26 diciembre 2010

Cuestionando el copyright


Muy inspiradora esta página, QuestionCopyright.org, que invita a repensar el modelo de copyright a la luz del nuevo escenario tecnológico. Muy al hilo de libros indispensables para entender la situación actual como The gridlock economy, de Michael Heller, pero ilustrado mediante viñetas y vídeos para que se haga más accesible.

El verdadero problema de la cultura y de los creadores no está en los usuarios: está en los intermediarios que han adquirido un monopolio absoluto de sus creaciones, y son los que de verdad impiden que los creadores puedan generar valor. Acostumbrados a un ecosistema en el que el control de la copia y la distribución les otorgaba elevados márgenes, ahora se niegan a perder sus prebendas y pretenden confundirse con la actividad creativa, cuando son meros intermediarios que han dejado de añadir valor. Esa es la eufemísticamente denominada “industria cultural” que tanto se afanan en defender nuestra ministra y su gobierno. Si alguna vez pensaste que la “ley Sinde” y su encendida defensa tenía algo que ver con la protección de la cultura, piénsalo de nuevo. Absolutamente nada que ver. Es todo una cuestión de intereses económicos no centrados en el creador. La verdadera cultura se defiende eliminando monopolios, reconvirtiendo la industria y liberando la creación cultural.

En las últimas horas he ido apuntando en mi Twitter hacia artículos como éste de Manuel M. Almeida o éste de Nacho Escolar. Las páginas de descargas solo revelan una verdad clara: que los creadores, oprimidos por una industria cultural rígida, obsoleta y alejada de unos clientes a los que insulta cada vez que habla, carecen de maneras viables y razonables de hacer llegar su producción a su público. Discográficas, productoras y editoriales dejan oportunidades y dinero encima de la mesa, que las páginas de descargas vienen a recoger por el lado irregular, por el que no compensa a los creadores. Antes, mucho antes de intentar perseguir a lo que no puede ser perseguido (obsérvese el “éxito” de experiencias similares) hay que atacar el problema en su raíz: modificar la legislación de propiedad intelectual, crear un verdadero mercado con alternativas, y proporcionar al binomio creadores – público oportunidades para entenderse sin que un innecesario comisionista en el medio se lleve el 90% de las ganancias únicamente a cambio de imponer restricciones.

Reducir la lucha contra la “ley Sinde” a un “es que están a favor del todo gratis” es tan simplista, tan estúpido, que resulta de verdad increíble que personas supuestamente inteligentes puedan comprar algo así. Las páginas de descargas no se eliminan persiguiéndolas – repito, aprendamos de experiencias pasadas – sino compitiendo con una oferta que de verdad sea interesante para el público y proporcione además verdadero valor y oportunidades al artista. A medida que se asienta el polvo levantado en la batalla, se empiezan a ver las cosas mucho más claras: el problema no está en los usuarios, ni en los artistas, ni en las páginas de descargas. Está precisamente en la industria cultural, en la que “inspiró” todas estas medidas coercitivas, en los que están detrás de esas presiones, en la que ejerce el monopolio de la distribución en una época en la que la distribución ya no aporta valor alguno. Están ahí, impidiendo el desarrollo de modelos de negocio verdaderamente viables, imponiendo su portazgo como si la creación verdaderamente les perteneciese a ellos. Las páginas de descargas son solo la evidencia de que, ante un mercado que no funciona (ni funcionará si no eliminamos los monopolios y las prebendas), la economía sigue su curso, y se las ingenia para generar rendimientos que el ineficiente deja encima de la mesa. Las páginas de descargas desaparecerán cuando el usuario las sustituya por ofertas interesantes y competitivas con las que realmente los creadores quieran colaborar, propuestas que entreguen valor a ambas partes. Si las páginas son ilegales, que lo diga un juez. No la industria.

Quien abusa aquí no ha sido nunca el usuario. Es la llamada “industria cultural”. Precisamente la que puso a la ministra al frente del ministerio para defenderse de los tiempos, la que urdió un plan con la connivencia de la industria y la administración norteamericana para poder sostener sus privilegios. La industria, sus lobbies y asociaciones que hacen y deshacen en la sombra, que insultan, que atacan, que manipulan, ocultan y falsean datos. Los que manchan y difaman la imagen de España haciendo creer falsamente que es un país mucho más deshonesto que otros. Contra esos es contra los que el gobierno debe defender a creadores y usuarios, al conjunto de los ciudadanos.

Esto no se arregla con el “sostenella y no enmendalla”, con la insistencia en los errores, con el “esta ley pasa por encima de todo”, con la confrontación. Esto solo se arregla con un importante replanteamiento del tema, escuchando de verdad a todas las partes implicadas. Que alguien pulse el botón de Reset, por favor.

(Enlace a la entrada original - Licencia)

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