Hace no tantos años, el mundo entero se escandalizaba observando las prácticas de regímenes como el chino o el iraní, que desarrollaban técnicas y adoptaban tecnologías para poder espiar las comunicaciones de sus ciudadanos en la red. Los adjetivos aplicados a esos países eran a todas luces inequívocos: liberticidas, antidemocráticos, irrespetuosos con los derechos humanos… todo era invocar la memoria de Orwell y su Gran Hermano, mientras se condenaba la obsesión por el control de esos regímenes calificados como dictatoriales.
El Reino Unido anunció ayer, y no era un April Fools, el desarrollo de un nuevo paquete legislativo para permitir la monitorización sistemática del correo electrónico y la navegación web de los ciudadanos sin ningún tipo de supervisión judicial. Una democracia teóricamente consolidada como la británica, siguiendo el rumbo marcado por países como China o Irán, y haciendo pública la que hasta ahora era secreta envidia por la capacidad de control del Estado sobre sus ciudadanos existente en esos países. Las reacciones ante unas medidas sobre las que ya se ha informado a los ISP y que se pretende entren en vigor en menos de un mes no se han hecho esperar: desde políticos que lo consideran “una innecesaria extensión de las posibilidades del Estado para espiar a personas normales” hasta ciudadanos que han decidido protestar poniendo en copia a David Cameron o al Government Communication Headquarters (GCHQ) en todos sus correos, para “evitarles un trabajo innecesario”.
La deriva es peligrosísima, y sigue las dinámicas conocidas: invocar al miedo y a la seguridad de los ciudadanos como justificación de unas medidas de control absurdas e innecesarias. La idea de “yo no hago nada malo ni pienso hacerlo, y por tanto no me importa” es una absoluta barbaridad. Por enésima vez, es preciso citar a Benjamin Franklin:
Those who can give up essential liberty to obtain a little temporary safety, deserve neither liberty nor safety”
(Aquellos que están dispuestos a entregar sus libertades fundamentales a cambio de un poco de seguridad temporal, no merecen libertad ni seguridad”)
En un estado democrático, la tecnología debería servir para que los ciudadanos pudiesen controlar con total transparencia el trabajo de unas instituciones a las que han encomendado un trabajo de delegación y representación, nunca al revés. A partir del momento en que esas instituciones pretenden utilizar la tecnología para espiar a sus ciudadanos, es que algo enormemente importante se ha perdido. Medidas así solo provocarán el desarrollo cada vez mayor de herramientas de cifrado, la popularización progresiva de una red por la que todo caminamos permanentemente enmascarados. Permitir la monitorización no es colaborar con las autoridades ni con la seguridad: es, sencillamente, una aberración.
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Si después de hacer tu comentario este no aparece, no se trata del espíritu de Dans que anda censurando también aquí, es que se ha quedado en la cola de aceptación. Sacaré tu mensaje de ahí tan pronto como pueda, si bien el supersistema este tampoco me avisa de estas cosas, por lo que tengo que estar entrando cada cierto tiempo a ver si hay alguno esperando. Un inventazo, vaya.