07 abril 2012

Developers, developers, developers?

La mayoría de los críticos y analistas coinciden con que Microsoft y Nokia han conseguido poner en el mercado una buena gama de terminales, razonablemente competitivos con respecto a las alternativas existentes, lo cual, unido a las relaciones que tanto la empresa finlandesa como la de Redmond atesoran con actores importantes en la industria, debería proporcionarle oportunidades significativas en cuota de mercado.

Sin embargo, todo indica que sigue faltando un ingrediente fundamental: las aplicaciones. Frente al parque de más de quinientas ochenta y cinco mil aplicaciones disponibles en la App Store de Apple y las más de cuatrocientas cincuenta mil disponibles para Android en Google Play, Windows y BlackBerry palidecen con unas setenta mil aplicaciones cada uno. El resultado es evidente: para todo aquel que tenga cierta familiaridad o referencias de los dos primeros entornos, pasarse a cualquiera de los dos segundos implica encontrarse de repente en un páramo sombrío en el que la mayoría de las aplicaciones que conoce o de las que oye hablar no están disponibles, mientras se ve rodeado por otras ofertas de muy dudosa calidad.

Así que, del mismo modo que Steve Ballmer voceaba hace ya doce años en un escenario su Developers, developers, developers…, Microsoft ha decidido poner coto al problema. ¿Cómo? Sencillamente, sacando la chequera y colaborando con cantidades que oscilan entre los sesenta y los seiscientos mil dólares, en función de la complejidad y el atractivo de la aplicación, a aquellos desarrolladores que opten por adaptar sus creaciones al entorno del Windows Phone. El programa comenzó antes de que el desarrollo del terminal y el sistema operativo estuviese finalizado, y parece ser que en la mayor parte de los casos consiste en pagos a un tercero, no directamente al desarrollador, para que se haga cargo de todo sin detraer recursos ni alterar las prioridades del mismo. Una aproximación destinada a hacer atractiva la presencia de la aplicación en el entorno Windows en modo hands-off que podría probarse efectiva durante las primeras etapas, pero que podría resultar comprometida de cara a la evolución y futuras versiones de las aplicaciones: ni es de esperar que Microsoft quiera seguir pagando a terceros para trasladar a su entorno los nuevos desarrollos que las aplicaciones vayan incorporando, ni que los desarrolladores quieran – sepan – puedan hacerse cargo ellos mismos de evolucionar un código que fue “creado en otro sitio”.

En cualquier caso, es una prueba más de la importancia de las aplicaciones y del ecosistema de desarrollo en el éxito de las plataformas de telefonía: aunque los números puedan parecer absurdos a primera vista (¿pueden no ser suficientes setenta mil aplicaciones?), la realidad indica que un ecosistema, para ser percibido como vivo y dinámico por sus usuarios, requiere de muchas más. Según muchos, a día de hoy, la cosa es tan sencilla como que apps sell phones: muchos usuarios determinan la compra de uno u otro terminal en función de las aplicaciones que saben que van a tener disponibles en él. Microsoft financió el año pasado más de ochocientos cincuenta talleres de desarrollo de aplicaciones en todo el mundo, más del triple que el año anterior y seguramente menos de los que ofrecerá este año, en un movimiento claramente destinado a reforzar dicho ecosistema y hacerlo atractivo a los desarrolladores. Además, se esperan condiciones de monetización diferencialmente interesantes, que contrastan con la necesidad de ofrecer un número significativamente elevado de aplicaciones gratuitas para reforzar el atractivo de la plataforma a los usuarios.

Una ecuación, sin duda, difícil de cuadrar, y una muestra de cómo un factor externo, la comunidad de desarrollo que rodea a una plataforma, puede convertirse en una fortísima barrera de entrada a una industria. Industria que, no lo olvidemos, será tanto más atractiva para los usuarios cuanto más competitiva y más actores razonablemente exitosos se mantengan en ella.



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