24 julio 2010

DRM: o lo matas, o te mata a ti

En estos días se ha hablado bastante de Libranda y de sus características, en la mayor parte de los casos en términos muy poco elogiosos. Hay hasta especulaciones sobre si lo que Libranda pretendía, en realidad, era no vender libros.

Algunas de las críticas se centran, debido a un error de posicionamiento de la propia Libranda, en atacar la escasa idoneidad de la plataforma de cara al cliente final, lo que supone un error conceptual: por mucho que su confuso marketing, posicionamiento y diseño lleven a pensar, Libranda no es ni pretende ser una plataforma de venta de libros al cliente final. La idea es mucho más alambicada: se trata de una plataforma para uso de las librerías, un catálogo para que aquellas empresas que decidan vender libros en la red puedan ver el catálogo de las principales editoriales en lengua española y catalana, e incorporar las obras a sus tiendas. Puesto así, lo que cabe plantearse es la razón por la que una iniciativa así tiene una página abierta al público: no solo no le hace ninguna falta (debería ser una plataforma cerrada para que accedan con la adecuada clave los responsables de compras de las librerías), sino que además, confunde. Lleva a un hipotético lector a buscar el libro que quiere, le plantea un absurdo botón de compra, pero le lleva a una tienda donde tiene que volver a realizar la búsqueda para conseguir comprar.

La razón para semejante jugada alambicada no es otra que evitar el conflicto de canal. El planteamiento intenta reproducir el esquema tradicional del mundo offline – las editoriales distribuimos libros a las tiendas, y éstas venden libros al cliente final – de una manera que permite visualizar inmediatamente lo absurdo que resulta plantear intermediarios en un canal como Internet, que no está diseñado para aceptarlos. Y que además, tiene un problema importante: dado que la mayoría de las librerías españolas no tienen oferta en la web ni interés por desarrollarla, el conflicto de canal no se evita, y lo que Libranda acaba obteniendo es algo que sospecho no pretendía: arrastrar a los clientes hacia otros canales, fomentar las descargas en el mundo del libro. Tras la experiencia de intentar obtener un libro a través del canal oficial, la sensación es un amargo “no vuelvo por aquí”.

La oferta de Libranda, además de resultar confusa y posibilitar que el cliente visualice esa intermediación innecesaria, plantea una apuesta por el DRM de Adobe. Según parece, estudiaron bastante el tema antes de tomar esa decisión: pues bien, las conclusiones de dichos estudios fueron inadecuadas, y la decisión es simplemente errónea. Y no se trata de un error banal o sin importancia: se trata de un error grave, de esos que te pueden matar, que tienen la potencialidad de comprometer gravemente el futuro de tu negocio.

El DRM de Adobe tiene dos graves problemas: es caro, y es malo. Es caro para el editor, y es enormemente malo, malísimo, para el cliente. La experiencia de comprar un libro se convierte en desastrosa, ademas de plantear problemas de incompatibilidad para una gran cantidad de dispositivos. Viendo lo agradable que resulta comprar libros en plataformas como Kindle o Apple, uno se plantea qué combinación de hierbas ha debido fumar quien tomó la decisión de adoptar Adobe DRM: es, simplemente, una mala decisión: si pretendías con ello protegerte, además, deberías saber que como ocurre con todo sistema DRM más tarde o más temprano, ya está roto. Si combinas todo esto, además, con un posicionamiento en precio poco atractivo, obtienes un cóctel que convierte tu oferta en una invitación abierta a que el cliente obtenga el libro en otro sitio. El resumen es claro: en un momento en que los lectores de eBook empiezan a popularizarse, la apuesta de las grandes editoriales españolas es convencer a los posibles clientes de que harán mejor en obtener sus libros a través del P2P, porque hacerlo a través de su canal oficial resulta no solo caro, sino además farragoso. Mala cosa. Mensaje equivocado.

Los libros no necesitan DRM, y prescindir de él, además, ayuda a las ventas. Un libro físico puede prestarse, puede ser leído por varias personas, y no plantea problema de compatibilidad ni de complejidad alguno: simplemente, le dejas el libro a un amigo, y él lo abre y lo lee. Sin más. Plantear una experiencia más compleja es un error igual que el que otras industrias de contenidos ya cometieron antes. Si decides, que seguramente no deberías, usar DRM, este tendría que ser sutil, casi imperceptible. Precisamente, lo que hay que hacer es plantear una experiencia más sencilla: vas a una página, encuentras el libro que buscas, lo descargas, lo pagas, y lo lees. El posicionamiento en precio debería ser suficientemente barato como para que no compensase pasar el trabajo de buscarlo en otro sitio. Que te incrementen el número de pasos percibidos que tienes que dar para conseguir un libro es malo, que te obliguen a instalarte programas para leerlo también lo es, y que te planteen problemas de incompatibilidad, ni te cuento. Ahora es el momento de crear un mercado para el libro electrónico. Si no se hace, después vendrá, como se suele decir, el llanto y crujir de dientes cuando se pretenda detener aquello que se contribuyó involuntariamente a crear y que, seguramente, ya no puede ser detenido.

(Enlace a la entrada original - Licencia)

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