25 agosto 2012

Apple vs. Samsung: ¿bueno para quién?

Las nueve personas encargadas de formular un veredicto en el caso Apple vs. Samsung por infracción de patentes lo hicieron de manera sorprendentemente rápida, dada la complejidad del caso, y sobre todo, contundente, proporcionando a la empresa de la manzana una épica victoria, que coincide con el aniversario de la retirada de Jobs como CEO de la compañía, y que ha dado lugar a una apreciación de su ya de por sí elevadísimo valor en bolsa para alcanzar su valor más alto de todos los tiempos.

El veredicto da la razón a Apple en seis de sus siete argumentos, obliga a Samsung a pagar una compensación de más de mil millones de dólares – entre la mitad y un tercio de la que Apple originalmente solicitaba – y deniega a la compañía coreana todas sus pretensiones de pagos recíprocos. Para Samsung, decididamente un desastre. Aún así, el importe, aunque obviamente elevado, no supone un terrible problema para una compañía que obtuvo beneficios del cuádruple de esa cantidad tan solo en el segundo trimestre del presente año. La guerra, además, continuará con más batallas: las apelaciones de Samsung, por un lado, y las peticiones de retirada de productos y daños adicionales de Apple, por el otro. El próximo episodio, el día 20 de septiembre.

Una victoria que, sin duda y como se esperaba, tiene el potencial para cambiar toda una industria. Primero, porque consagra las posibilidades de una manera de competir, en base a la posesión de patentes, que puede resultar en una espiral armamentística peligrosísima, que restrinja gravemente las posibilidades de innovación futuras. Para una empresa que pretenda innovar en este segmento, las barreras de entrada acaban de elevarse hasta el infinito. Para quienes se han blindado en este sentido, como Google o Microsoft, las consecuencias podrán ser algo menores: básicamente, porque siguen la misma estrategia, la de dotarse de paquetes de patentes que puedan intercambiar y protegerse mediante los acuerdos oportunos. El panorama de la telefonía móvil es ya de por sí completamente absurdo, con compañías que ganan dinero por asustar a otras con sus patentes pero sin vender realmente nada, mientras otras venden pero solo ganan de manera indirecta, y un reparto de poder e influencia cada día más enrevesado. Desgraciadamente, el preludio de una competencia mucho menos sana, más compleja, y con menores beneficios para el consumidor.

¿Copió Samsung a Apple? Sin duda. Samsung y todos los demás. Resulta completamente evidente para cualquiera que tras el anuncio del iPhone el 9 de enero de 2007, todos los terminales iniciaron una loca carrera por parecerse a él. Realmente, no era eso lo que se juzgaba. Lo que se determinaba, en realidad, eran los términos de negociación que unos y otros podrán poner encima de la mesa en el futuro. En juego estaban los importes que unos tendrán que pagar a otros por utilizar un factor forma determinado, una metáfora, un procedimiento, un nombre… todo un complejo entramado que pretenderá regular la competencia en unos términos sin duda nocivos para quienes deberían darle sentido: los consumidores. La respuesta de Samsung tras escuchar el veredicto es básicamente la interpretación correcta: no debe interpretarse como una victoria de Apple, sino como una derrota de los consumidores y de la competencia.

Sí, Samsung copió a Apple, como lo hicieron todos. Pero del resultado de este juicio no va a salir ningún tipo de incentivo para la innovación en el futuro, y sí más bien todo lo contrario. No, el resultado del caso Apple vs. Samsung no va a obligar a las compañías en liza a ser más innovadoras y a dejar de parecerse tanto entre sí: los diseños rompedores no aparecen porque haya leyes en ese sentido, sino como fruto del trabajo y la inspiración. Lo único que podemos esperar del resultado de este juicio es una competencia más alambicada, más artificial, y en la que la relevancia de la verdadera innovación dejará paso a la importancia de los factores legales, del quién-tiene-patentado-qué, de los acuerdos de no agresión, de las alianzas y del compadreo. Competencia decidida en los despachos en lugar de en donde debe realmente decidirse, en el mercado. Mala cosa.



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