Es rigurosamente falso que los avestruces entierren su cabeza en la arena, y la ilustración de la izquierda no es más que una recreación. Sin embargo, esa estrategia de ignorar la realidad por patente y evidente que sea es la consigna adoptada por los gobiernos de todo el mundo, el español entre ellos, para enfrentarse a las revelaciones de WikiLeaks.
La cuestión resulta curiosa: las comunicaciones reveladas por WikiLeaks son documentos oficiales, de imposible refutación. Quienes las revelan son cinco grandes medios de indudable prestigio, tomados habitualmente como fuentes de toda solvencia: Der Spiegel, El País, Le Monde, The Guardian y The New York Times, que lógicamente han hecho su trabajo de comprobación y verificación de fuentes previo a la publicación. Los documentos implican a personas concretas en acciones específicas y constitutivas de diversos delitos y faltas, algunas de ellas muy graves, cuando no de una absoluta falta de etica e indignidad.
Conspirar con una potencia extranjera para enterrar las reivindicaciones de la familia de un periodista asesinado, para mentir y engañar con datos falsos con el fin de conseguir una legislación favorable a una serie de intereses comerciales, para perjudicar los intereses de empresas españolas o para la infinidad de temas que las filtraciones de WikiLeaks han ido revelando suponen faltas graves, cuestiones que deberían conllevar el cese de varias personas en sus cargos de manera inmediata y fulminante. Sin embargo, la respuesta unánime de todos los gobiernos y de toda la diplomacia internacional ha sido la del avestruz: enterrar la cabeza en la arena, no decir absolutamente nada, y esperar a que escampe. Que los testimonios revelados por WikiLeaks sean ya conocidos por una inmensa mayoría de ciudadanos escandalizados, que estén copiados en miles de sitios web en todo el mundo o que resulte evidente que no van a ser enterrados por el devenir de la actualidad, sino incluidos en el acervo colectivo de los recuerdos y memorias de la ciudadanía durante generaciones es algo que no detiene su impresentable e incalificable actitud.
Los gobiernos se han convertido en Don Tancredo: subidos a un pedestal, con la cara pintada, y completamente inmóviles, a la espera de que el toro los ignore, se dé la vuelta y les permita seguir con sus turbios manejos, con toda esa serie de excesos de autoridad que van mucho más allá de aquello para lo que los elegimos, de los poderes que legítimamente les permitimos ejercer. Los gobiernos han decidido olvidar quién los puso ahí, a quién se deben, quién los vota y los designa. Y quién debería tener el legítimo derecho de retirarles la confianza, algo completamente lógico y justificado en virtud de todo lo que hemos podido ver durante estos dias. Si los gobiernos no reaccionan, si deciden adoptar el silencio por toda acción, tomarnos por completos idiotas que no se enteran de la gravedad real de las cosas, los que tenemos que reaccionar somos nosotros, la ciudadanía. No esperar a que, como pretenden, la indignación se pase. No hacer el juego a su absurda estrategia del avestruz. Reaccionar ya. No esperes. Reacciona.
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Si después de hacer tu comentario este no aparece, no se trata del espíritu de Dans que anda censurando también aquí, es que se ha quedado en la cola de aceptación. Sacaré tu mensaje de ahí tan pronto como pueda, si bien el supersistema este tampoco me avisa de estas cosas, por lo que tengo que estar entrando cada cierto tiempo a ver si hay alguno esperando. Un inventazo, vaya.