Mientras asistimos en directo a la entrega y posterior detención de Julian Assange en Londres, y a su salida de la comisaría en furgón policial como su fuera un terrorista peligrosísimo, todo es como una mala novela de misterio: los presuntos delitos cometidos por Julian Assange en Suecia se refieren a temas completamente interpretables, a sexo consentido entre adultos que se conocían previamente, y fueron desestimados en varias ocasiones antes de encontrarse con un juez que decidió instrumentalizar la justicia sueca y ponerla al servicio de las demandas de los Estados Unidos. Las cosas son tan alucinantes y tan frívolas como que se ha reconocido ante el juez que el sexo fue perfectamente consentido, que no hubo uso de la fuerza, y que lo único que está en discusión es el uso o no de un preservativo.
No es la primera vez que la obviamente frágil justicia sueca hace esto mismo: la anterior, igualmente muy conocida, fue con el alucinante juicio a los creadores de The Pirate Bay. Triste mundo éste: Suecia, convertida en un estado títere, judicialmente tutelado por los Estados Unidos. Qué triste. Si fuera sueco, estaría completa y asquerosamente avergonzado.
Pero si alucinante es que la justicia sueca se preste a semejante dislate, más lo es que la Interpol acepte emitir una orden de busca y captura, que se persiga a Julian como si fuera el más peligroso de los criminales, y peor aún, que se le niegue la libertad condicional alegando que “carece de una dirección física en el Reino Unido. La actuación es simplemente de risa, de pantomima siniestra, de triste teatro de barrio. Pero increíblemente, está ocurriendo.
Julian Assange puede ser muchas cosas, y nadie se mete a discutir sus hábitos o sus costumbres sexuales. Pero la razón por la que está en este momento en una cárcel inglesa no tiene nada, absolutamente nada que ver con un delito sexual. Está siendo detenido por ser la cabeza visible de WikiLeaks, una página que no ha robado ninguna información, no ha hackeado ningún sistema ni saltado ninguna protección: una página que lo único que ha hecho es dar garantías de confidencialidad a quienes siguiendo sus estándares éticos o morales quisieran romper la cadena de autoridad y denunciar cosas que consideraban mal hechas, y distribuir la información obtenida entre distintos medios de comunicación. Julian Assange es la última víctima de los coletazos de un sistema, el de la política en la oscuridad, el de las tinieblas del poder, el de las alcantarillas de la política, que lucha por mantener sus insoportables y asquerosas prebendas históricas. Assange representa la máxima bajeza a la que el poder es capaz de llegar para mantener sus privilegios, por seguir gobernando desde la opacidad, al margen de la opinión de los ciudadanos, sin rendir cuentas absolutamente a nadie.
En el futuro, la progresiva difusión de la tecnología determinará que la política sea TRANSPARENTE. Los políticos deberán informar a los ciudadanos de todo, con quién se reúnen, para qué, qué apoyan, qué razones tienen para votar una u otra cosa, qué presiones reciben, qué apoyos comprometen a cambio de qué… La red provoca eso: siempre hay alguien mirando, y siempre hay alguien dispuesto a contarlo, a llevarlo a WikiLeaks o a otros cien WikiLeaks que vayan apareciendo. Esto puede parecer una utopía a día de hoy, pero es ahí a donde nos dirigimos, quiera la actual generación de políticos o no. Y Assange, convertido en símbolo, va a ser una de las piezas clave en ese proceso.
Mientras tanto, leeros el fenomenal artículo publicado hoy por Julian en The Australian, y que se nos oiga: FREE JULIAN ASSANGE!
(Enlace a la entrada original - Licencia)
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