22 septiembre 2013

Sobre la práctica de escribir en la red

Written in stoneCon el creciente auge de la web social y la creación de contenidos, van tomando protagonismo una serie de prácticas a las que el hecho de escribir en red empieza a dar carta de naturalidad, en contraposición con las limitaciones de los soportes físicos tradicionales. Cada día más, me encuentro haciendo ediciones, añadidos o cambios a mis textos de una manera que obviamente sería imposible cuando estos estaban escritos en papel, pero que, por otro lado, me parece completamente lógica y justificada.

La idea de un paso de consolidación en una obra escrita, un “momento de la verdad” en el que lo escrito queda de alguna manera fijado permanentemente, pertenece a un momento histórico en el que el proceso de edición generaba un soporte inamovible, una serie de copias que resultaba operativamente complejo enmendar. Una vez impreso un periódico o una revista, los errores de cualquier tipo salían con las copias, y solo podían ser corregidos a posteriori mediante una fe de erratas – o, en caso verdaderamente excepcionales, retirando la edición. Una vez impreso, impreso estaba, y así se quedaba.

En la web, las circunstancias son obviamente diferentes. Nada impide al autor de un texto volver a abrir su herramienta de edición y cambiar partes del mismo, incorporar correcciones, enlaces o matices. El proceso de evolución desde el código de conducta del medio impreso nos ha llevado, sin embargo, a ser relativamente conservadores con este tipo de prácticas: muchos medios en la web optan por no hacer correcciones una vez publicado algo, o bien por hacerlas utilizando el formato strikethrough para mantener la versión originalmente publicada y evidenciar los cambios introducidos. Si bien en algunos casos puede entenderse el interés por preservar la versión original, particularmente cuando su publicación dio lugar a reacciones que podrían quedar posteriormente descontextualizadas al enmendar aquello que les dio origen, mi impresión es que ese código proviene de una limitación tecnológica vinculada al soporte que, simplemente, ha desaparecido.

Lógicamente, no hablamos de cambiar completamente el sentido de lo escrito, o de alterar la posición sostenida como base por el autor. Mi interés cuando escribo sobre un tema es plasmar lo que tengo en la cabeza sobre él, junto con la serie de vínculos que lo apoyan o que permiten ampliar la información sobre lo escrito. En mi proceso creativo, no existe realmente un “momento de la verdad”, sino algún tipo de mecanismo que dispara el momento de sentarse frente a la herramienta de edición. A partir de ese momento, la creación transcurre “en la intimidad”, yo mismo con mi pantalla, una ventana con fuentes en la que selecciono enlaces y hago búsquedas, y el recuadro en el que compongo el texto. Terminado el proceso creativo, en un final que habitualmente tiene lugar no porque no tenga más que decir, sino por puro cansancio, aprieto el botón de “Publicar” y el texto pasa a tener una “vida pública”: aparece en los lectores RSS de las personas suscritas a la página, y comienza a recibir visitas desde las redes sociales en las que lo suelo publicar.

Resulta bastante habitual que, una vez publicado, y bien por algún comentario o por una simple relectura, me encuentre con que el proceso de creación me ha llevado a olvidarme de alguno de los argumentos en los que quería haber incidido. No hablamos ya de simples errores tipográficos o de redacción: esos los corrijo en cuanto los veo o me los señalan, sin más crédito que, en ocasiones, contestar al mensaje con un agradecimiento. Pero cuando se trata de un argumento que pensé, pero que finalmente me olvidé de reflejar, típicamente, añado un párrafo tras la publicación. Es algo que empecé a hacer con entradas cuya temática estaba transcurriendo, con el llamado live-blogging: publicas una primera referencia, pero continúas enriqueciéndola a medida que llegan más datos o el evento comentado sigue su curso. Su traslado a una entrada normal me resulta muy natural, de manera que cada día me resulta más normal publicar algo y que la versión “final” no se consolide realmente hasta haber transcurrido, en ocasiones, varias horas desde su publicación original. Sin embargo, las reacciones a esto suelen ser escasas: la gran mayoría de las personas simplemente no comparan versiones, leen como es lógico una sola vez, y no se aperciben de este tipo de ediciones posteriores a la publicación.

Otra práctica que me resulta cada vez más habitual es el añadido de enlaces: información que encuentro tras haber publicado la mía, en ocasiones incluso análisis o ideas que se publican posteriormente, pero que me parece que aportan interés. Es muy habitual en eventos o noticias que acaban de suceder: dado que mi revisión de la actualidad del tema no se detiene tras mi publicación, seguir encontrando otras fuentes que apoyen lo escrito resulta bastante frecuente. Desde el punto de vista de la publicación tradicional, esto da lugar a una paradoja temporal: un escrito anterior vincula con otro que fue escrito posteriormente. De nuevo, una limitación que estimo que la web no tiene por qué tener. Mi criterio es puramente utilitarista: si creo que el nuevo enlace enriquece las conclusiones de alguna manera, lo incorporo. En el caso de Medium, existe además una herramienta, el “Suggest a link for further reading”, que en algunas ocasiones utilizo para este tipo de función.

La información en la web tiene varias vidas: tras la explosión de tráfico inicial que tiene lugar en el momento de la publicación y horas subsiguientes, lo publicado pasa a los motores de búsqueda, y disfruta de una segunda existencia en la que surge cuando alguien hace una búsqueda determinada. Abandonar completamente lo publicado tras el momento de la publicación como quien envía los ejemplares de un periódico a los quioscos tiene, por ello, cada vez menos sentido. En algunas ocasiones, incluso, la edición ocurre meses o años después, cuando surge alguna noticia que me lleva a pensar que puede tener sentido actualizar algo escrito hace tiempo con lo sucedido posteriormente. En esos casos, hago una actualización en forma de nota al pie, que creo que puede aportar datos a aquel que revisita lo escrito pasado el tiempo.

Obviamente, la edición a posteriori no puede hacerse con todo lo escrito: ni tendría sentido, ni sería físicamente posible responder a una especie de “paternidad responsable” que continúa eternamente dando forma al texto tras su publicación. Los textos son reflejo de un contexto, y no tiene sentido alterar completamente el sentido de lo que decían en función de los cambios de dicho contexto. Pero en determinadas ocasiones, estimo que sí resulta razonable, y que de hecho, constituye una de las pruebas de la superioridad del medio electrónico frente al medio papel: no hacer uso de esa función representaría una herencia de limitaciones tecnológicas de otra época, un conservadurismo que, al menos para mí, resulta absurdo. Sinceramente, no sé hasta qué punto estamos reescribiendo algún tipo de dogma o acto de fe del periodismo, pero dudo mucho que, en mi libro de estilo particular, sea algo que esté dispuesto a dejar de hacer en el futuro.








(Enlace a la entrada original - Licencia)

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