14 mayo 2012

Sobre startups, financiación, asesores y decisiones complejas

Varios artículos me han llamado la atención recientemente sobre uno de los temas que más trabajo, el de las startups tecnológicas: por mi trabajo como profesor en IE Business School, una escuela en la que todos los alumnos pasan por la experiencia de desarrollar un plan de negocio en la fase de idea y que un muy notable porcentaje de ellos llevan hasta sus fases finales de análisis e incluso hasta su puesta en marcha, suelo tener la oportunidad de analizar una gran cantidad de proyectos con base tecnológica, bien de mis propios alumnos o de alumnos de otros grupos que me contactan directamente.

En ese sentido, acabo de ver hoy el tercer capítulo de una serie de artículos de Scott Edward Walker en TechCrunch acerca de la financiación de startups mediante obligaciones convertibles (convertible notes) que me ha parecido que puede aporta bastante a este tipo de compañías: desde hace cierto tiempo veo cada vez más startups recurriendo a este tipo de mecanismo de financiación, y el tema resuena con las dificultades que suelo encontrarme en estas compañías cuando tienen que balancear las necesidades de financiación con cuestiones como el nivel de compromiso o el control. Son, concretamente, estos tres artículos:

Los artículos me llamaron la atención porque el tema de la estructura financiera es precisamente uno de los que, a pesar de mi experiencia con startups y del hecho de trabajar en una escuela de negocios, no suelo entrar nunca a la hora de dar consejos. Decididamente no es mi tema, no me encuentro cómodo en ese tipo de análisis, y tiendo, como mucho, a recomendar a otras personas que considero que pueden proporcionar asesoría en ello. Sin embargo, es muchas veces un tema crucial, que juega en ocasiones un papel fundamental en el futuro de las compañías a medida que evolucionan.

Esto me trae a colación el segundo artículo, de Micah Baldwin, titulado Advisors stop screwing startups, sobre el que precisamente hoy escribe Iñaki Arrola en su blog con el título “Sobre mentores y startups“: conocí el artículo original también a través de Iñaki, y la verdad es que me encantó, hasta el punto de recomendarlo de manera encarecida en mis cursos y a quienes me piden asesoría. Estoy enormemente de acuerdo con la gran mayoría de los puntos del artículo. Por mi experiencia en entornos académicos, hay una figura que siempre he tenido cruzada en mi subconsciente como “territorio prohibido”: la del director de tesis o de departamento que utiliza  los estudiantes o a los profesores jóvenes para engordar su cuenta de publicaciones personal, y firma todo lo que de allí sale. Me parece una práctica odiosa, una forma de aprovecharse del trabajo de terceros, algo que no puedo soportar.

Con las startups me pasa exactamente lo mismo: me reconozco como un emprendedor frustrado. Encontré mis limitaciones relativamente pronto, cuando teniendo una idea ya analizada, estudiada y lista para ser lanzada, me encontré con que “me entraba el miedo” y decidí quedarme fuera, viendo como otros montaban algo en cuya conceptualización yo había tenido un papel fundamental. No me dio especial rabia, lo entendí como una limitación personal, como que estaba definiéndome personalmente en virtud de mis características como persona, pero me dejó un poso claro: un enorme respeto y aprecio al trabajo de los emprendedores: hacen algo que yo no soy capaz de hacer.

A partir de esas ideas, sí estoy implicado en la asesoría a algunas empresas, algunas de ellas startups tecnológicas. En algunas de ellas tengo participación. Nunca, en ningún caso y bajo ningún concepto, esa participación ha venido de una petición mía. Mi trabajo con startups es algo que, para mí, se paga solo, sin necesidad de tener participación en ellas: como académico, siento la necesidad de estar en contacto con “el mundo real” de las compañías y los procesos de toma de decisiones. No estarlo me convertiría en un “académico de torre de marfil”, algo que no soy ni bajo ningún concepto quiero ser, porque el lado práctico es fundamental en mis clases.

Las participaciones que tengo provienen de que, en algunas de las empresas a las que he asesorado, los propios emprendedores me ofrecen una participación, a lo que invariablemente respondo que me parece bien, pero que tienen que entender que lo que estoy haciendo con ellos lo seguiría haciendo exactamente igual si esa participación no me hubiese sido ofrecida. Son participaciones nunca superiores al 1%, que suelen diluirse y rediluirse en las sucesivas rondas de financiación, y que no condicionan jamás nada de lo que hago con esas compañías. Nunca he hecho un exit de ninguna de ellas, aunque obviamente si alguna de ellas es adquirida, y dado que mi interés suele ser trabajar con los emprendedores, no niego la posibilidad de hacerlo si se dan las circunstancias. No considero mis porcentajes en startups una manera de ganar dinero, sino una forma de ganar experiencia. Sí suelo, por respeto religioso a mi principio de transparencia, reseñarlas en el blog, aunque por supuesto mantengo que las entradas en mi blog jamás han tenido ni tendrán ningún tipo de precio: solo recogen lo que me llama la atención, aquello en lo que trabajo, mis pensamientos, mis análisis y mi opinión.

Con las empresas con las que trabajo, mi participación es, por lo general, ayudar a pensar. Reuniones más o menos largas y periódicas de brainstorming y análisis, evitar errores que he visto en otros sitios y que constituyen mis “líneas rojas”, ayudar en los temas que sé y dejar claro en qué temas no sé, facilitar contactos… cosas que, sencillamente, me vienen bien en mi trabajo como profesor, pero por los que no marco ni he marcado nunca una tarifa. A lo mejor hay quien opina que facilitar un contacto es algo que vale dinero: yo a eso lo llamo “conseguidor” y no me gusta, es algo que, sencillamente, no quiero ser. Facilitar un contacto es escribir un correo electrónico o hacer una llamada: lleva poco tiempo, proviene del convencimiento de que hay algo a ganar para ambas partes, y ahí se queda. Nunca me han pagado por ello, ni quiero que así sea.

Por ese tipo de reflexiones me ha gustado especialmente el artículo de Micah Baldwin y la reinterpretación del mismo que ha hecho Iñaki Arrola: porque sí he visto de cerca asesores que actúan de otra manera. Que venden sus contactos, que negocian sus participaciones cuidadosamente, o que se convierten en un coste para el emprendedor. Por eso me parece un artículo que debe recomendarse a emprendedores, en el mismo tono que ese “Libro negro del emprendedor de Fernando Trías de Bes que me he hartado de recomendar a emprendedores: ¿realmente necesitas un asesor (o un socio)? ¿Realmente te va a aportar lo que crees que te va a aportar? ¿Realmente vale lo que le pagas, o estás pagando por unas conversaciones de reafirmación de lo que ya sabías y casi por una especie de “autoayuda”? ¿Vale la pena ofrecer una parte de algo que te está costando mucho poner en marcha por una promesa que no sabes realmente lo que te va a ofrecer? Si estás convencido de que lo vale, adelante. Pero la reflexión, en cualquier caso, siempre vale la pena.



(Enlace a la entrada original - Licencia)

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