15 marzo 2012

PayPal: mucho peor que la simple mojigatería

La decisión de PayPal de hace unas semanas de restringir el uso de su herramienta de pago a páginas de venta de libros que ofrezcan en su catálogo determinadas categorías de obras relacionadas con contenidos sexuales, con posterior vuelta atrás incluida es algo que va mucho, muchísimo más allá de un caso de insufrible mojigatería, de moralidad o de la discusión sobre la naturaleza de los contenidos implicados, y que requiere un análisis mucho más detallado. En realidad, estamos discutiendo la sociedad en la que queremos o en la que aceptamos vivir.

Abandoné completamente el uso de PayPal hace casi dos años, cuando anunciaron la suspensión y congelación de los fondos de la cuenta de WikiLeaks. Anteriormente había utilizado PayPal para hacer donaciones a WikiLeaks y para muchos otros usos, y me parecía en general una herramienta aceptablemente buena y versátil, pero la decisión de la compañía me descolocó completamente: hablamos de un medio de pago, de una herramienta cuya función consiste en que sus usuarios puedan hacer uso de su dinero, que de repente, sin ningún tipo de orden judicial por medio, decide erigirse en policía moral, con todos los enormes problemas que ello conlleva, y arrogarse el derecho de decidir qué podía o no podía hacer con mi dinero. Una parte de mi dinero no solo no llegó a PayPal, sino que, además, nunca me fue devuelto, mientras investigaba y publicaba otras opciones para contribuir. Sin querer entrar en las consideraciones morales de por qué puedo utilizar PayPal para financiar al Ku Klux Klan o para adquirir productos o servicios que se ubican en partes muy extremas de la escala moral de muchas personas, pero no para hacer una donación a WikiLeaks, que no ha sido acusada formalmente de la comisión de ningún delito por juez alguno, la cosa resultaba ya no preocupante, sino lo siguiente. Así que, llevado por un idealismo absoluto que tiende a pensar que algún día es posible que los ciudadanos se den cuenta de que este tipo de cuestiones son infinitamente más importantes que la comodidad, suspendí completamente mi uso de PayPal. ¿Idealismo? ¿Extravagancia? Puede ser. Pero es el mismo tipo de motivos por los que me niego a consumir los productos de empresas que toman mi dinero y lo utilizan para pagar los abogados que persiguen a chavales de veintitrés años, o por los que dejo de beber Coca Cola cuando veo que patrocinan la gala de los Premios Goya: llámalo como quieras, pero para mí, es una postura importante en lo personal.

Desde el episodio de PayPal con WikiLeaks han pasado casi dos años. Y la situación, lejos de mejorar, ha empeorado considerablemente. En todos los sentidos. Lo que hace dos años era considerado como una actitud totalitaria en países como Irán o China, hoy en día son medidas que muchas democracias teóricamente consolidadas se plantean, suspiran por poder hacer o directamente llevan a cabo. Donde antes PayPal censuraba a WikiLeaks, ahora censura todo aquello que le viene en gana, desde literatura erótica hasta entidades de caridad para niños. Problemas a veces posteriormente corregidos, pero que ocultan la verdadera cuestión: no se trata de corregir, sino de evitar toda posibilidad de que ocurra. Gestionar un medio de pago no debe conllevar la posibilidad de convertirse en policía moral. Es más: debe expresamente impedir tal posibilidad.

Internet no cambia la naturaleza humana, y en esta hay un elemento fundamental: el poder corrompe. Ello crea la necesidad clarísima de desarrollar mecanismos de vigilancia que fiscalicen, restrinjan y balanceen dicho poder. En algunas ocasiones, ese mecanismo será el mercado, mediante el ejercicio del consumo responsable: negándonos a utilizar PayPal si, como es mi caso, consideramos su actitud inaceptable. En otros casos será necesario invocar las leyes, y exigir que las decisiones conlleven la necesaria supervisión judicial, sometida además a la imprescindible separación de poderes. Pero lo verdaderamente importante ahora es que, como usuarios, seamos conscientes de la enorme importancia de este tipo de hechos. Cada día más, cuando aceptamos los términos y condiciones de un servicio tras no leer una larga lista de cláusulas escritas en “legalés”, concedemos un falso y desinformado conocimiento a esas empresas para cosas como esa, como convertirse en policías morales, colaborar con gobiernos al margen del sistema judicial en contra de los intereses de sus usuarios, o para decidir quién puede y quién no puede ofrecer determinados productos o servicios.

Cada dia más, nuestro futuro depende de nuestras acciones como ciudadanos, como consumidores, como usuarios. Depende de que seamos capaces de parar aquellas iniciativas que consideramos injustas mediante acciones como el boicot, el consumo orientado y responsable, el ciberactivismo. Acciones contra quienes creen que desarrollar una plataforma tecnológica les da derecho a utilizarla para imponer sus criterios morales o reglas que no hemos aceptado y que no forman parte de ningún sistema de justicia. Eso, ni más ni menos, es lo que ponemos en juego cuando, por comodidad o por placer, seguimos utilizando PayPal o nos vamos al cine, olvidando que quienes hoy nos ofrecen ese medio de pago o esa película son los mismos que mañana nos cierran WikiLeaks o nos persiguen como usuarios. Mucho más importante y mucho más determinante de nuestro futuro como sociedad que la insufrible mojigatería de PayPal.

(Enlace a la entrada original - Licencia)

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