04 marzo 2012

Ministros de? ¿cultura?

Los cuatro últimos ministros de cultura - Carmen Calvo, César Antonio Molina, Ángeles González-Sinde y ahora Jose Ignacio Wert - han estado sistemáticamente entre los peor valorados de sus respectivos gabinetes.

Dos mujeres y dos hombres, en gobiernos de dos colores diferentes, con experiencias y currículos sumamente variados… ¿eran tal vez todos ellos torpes de solemnidad? ¿Ignorantes? ¿Perversos? ¿Corruptos? ¿Arrogantes? ¿Qué lleva a que la cartera de cultura, con connotaciones supuestamente positivas para el ciudadano medio, sea merecedora de un tratamiento semejante?

Hagamos un pequeño análisis de algunos de los motivos que posiblemente puedan estar teniendo alguna influencia en el hecho de que tan negativa valoración se mantenga de una manera tan sostenida y persistente en el tiempo:

 

  • No existe un ministerio (o una secretaría de Estado) de cultura como tal, sino un “ministerio de industria cultural”. Su interlocución se produce de manera exclusiva con los lobbies y los empresarios de la industria del entretenimiento, que reclaman constantemente la protección de sus negocios mediante leyes más propicias y subvenciones.
  • Los ministros asumen de manera directa e inmediata la dialéctica propia de dicha industria. Los ministros, desde el primer día que juran o prometen su cargo, comienzan a hablar de “robo”, “expolio”, “piratería”, y a referirse a internet como “un problema que hay que resolver”… cuando internet es, en realidad y desde hace ya muchos años, el mayor y más potente aliado de la cultura.
  • Enfrentamiento frontal y permanente con los que llaman “los internautas”. Cuando, en realidad, un porcentaje cada vez mayor de españoles son ya usuarios de internet. El enfrentamiento de los ministros de cultura tiene lugar, en realidad, con todos los ciudadanos dotados de un mínimo de sentido común, que ven cómo sus ministros ignoran la realidad de la red y la criminalizan en sucesivas campañas profundamente impopulares pagadas con dinero público. Los problemas de la industria del entretenimiento derivan de su incapacidad para entender a sus usuarios. Los de los ministros de cultura, de lo mismo: cuando no provienen directamente de dicha industria, son “asimilados” completamente por ella.
  • Nula relación con “el otro lado”. No solo es que la interlocución se dé únicamente con los lobbies del entretenimiento, es que además, carece de todo contrapunto susceptible de equilibrarlo, aunque fuese mínimamente. Las posturas de los usuarios son simplificada hasta el ridículo (“todo gratis”, etc.), y sus sugerencias de cambio, a pesar de contar en ocasiones con un importante nivel de elaboración y análisis, son sistemáticamente desestimadas. La única interlocución con los ciudadanos se reduce a intentar “explicarles lo que no han entendido” o a través de “campañas y acciones formativas”.
  • Visión restrictiva del fenómeno cultural, y confusión total con el mundo del entretenimiento. Ministros que “se dejan seducir por la farándula”, se rodean de equipos de personas procedentes de las entidades de gestión, y desprecian toda manifestación cultural que no traiga consigo una licencia de copyright. Que España sea uno de los países con mayor producción cultural mediante licencias libres es un hecho que ha sido permanentemente obviado por todos y cada uno de los ocupantes de la cartera.
  • Desprecio total y absoluto del dominio público, de la liberación de obras, del acceso a la cultura, de la situación de obras huérfanas y, en general, de todo aquello que no esté directamente en la agenda de la industria del entretenimiento. La preservación y puesta a disposición de los ciudadanos del patrimonio cultural, a pesar de su importancia y del valor que muchos ciudadanos le otorgan, nunca ha estado en los planes de los ministros de cultura.
  • Negativa a considerar análisis diferentes a los marcados por la agenda de la industria del entretenimiento. Los datos y estudios utilizados provienen de estudios invariablemente sesgados que son financiados por dicha industria, y se alude a “presiones internacionales” que, en realidad, son gestionadas por los propios lobbies.
  • Asunción de los mecanismos de funcionamiento propios de la industria: la industria del entretenimiento española ha sido acusada en numerosas ocasiones de manejar cuentas de resultados drásticamente hinchadas para obtener subvenciones, de recurrir a la compra de taquilla, de utilizar mecanismos de colusión y monopolio en su acceso al mercado, o hasta de escribir directamente los borradores de determinadas leyes. La identificación entre entidades de gestión, asociaciones y lobbies de la industria y el propio ministerio de cultura es, en el imaginario popular, total y absoluta. La inacción del ministerio en este sentido y sucesos recientes y con fuerte repercusión mediática como el “caso SGAE” no han hecho más que empeorar el tema.

 

¿No sería interesante plantear de una vez un cambio en la forma de gestionar este ministerio? ¿Dar entrada a un poco de aire fresco? ¿Equilibrar las visiones con respecto a la gestión cultural? Políticamente, resignarse a que los ministros de cultura sean de forma invariable los peor valorados en cada gabinete no parece un enfoque demasiado inteligente…

(Enlace a la entrada original - Licencia)

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