08 abril 2014

Estabilidad política y acceso a la información: el caso ZunZuneo

ZunZuneo

Hace aproximadamente una semana saltó a los titulares a través de Associated Press el caso ZunZuneo: los Estados Unidos, a través de USAID, una agencia para el fomento del desarrollo internacional, había originado y financiado el desarrollo de una aplicación del estilo de Twitter orientada a su uso desde Cuba, preparada para funcionar a través de mensajería SMS para eludir así las limitaciones sobre el uso de internet impuestas por el régimen cubano, y pensada con el fin de permitir el desarrollo de la insurgencia contra el régimen cubano.

La noticia, confirmada por las autoridades norteamericanas, permite situar la actividad dentro del contexto de la llamada primavera árabe, en pleno año 2010, cuando se empezó a comprobar que la aparición de nuevos canales de información de control mucho más difícil o imposible por parte de los gobiernos de países con regímenes dictatoriales o teocráticos podía jugar un papel fundamental en la aparición de fenómenos de inestabilidad política que comprometiesen el futuro de los regímenes afectados. Tras comprobar el impacto que la popularización del uso de redes como Twitter y Facebook llegó a tener sobre la escena política de países como Túnez, Egipto, Yemen y otros, el gobierno norteamericano encomendó a una pequeña startup de Denver, Mobile Accord, que crease la citada herramienta, y que ocultase tanto su origen norteamericano como la procedencia de sus fondos. Se reclutaron directivos a los que se ocultaron dichas circunstancias, se creó un entramado societario a través de diversos países para dificultar el seguimiento de los flujos económicos, y se puso en funcionamiento. La red en cuestión llegó a tener alrededor de 68.000 usuarios, y fue posteriormente abandonada por falta de fondos, o ante el miedo de que estuviese alcanzando un éxito que la hiciese difícil de controlar.

La agencia norteamericana ha desmentido que el programa en cuestión fuese una iniciativa “oculta”, la ha calificado de “discreta“, y ha publicado un comunicado con su versión de los hechos con el supuesto fin de clarificar lo escrito hasta el momento sobre el tema.

Indudablemente, podemos hablar ya de una correlación directa entre la viabilidad de los regímenes dictatoriales, teocráticos o, en general, no democráticos, y la disponibilidad de información en manos de su población. Que este tipo de regímenes se asientan fundamentalmente en un férreo control de medios de comunicación como prensa, televisiones o radios es un hecho bien sabido: que un ciudadano encuentre ante sí de manera cotidiana un abanico informativo que le abastece de noticias en las que predominan las loas al régimen, le obvia todo atisbo de insurgencia o reacciones adversas, y le priva de todo aquello que pueda cuestionar a su gobierno en el escenario internacional es una manera de ejercer control sobre la población. Si el ciudadano siente deseos de cambio, se encuentra rodeado de un contexto explícito de “normalidad”, que le lleva a pensar que, de alguna manera, “el raro es él”, y que le obliga, en caso de querer desarrollar su disidencia, a implicarse en actividades que suponen una barrera de entrada generalmente elevada, y que contradicen el panorama informativo que tiene ante sus ojos.

La única parte novedosa en este escenario es el papel de la web social: en principio como vehículo de comunicación de difícil control, actualmente como reto a la hora de crear “compartimentos estancos” como es el caso de países como Irán o China, con herramientas propias sobre las que el gobierno puede actuar de manera más directa, y sistemas de censura y control que establecen puntos centralizados con supervisión de diversos tipos. En este sentido, que los Estados Unidos intenten dar lugar a fenómenos insurgentes en Cuba no debería sorprendernos: es algo que llevan haciendo desde la mismísima revolución cubana en la década de los ’50.

La novedad, por tanto, está en el uso de herramientas diferentes, de formas nuevas de alentar la disidencia generando canales para que esta pueda expresarse. Visto así, de lo fundamental que habría que acusar a los Estados Unidos es de hacerlo a través de una agencia supuestamente no implicada en este tipo de actividades, USAID, en lugar de otras “sospechosas habituales”, comprometiendo así su funcionamiento para otro tipo de proyectos con fines teóricamente “más nobles”. Algo que, por otro lado, tampoco debería de sorprendernos: es bien sabido que los Estados Unidos recurren al uso de cualquier medio con el fin de obtener sus fines, como es el caso del uso de las embajadas para llevar a cabo presiones por motivos políticos o económicos, o incluso “mezclar” deliberadamente unos y otros, como cuando consiguen que un ex-politico corrupto como Chris Dodd que dirige una agrupación empresarial sea recibido prácticamente como si fuera un diplomático.

La herramienta en sí, ZunZuneo, tiene un problema fundamental: al no poderse desarrollar de manera sencilla un cifrado sobre un canal que utiliza fundamentalmente el SMS, y animarse en cierto sentido a la disidencia mediante el recurso a determinado contenido, la herramienta expone a sus usuarios al posible control por el gobierno cubano, y genera además un clima de desconfianza sobre los actuales disidentes. En el contexto en que se desarrolla ZunZuneo, mi impresión es que debemos calificarla prácticamente como de “experimento social”, una manera de ver si fenómenos como los de Túnez o Egipto podían ser de alguna manera replicados en el patio trasero de los Estados Unidos y sobre un régimen indudablemente incómodo, definido como “enemigo”.

¿Podría haber funcionado? Para hacerlo, el canal de comunicación debería no solo haber logrado una implantación amplia, sino además, superar un poco mejor las pruebas en cuanto a protección de sus usuarios. El hecho de ser o no norteamericano, aparte de la cuestión estética, no debería haber sido un problema: la insurgencia en un país utiliza las herramientas que encuentra a mano, que le funcionan para ello, y no necesariamente mira su origen, sino simplemente circunstancias prácticas vinculadas a su uso. De un modo general, tratar de proporcionar a la ciudadanía de un país una herramienta de comunicación no tendría por qué ser malo. Si existiese además un business case que pudiese convertirlo en una actividad rentable – algo que obviamente no se daba en el caso de ZunZuneo – la cuestión podría estar, si cabe, más justificada. A partir de ahí, el hecho de “sembrar” esa red con detemrinados contenidos, de utilizarla abiertamente para promover la disidencia o para recolectar información destinada a organizarla mejor o colaborar con ella pasa a ser otra cuestión muy diferente.

¿Pisaron los Estados Unidos esa delgada línea gris? En este caso, no solo la pisaron, sino que siempre estuvieron al otro lado: en ningún momento se planteó una iniciativa “empresarial”, sino directamente un experimento de injerencia política, un intento de desestabilización, con todo lo que ello conlleva, nada sorprendente por otro lado dados los antecedentes. ¿Existen otros experimentos similares, en otras partes del mundo, o llevados a cabo de maneras más sutiles? Me atrevería a pensar que sí. Y si no los hay, probablemente los habrá. El uso de la red como herramienta de activismo, espontáneo o dirigido, está aquí para quedarse.




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