Pocas cosas resultan más patéticas que ver a alguien que no aprende de sus errores, y que de manera reiterada vuelve a caer una y otra vez en el mismo problema.
Eso, simplemente, es lo que me evoca el comportamiento de la industria de los contenidos, en este caso de las empresas editoriales, al ver la secuencia de eventos que están protagonizando últimamente: primero, el “triste lamento” de Jose Manuel Lara anticipando un problema que aún no se ha producido. Semanas después, el artículo de Ramón Muñoz en El País hablando de una “terrible realidad” completamente ilusoria y carente de toda base comprobable o fehaciente. Y un par de días después, un supuesto “estudio” completamente sesgado, que es presentado como presunta “prueba del delito”.
Es exactamente la misma secuencia absurda que lleva años utilizando la industria de los contenidos en su sistema de intoxicación mediática. De hecho, hasta se repiten los mismos patéticos y completamente desprestigiados personajes, esos que un día fueron periodistas de oficio o empresarios supuestamente de éxito y que hoy todos conocemos como fantoches asociados a una causa perdida, carentes de toda legitimidad y con un prestigio profesional manchado de manera indeleble para el resto de su vida.
En realidad, el hecho de que tanto las “percepciones” de Lara, como el artículo de Ramón Muñoz (fantásticamente respondido por Ricardo Galli), como ese “estudio” cuyos presuntos autores no quieren hacerse responsables y te remiten a quienes lo pagaron para las aclaraciones tienen exactamente la misma base: ninguna. Son una triste sucesión de sensaciones, lugares comunes, mentiras, falacias, falsedades y exageraciones utilizadas únicamente como medio para conseguir un fin. Acabarán de nuevo engatusando a políticos, promulgando leyes de imposible cumplimiento, ganándose a pulso el odio de los que un día fueron sus clientes, y comiéndose sus copias físicas con patatas fritas, mientras ven cómo lo que un día fue su negocio se va convirtiendo en curiosidad para coleccionistas.
La realidad sigue siendo tozuda. Tanto, que resulta de verdad increíble que puedan ser tan desesperantemente idiotas como para no ver la evidencia: que esto es completamente imparable, que ni siquiera en los países en los que se han aplicado medidas más coercitivas se ha obtenido el efecto buscado, y que lo que sí se ha conseguido es un efecto de desgaste tal, que la industria es hoy una patética e impopular sombra tanto de lo que fue como de lo que pudo haber sido de haberse planteado esta guerra de otra manera. Que si en lugar de insultar y llevar a juicio a sus clientes hubiese hecho lo que hacen las industrias habitualmente, trabajar por entenderlos, repensar la propuesta de valor y alinear sus fines con los de ellos, las cosas habrían sido muy distintas. Y que la “crisis de la música”, la “crisis del cine” o la “crisis del libro” no tiene nada que ver con que haya crisis de quien quiere de verdad hacer música, crear películas o escribir libros, y ganar dinero con ello. Que más de diez años después, no hay ni menos música, ni menos películas, ni menos libros, ni menos calidad en ninguno de los casos: es solo la crisis de quienes ya no generan valor en esas industrias, de los copistas que no se supieron reconvertir en otra cosa. Nos habríamos ahorrado mucho, muchísimo tiempo, esfuerzos y dinero no haciéndoles caso desde el primer momento, como de hecho nos indicaba nuestro sentido común antes de que su triste dialéctica de intoxicación informativa desarrollase su efecto.
Mismos errores, mismas tácticas, y hasta mismos personajes. Intuíamos que la industria editorial también se iba a equivocar, pero jamás pensamos que lo haría de forma tan poco original. Como no podía ser de otra manera: un error de libro.
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Si después de hacer tu comentario este no aparece, no se trata del espíritu de Dans que anda censurando también aquí, es que se ha quedado en la cola de aceptación. Sacaré tu mensaje de ahí tan pronto como pueda, si bien el supersistema este tampoco me avisa de estas cosas, por lo que tengo que estar entrando cada cierto tiempo a ver si hay alguno esperando. Un inventazo, vaya.