En el día de la salida al mercado del iPhone 3G, resulta interesante detenerse a hacer una pequeña reflexión acerca de la competencia en el sector de los smartphones, sin duda uno de los más interesantes del momento, y sobre un aspecto en particular: la importancia de las terceras partes, o desarrolladores de aplicaciones, como factor competitivo.
Resulta llamativo que lo atractivo de un teléfono - aunque casi resulte ya ofensivo llamarle simplemente “teléfono” - dependa no tanto de factores como lo que trae consigo al salir de la caja, sino de lo que se le pueda instalar después: así, Google y la Open Handset Alliance lanzan su Android Developer Challenge con diez millones de dólares en premios, antes incluso de tener terminales puestos en el mercado, mientras Apple abre en la red su App Store unos días antes del lanzamiento del iPhone 3G, y RIM se precia, con su BlackBerry, de tener un enorme ecosistema de desarrolladores que puede visualizarse en sitios como BlackBerry Marketplace o, de manera tangible y directa, en el Wireless Enterprise Symposium (WES) al que tuve el privilegio de acudir recientemente.
Dos factores resultan bajo mi juicio importantes en el desarrollo de un ecosistema de aplicaciones: primero, entender que la competencia no es cerrada, sino abierta. RIM lo entendió cuando, hace años, pasó de un sistema de APIs restringido - tenían hasta un coste para acceder a ellas - y de permitir a duras penas que los desarrolladores de terceras partes pudieran “tener el privilegio” de llegar con ellas al segmento de usuarios de BlackBerry, a dar cada vez mayores facilidades: hoy en día, existen aplicaciones que convierten un BlackBerry en las cosas más insospechadas, desde gestores para administradores con los que pueden incluso resetear un servidor a distancia, hasta lectores de códigos de barras, aplicaciones de CRM variadas, o toda una suite de Google Apps. Es importante ser lo más abierto posible, hacerlo fácil para los desarrolladores, pero teniendo en cuenta que éstos, en su mejor interés, intentarán ofrecer sus aplicaciones a cuantas más plataformas sea posible, mejor. La ventaja de contar con una aplicación determinada, por tanto, resulta en la mayor parte de los casos, efímera, salvo cuando se basa en características específicas o funcionalidades del dispositivo: un GPS ya resulta poco diferencial, un acelerómetro puede serlo para algunas cosas, etc.
Segundo, el enfoque. Mientras las aplicaciones destinadas al mercado de consumo individual chocan con una propensión a pagar por ellas más bien escasa, las destinadas al mercado corporativo funcionan de manera completamente diferente, a menudo cubren funciones críticas, y precisan de requerimientos como la integración con los sistemas corporativos que pueden llegar a tener una gran importancia.
Competencia en base a convertirse en plataforma, y además, lo más abierta posible. Un ingrediente que cada vez vemos en más segmentos, y donde los smartphones no iban a ser una excepción. En el caso del iPhone, hemos pasado de una época de clientes relativamente savvy o “pioneros” que han tirado de procedimientos como el jailbreaking para poder instalar muchas de las aplicaciones que querían instalar, a otra de consumo cada vez más masificado en la que la iPhone App Store podrá tener mucho más que decir, pero seguramente sin perder ese “doble juego” tan característico de la marca. Veremos como funciona el factor plataforma, pero aquí hay mucho que aprender…
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Si después de hacer tu comentario este no aparece, no se trata del espíritu de Dans que anda censurando también aquí, es que se ha quedado en la cola de aceptación. Sacaré tu mensaje de ahí tan pronto como pueda, si bien el supersistema este tampoco me avisa de estas cosas, por lo que tengo que estar entrando cada cierto tiempo a ver si hay alguno esperando. Un inventazo, vaya.