13 abril 2014

Directivos, fantasmas del pasado y puertas giratorias

IMAGE: Corina Rosu - 123RFEl caso de Brendan Eich, forzado a dimitir de su puesto como CEO de Mozilla Corporation tan solo once días después de su nombramiento por haber donado mil dólares a la causa contra los matrimonios del mismo sexo en el año 2008, es una impresionante ilustración de hasta qué punto los directivos, en la era de la web social, pueden llegar a ser esclavos de su pasado.

Sin duda, Brendan Eich es una persona con capacidades demostradas para su trabajo y su evolución profesional: desarrollador de gran prestigio, creador del lenguaje JavaScript y cofundador de la organización que aspiraba a liderar, contaba con la aprobación del Consejo de Administración que le nombró, que también conocía el episodio de aquella donación. Sin embargo, la situación generada por su nombramiento escaló rápidamente hasta hacerse insostenible y obligar a su dimisión.

¿Realmente merecía Eich ser obligado a dimitir? Es una discusión compleja, pero la realidad es que, en este ámbito, las opiniones cuentan muy poco: lo importante es que, por la razón que sea e independientemente de la cualificación profesional del individuo, su presencia podía dar lugar a muchos más efectos negativos que positivos para la organización que pretendía liderar. A pesar de las moderadas disculpas públicas del personaje, las amenazas de dimisión y boicot de múltiples trabajadores, usuarios y empresas presagiaban un auténtico desastre de relaciones públicas en caso de que el recién nombrado CEO continuase en su puesto, y todo ello en el contexto de una compañía que depende en gran medida de las donaciones y la empatía personal para su supervivencia. El caso es sin duda complejo, y será seguramente objeto de estudio por futuras generaciones de estudiantes en muchas escuelas de negocios.

Ahora, cuando todavía no se han apagado las reacciones al caso Eich, viene Dropbox y anuncia el nombramiento de Condoleezza Rice, ex-secretaria de Estado durante la administración Bush, como miembro de su Consejo de Dirección. Durante su etapa en la política, Rice fue una de las personas más implicadas en el desarrollo de programas de espionaje de la población sin ningún tipo de control judicial, lo que, entre otras cosas, ha dado lugar a fuertes reacciones de protesta a su nombramiento en la red. Sitios como Drop Dropbox recogen los “méritos” de la ex-secretaria de Estado e invitan a los usuarios a cancelar sus cuentas en la compañía si no cambia su decisión. La compañía, por el momento, ha defendido su decisión de invitarla a formar parte de su Consejo en función de su fuerte proyección internacional, pero si la reacción persiste y empiezan a llegar cancelaciones,no sería extraño que se viese obligada a rectificar.

El caso de Condoleezza Rice nos lleva a pensar en una de las cuestiones que, tristemente, se han hecho más habituales en las relaciones entre el mundo de la política y el corporativo, la llamada revolving door, o puerta giratoria: que altos cargos públicos pasen a trabajar en empresas privadas, beneficiándose de su anterior ocupación pública y produciendo conflictos de interés entre la esfera pública y la privada. Sin duda, una constante cada vez más habitual en la escena política de muchos países.

El desarrollo y popularización de la web social tiene dos características: por un lado, funciona como un refuerzo de la memoria colectiva y una fuente de información permanente sobre las personas, un “turbio pasado” que pasa a estar muchísimo más disponible ahora que en los tiempos en los que era preciso recurrir a las hemerotecas y a las labores de investigación periodística. Por otro, disminuye de forma clara las barreras al activismo y al desarrollo de acciones de protesta: reacciones que hace algunos años no habrían llegado a ser leves protestas diseminadas de boca a oreja y con un alcance relativamente limitado, se convierten ahora en noticias que circulan de manera rápida entre medios de comunicación online, en páginas web informativas que muestran los argumentos de la protesta y las acciones de protesta solicitadas, y en un ruido mediático insoportable y omnipresente en redes como Twitter o Facebook. Hoy, la presión que sufre cualquier empresa ante una decisión impopular es inmensamente más elevada que antes de que la web social se elevase a los altares de la popularidad, y también lo es la capacidad de la empresa para intentar medir y evaluar esa presión. El resultado es que, cuando no se gestionan adecuadamente, esas reacciones pueden conllevar en muchos casos un verdadero perjuicio a la imagen de la compañía que puede durar mucho tiempo o redundar en pérdidas económicas directas y medibles, desde bajas de clientes hasta problemas derivados de la impopularidad o de dar lugar a una imagen generadora de antipatía.

¿Verán las empresas en el futuro cómo la decisión de incorporar a ex-políticos como manera de pagar los favores recibidos cuando estos estaban en puestos de responsabilidad se convierte en amenazas de abandono y boicot por parte de sus clientes? A la vista de casos como los anteriormente citados, un escenario así no puede descartarse en absoluto. Y el análisis que es preciso hacer, claro está, independientemente del schadenfreude o la alegría por el sufrimiento o la infelicidad ajena tan habitual en el caso de políticos o altos cargos directivos, es hasta qué punto es bueno para la sociedad que esto sea así.

Para un directivo o un político, la web social se convierte cada día más en un arma fundamental para intentar explicar ciertos temas, para disculparse cuando sea preciso hacerlo, o para tratar de mostrar una imagen humana, próxima y transparente, un trato directo que pueda servir para desactivar amenazas de este tipo ante la eventualidad de que puedan surgir. Yo, por el momento, voy a incluir ambos casos en un curso que estoy preparando para directivos del sector público. Ya os contaré conclusiones…




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