Aprovechando mi paso por el reciente MWC de Barcelona, tuve la oportunidad de mantener algunas interesantes conversaciones con directivos de una compañía relativamente atípica en este tipo de eventos, Ford, y de hacer un poco de “economía-ficción” con respecto a la futura evolución de la industria automovilística y la tecnología.
La marca norteamericana lleva ya un cierto tiempo reforzando su imagen en torno a la tecnología de una manera completamente diferente a como lo hace el resto de su industria: la tecnología en la industria del automóvil ha sido siempre cerrada, intensamente propietaria y exclusiva: desarrollos que tratan en muchas ocasiones de “reinventar la rueda” con precios y prestaciones poco competitivos, pero que proporcionan pingües beneficios debido a factores como la integración. Un GPS de serie es típicamente mucho más caro y deficiente en prestaciones que el que puedas instalar por tu cuenta o incluso llevar en tu smartphone, pero muchos usuarios lo adquieren porque “ya viene integrado en el salpicadero”.
Frente a esto, Ford propone un modelo abierto: sobre Sync, un desarrollo que ha supuesto más de cinco años de trabajo con Microsoft, desarrolla una API , AppLink, que permite una arquitectura de integración abierta, sobre la que cualquier desarrollador puede proponer apps para los temas que se le pasen por la imaginación. Las primeras apps que están surgiendo de esta plataforma tienen lógicamente que ver con el entretenimiento a bordo, tal como la integración de Spotify con comandos de voz que permitan un manejo completo de la aplicación cuando se está al volante, apps para leer titulares de prensa, etc. Pero la arquitectura va más allá, porque permite también acceso a parámetros del automóvil: no para modificarlos – por un tema básico de seguridad – pero sí para, por ejemplo, consultar su estado, lo cual podría llevar, desarrolladores imaginativos mediante, a una nueva área de desarrollo de aplicaciones específicamente pensadas para el automóvil, un paso más allá del mero entretenimiento.
Los planes de Ford en este sentido son ambiciosos: ofrecer a los desarrolladores para sus apps una base instalada de muchos millones de automóviles y un entorno flexible y atractivo de desarrollo. A partir de ahí, la reflexión es interesante: la idea es obtener la fuerza suficiente como para llegar a ser un estándar de facto, la plataforma que otras marcas quieren tener para poder ofrecer a sus clientes el acceso a esa base de apps. Todos somos ya conscientes del poder de las apps a la hora de extender la funcionalidad de nuestros aparatos, ¿por qué no iba a ser el automóvil una plataforma adecuada para instalar o desinstalar apps sobre un sistema operativo, convirtiendo a Ford en “el Android del automóvil“? Como nos comentaba Alan Mulally, presidente y CEO de la compañía, hace algo más de un mes en Detroit, “the car as the ultimate mobile app of choice”. Sin duda, una estrategia novedosa en la industria, y que está logrando situar a la marca en el punto de mira de un interesante segmento de consumidores interesados en la tecnología.
Pero vamos más allá en la integración entre automóvil y tecnología: ¿qué opina Ford de los “automóviles que conducen solos” propuestos por Google? La mayoría de las empresas de automoción se aproximan a este ámbito de desarrollo tecnológico como “ayudas a la conducción”, no como sustitución de la misma. Pero ¿consideran de alguna manera a Google como un posible competidor? La respuesta es clara e inequívoca: no. Sin embargo, pocas industrias de aquellas en las que Google ha irrumpido y generado cambios consideraban a Google como tal competidor, y la experiencia es que la compañía del logo multicolor muestra una querencia bastante grande por los proyectos “que cambian el mundo”. Irrumpir en el escenarios de la automoción con una propuesta que reduce drásticamente el número de accidentes, que multiplica la productividad y la eficiencia en los desplazamientos, y que modifica el escenario de una manera tan radical es sin ninguna duda una buena manera de entender ese concepto de “cambiar el mundo”. Y Google, que ya ha invertido mucho no solo en el diseño y las pruebas del vehículo, sino también en el esfuerzo de lobbying necesario para que el uso de vehículos autónomos se declare legal en los estados de Nevada, Florida, Arizona y California, parece poco proclive a dejar el experimento en simplemente un “detalle simpático” con el que impresionar a los visitantes ilustres al Googleplex.
Puestos a lanzar su idea, Google tendría dos posibilidades: una, tomar la tecnología ya desarrollada, empaquetarla, y licenciarla a las marcas de automoción. Interesante por la idea de plataforma que subyace y que ya ha probado su valor en el caso de Android, pero que choca con el obstáculo anteriormente citado: las marcas no pretenden que sus automóviles conduzcan solos, sino simplemente que el conductor cuente con más mecanismos de ayuda a dicha conducción. Por tanto, la oferta de una plataforma tecnológica a las marcas correría el riesgo de ser ignorada por estas, o interpretada de una manera que no ayudase en nada a su rápida adopción.
La segunda posibilidad, indudablemente más agresiva, es irrumpir directamente en el segmento de la automoción con la adquisición de una compañía. ¿Imaginamos a Google descolgándose de repente con la adquisición de una compañía de automoción para dar salida a las tecnologías que ya tienen desarrolladas? El despliegue tecnológico que posibilita el driverless car de Google (aunque la legislación obliga a que un humano vaya sentado tras el volante, la realidad es que en los paseos que Google da a sus invitados cuando los recoge uno de estos vehículos, el “conductor” va prácticamente todo el tiempo dado vuelta y hablando con el pasajero) está desarrollado sobre automóviles Prius de Toyota, pero la marca japonesa, valorada en unos 160.000 millones de dólares, supone un objetivo de adquisición completamente imposible. La ya mencionada Ford, interesante por su enfoque tecnologico, tiene una capitalización en torno a los cincuenta mil millones, que supondrían la locura de utilizar la práctica totalidad de los recursos de Google en un tema calificable, como mínimo, como de “tangencial” para su negocio.
Puestos a hacer economia-ficción, la candidata ideal sería Tesla Motors: la compañía, que fabrica tres modelos de automóvil completamente eléctricos (un roadster,un sedán familiar y un SUV) con impresionantes prestaciones, está consiguiendo sanear rápidamente su balance, tiene una capitalización bursátil de unos cuatro mil millones de dólares (menos de un tercio de lo que Google pagó, por ejemplo, por Motorola), y tiene además tanto a Larry Page como a Sergey Brin como accionistas, lo que hace que conozcan en detalle los balances y perspectivas de la empresa. Los fundadores de Google nunca han ocultado su interés por las tecnologías limpias y la ecología en general. Elon Musk, creador de Tesla, no puede negar un perfil personal muy parecido a lo que en la compañía de Mountain View califican como “googley”, y aunque ha comentado en varias ocasiones su interés por crecer como una compañía independiente que popularice el automóvil eléctrico a precios razonables, podría encontrar una comunión de intereses muy razonable de cara a ese objetivo en los fundadores de Google.
Los vehículos fabricados por Tesla Motors tienen por el momento un precio elevado como corresponde al hecho de ser sin duda lo más avanzado en prestaciones, autonomía e I+D en el entorno del automóvil eléctrico. Atraen un creciente interés en las ferias de automoción, tienen un diseño indudablemente atractivo, y son objeto de deseo de todo aquel geek que los conoce. ¿Podemos imaginar a Google adquiriendo una compañía de automóviles?
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