas. De una radio, en cambio, se espera que funcione según un modelo mixto: por un lado paga unos derechos de reproducción calculados en modo de tarifa plana y, por otro, cobra de las discográficas en concepto de publicidad o como incentivo por privilegiar determinadas obras sobre otras. Entre esos dos modelos, Spotify opta claramente por el segundo: el primero, claramente, no da de sí. Si pretendemos, a partir de los ingresos de la compañía por publicidad y suscripciones, ofrecer ingresos a toda la cadena de producción de la música, los resultados son los que ya conocemos: ni siquiera siendo un absoluto éxito que escuchas a todas horas en todas partes se consiguen ingresos reseñables. Sin embargo, los beneficios de la interpretación de Spotify como canal de acceso, como “emisora de radio”, son claros: en algunos mercados, como Suecia, las descargas descienden a medida que el uso de Spotify se consolida.
¿Dónde está el problema, entonces? Simplemente, en la zanahoria, en el objetivo que coloques al final. En el caso de la radio, el objetivo de la estrategia para las discográficas es que un porcentaje significativo de los usuarios que escuchen la canción a través de la radio acaben por adquirir una copia de la misma. Además, es posible que algunos de esos usuarios proporcionen otros ingresos, en forma de entradas de conciertos o merchandising, de los que la discográfica solo obtiene una parte si ha conseguido atar al músico con un contrato 360º. Entre la radio y Spotify, en este sentido, pocas diferencias, y si cabe, a favor de Spotify: si escuchas una canción y tienes ganas de adquirirla, Spotify lo pone a un clic de distancia. Pero ahí surge también el problema: que independientemente de la consideración que demos a Spotify, es ese negocio, el de la venta de copias, el que ya no funciona ni funcionará nunca más. ¿Tiene sentido adquirir una copia de una canción cuando la tienes disponible a un clic de distancia en cualquier momento y desde cualquier sitio? Por tanto, ambos canales, radio y Spotify, sufren la misma suerte: sirven como canales de popularización, para un fin que nunca volverá a ser el que las compañías discográficas esperaban. Para Spotify, en cualquier caso, el resultado es positivo: puede manejar sus precios en función de la elasticidad de la demanda, y cobra por los dos lados: de los usuarios, y de la publicidad.
El negocio de la música, por tanto, evoluciona hacia lo que llevamos años diciendo: ser un producto gratuito, que el artista intenta difundir por todos los canales posibles y cuanto más mejor, para finalmente derivar a un determinado porcentaje de los que la han escuchado a un concierto, a box sets o a una tienda de camisetas y gorras. Al final, la conocida ecuación: incrementa tu conexión con tus fans, y dale razones para comprar tus productos. El músico que logre de verdad una audiencia fiel que se sienta próxima a él, desarrolle fidelidad y sentimientos positivos (eso sí, hay que trabajarlo, y se llama horas online y mucho community management), conseguirá en muchos casos vivir de la música. Lo demás, el esperar que vuelvan los tiempos de los millones de copias vendidas, es pura nostalgia. Con Spotify o sin ella.
(Enlace a la entrada original - Licencia)
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Si después de hacer tu comentario este no aparece, no se trata del espíritu de Dans que anda censurando también aquí, es que se ha quedado en la cola de aceptación. Sacaré tu mensaje de ahí tan pronto como pueda, si bien el supersistema este tampoco me avisa de estas cosas, por lo que tengo que estar entrando cada cierto tiempo a ver si hay alguno esperando. Un inventazo, vaya.