Interesantes cifras: la caída del volumen de correo postal en los Estados Unidos durante el año pasado fue la mayor de sus doscientos treinta y cuatro años de historia, y el declive proyectado para los próximos dos años es de diez mil millones de envíos anuales. Desde los doscientos trece mil millones de envíos del año 2006, a los ciento setenta mil millones proyectados para 2010 (datos del Washington Post, vía BuzzMachine).
La cifra permite tangibilizar un declive claramente visible: ya prácticamente nadie escribe cartas, muchas empresas como los bancos optan cada vez más por ofrecer a sus clientes información a través de la web en lugar de por correo postal, y hasta desciende el uso de las típicas felicitaciones de Navidad. Al buzón de casa únicamente llega correo basura o cosas con nulo interés, cuando se trata de algo necesario, suele requerir una firma. En algunos países, el servicio de correos ofrece incluso la posibilidad de escanear los documentos y enviarlos por correo electrónico a petición del receptor.
Estados Unidos fue un país que me sorprendió por su dependencia del correo físico: en los años que vivimos allí, prácticamente todas las facturas se pagaban por correo, lo que generaba un volumen completamente inusual de correo para un español. Aún hoy, con muchos bancos que ya permiten servicios equivalentes a la entonces inexistente domiciliación de recibos, la gran mayoría de la población norteamericana sigue utilizando el envío de cheques por correo para pagar sus facturas. En España, cada día más, enviar algo por correo se está convirtiendo en un gesto obsoleto, en algo que haces en pocas ocasiones y que te resulta incómodo porque ya casi ni recuerdas la localización de un buzón. En Estados Unidos, de hecho, están reduciendo el número de éstos, con el fin de ajustar el coste de un servicio cada vez menos utilizado. Hace ya unos dos años que escribí sobre la lenta muerte del correo, y los números que veo en el Washington Post dan validez a lo que entonces eran afirmaciones hipotéticas. El correo físico no va a desaparecer, pero va camino claramente de convertirse en algo vestigial, ligado a personas sin acceso a la red, a servicios muy específicos, o a la propia logística generada por la red.
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