Por mucho que nos hayamos acostumbrado a verlo de manera completamente natural, no deja de llamarme la atención la profundísima y patente hipocresía de la vida moderna. Hablo con frecuencia con políticos, con profesionales, con personas de la calle, y en todos los casos, a partir de un cierto nivel de uso de Internet, todo el mundo utiliza Internet para bajarse música, películas y básicamente lo que les viene en gana. Todo el mundo. De manera completamente natural. Con diferentes patrones de uso, unos más regulares, otros más intensos… el que “se lo bajó todo” durante una temporada de uso muy intenso pero ahora lo usa menos, el que lo hace de manera aislada, el que no lo desconecta en todo el día, el que no lo hace porque no sabe pero lo hacen sus hijos… No hablo necesariamente del P2P, de la mula ni del torrent: hablo de buscar en Google, de descargar videos de YouTube, de RapidShare y Megaupload, de pasar una canción por Bluetooth en el patio del colegio… hablo de que, en la red de hoy, los contenidos son tan, tan profunda y fácilmente accesibles en todo momento con un simple clic, que el que paga simplemente lo hace porque le da la gana. Que no digo que esté mal, me parece perfecto que alguien escoja iTunes o cualquier otro sitio de pago porque le apetece, porque no se quiere molestar en buscar o porque se siente más a gusto pagando, pero que la opción de descargar gratis está ahí y está accesible de manera ubicua es completamente real, es premisa cierta. Y a medida que pasa el tiempo y cuando ya tenemos la perspectiva suficiente como para apreciarlo, la facilidad es cada vez mayor.
La veracidad del argumento la compruebas cada vez que hablas, por ejemplo, con políticos. Todos ellos admiten, tras preguntarlo de la manera adecuada, que se bajan contenidos de la red por todo tipo de métodos. Ellos, sus hijos, sus amigos… todo el mundo que quiere y sabe hacerlo. Lo admiten, y si eres “de los que saben de eso”, hasta te preguntan dudas, trucos y sistemas que lo optimicen entre guiños de complicidad. Sin embargo, todos sin excepción se ponen la máscara a la hora de legislar: deciden ignorar la realidad, dan la espalda incluso a lo que conocen por experiencia, hablan de “piratería”, afirman que “es terrible”, que “pobrecitos artistas”, que “la música se muere”, que hay que “compensar a los creadores”, que se “destruye valor”… todas las mentiras habituales, una detrás de otra, como quien lee un guión malo. Al ser presionados por los lobbies de los artistas, de los editores, de los intermediarios de la propiedad intelectual o de esos que se hacen llamar “creadores” en modo excluyente como si el resto no lo fuéramos, los políticos ponen gesto contrito, esconden esos argumentos del tipo “es que tenéis que adaptaros a los tiempos” que en algún momento les pasaron por la imaginación pero que no terminaron de cuadrar bien, y se alinean para legislar estupideces inútiles y sin sentido como perseguir a los ciudadanos, anular derechos tan basicos como el de la intimidad, nombrar vigilantes a los prestadores de servicios de conectividad, cortar el acceso a la red, llevar a juicio a quienes hacen lo mismo que ellos, confundir términos interesadamente entre quien tiene ánimo de lucro y no lo tiene, etc.
La palabra es “estupor”. Por mucho que un político sea alguien a quien se paga por poner cara de “A” mientras dice “B” y piensa “Z”, el nivel de hipocresía y de falsedad al que hemos llegado es tan profundamente absurdo, tan de pastiche, de sainete, que por algún lado se tiene que romper. No podemos seguir aceptando sin pestañear que exista una industria que por un lado se aproveche de los creadores, de los que realmente generan el valor, mientras por otro pone en el mercado productos innecesarios y del siglo pasado, y además se lo lleven crudo por métodos tan simples como robarnos con permiso de la ley cada vez que compramos determinados productos. Que hacer dos clics en dos vínculos de mi navegador sea una acción ilegal, pero estafarme diez euros por una tarrina de CD que vale ocho no lo sea es un contradiós tan grande y tan absurdo que simplemente clama al cielo.
¿Somos todos conscientes de que todos esos argumentos sobre la propiedad intelectual son hoy en día basura incomestible, inútil en los tiempos que corren y que es preciso reescribir de arriba a abajo? ¿Que el Convenio de Berna se escribió en una época en la que Internet no existía, y hoy solo vale para legitimar que algunos se sigan enriqueciendo sin generar valor alguno? La respuesta es sí: son conscientes, del primero al último, incluyendo a políticos, artistas y hasta sociedades de gestión. Pero mientras dure, duró. Paguemos entre todos su negativa a reinventarse, que es más fácil seguir como estamos y eso de reinventar da mucha pereza. Sea injusto, sea absurdo, o tengamos que mantener el gesto hipócrita detrás de la careta, aquí lo importante es lo importante: que podamos cambiar las leyes a nuestro antojo mediante métodos tan viles y alucinantes como las “enmiendas torpedo” introducidas por la puerta de atrás (ironía intencionada) o que podamos chupar del bote noventa y cinco años en vez de cincuenta. Cada día que pasa, con cada nuevo intento de cambiar la ley, de redefinir la verdad, de recortar libertades o de anunciar el apocalipsis, se nos queda más cara de imbéciles, se nos agota el recurso a la sorpresa. Es contrario a la lógica, al sentido común, y a todo lo que se nos ocurra. Es, simplemente, la hipocresía en la vida moderna.
(Enlace a la entrada original - Licencia)
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Si después de hacer tu comentario este no aparece, no se trata del espíritu de Dans que anda censurando también aquí, es que se ha quedado en la cola de aceptación. Sacaré tu mensaje de ahí tan pronto como pueda, si bien el supersistema este tampoco me avisa de estas cosas, por lo que tengo que estar entrando cada cierto tiempo a ver si hay alguno esperando. Un inventazo, vaya.