04 agosto 2012

High-frequency trading: la evidencia de un sistema roto

Es el último escándalo en los mercados financieros, seguramente pudiste verlo en los medios hace un par de días: un algoritmo mal calibrado en la firma Knight Capital, especializada en la ejecución de transacciones para brokers, provoca pérdidas de 440 millones de dólares sobre transacciones de ciento cincuenta valores del NYSE.

Los mejores análisis a posteriori del tema los he leído en el New York Times y en Wired, en donde aparece un muy recomendable artículo de cinco páginas, Raging bulls: how Wall Street got addicted to light-speed trading, que define perfectamente el escenario en donde esta trama ha tenido lugar: el mundo del high-frequency trading, HFT o negociación de alta frecuencia. Transacciones de una fracción de un centavo cada vez, multiplicadas por cientos de acciones, decenas de miles de veces al día. Posiciones que se mantienen abiertas durante escasísimas fracciones de segundo, en posiciones que son saldadas al final de cada día.

Ordenadores llevando a cabo transacciones a mucha más velocidad de la que los humanos pueden plantearse analizar o reaccionar. El high-frequency trading comenzó a tener lugar en 1999, cuando la SEC autorizó los intercambios electrónicos: a principios del 2000, una operación media de compraventa tardaba varios segundos, pero en 2010 este tiempo había disminuido, primero hasta los milisegundos, después hasta los microsegundos. Se trata de un tipo de negociación en los mercados financieros que se ha mantenido escasamente conocida fuera del sector financiero desde su creación, y cuyos protagonistas se alejan bastante del estereotipo de las películas de brokers de Wall Street.

Básicamente, un escenario que evidencia un sistema roto, que ha escapado al control de las reglas que lo diseñaron, y cuya finalidad se ha perdido completamente: ya no se trata de un mercado diseñado para obtener financiación para las actividades económicas, sino de uno pensado específicamente para la más pura especulación. Un sistema que precisa de la mayor reorganización que la economía ha vivido en toda su historia, de un auténtico “borrón y cuenta nueva”: si inviertes hoy en bolsa no eres más que el peón absurdo de una enorme partida en la que todos los elementos escapan a tu control. O, mejor dicho, escapan a todo control. En este entorno, que los bancos se conviertan en un cártel que manipula el LIBOR para timar a sus clientes, que manipulen y reordenen los recibos de sus clientes para incrementar los cargos por descubiertos, que coloquen productos financieros complejos a jubilados e inversores inexpertos o que tenga lugar el más alucinante de los saqueos de todo el sistema de cajas de ahorros de todo un país pasa a entrar dentro de lo que ya casi ni se considera noticia. Es lo que hoy en día cualquiera puede esperar de su banco. Eso, y que no haya el más mínimo interés por buscar a los responsables y meterlos entre rejas.

Y no, la culpa (obviamente) no es de la tecnología, sino de la naturaleza humana. A día de hoy, la totalidad del sistema financiero está roto, y necesita un urgentísimo rediseño desde cero que nadie parece estar en disposición ni tener capacidad de hacer. No, los escándalos y los errores no son el problema. Son solo el síntoma. Lo que viene detrás es mucho peor.



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