30 abril 2014

Comunicaciones seguras: un síntoma de un problema mucho mayor

IMAGE: Sergey Ilin - 123RFUna de las más llamativas e interesantes tendencias del momento tecnológico es el énfasis que estamos empezando a ver en el desarrollo de herramientas y métodos para tratar de garantizar unas comunicaciones seguras: proyectos en Kickstarter, emprendedores ya consolidados, desarrollos desde Google o concursos promovidos por la FCC son una evidencia clara del interés en el tema, y de que muy pronto estaremos incorporando herramientas de este tipo a nuestras comunicaciones cotidianas.

Herramientas de cifrado existen desde hace mucho tiempo, pero la investigación ha demostrado de manera fehaciente que su aplicación al correo electrónico resulta compleja, farragosa y fundamentalmente fuera del alcance del usuario medio. Básicamente, un problema de usabilidad: la necesidad de convertir en un desarrollo simple una tarea cuya funcionalidad reviste una inherente complejidad.

Pero más allá del desarrollo de este tipo de herramientas, recomendable desde todos los puntos de vista para garantizar derechos tan fundamentales como la privacidad y el secreto de las comunicaciones, creo que lo importante es plantearse lo que nos ha traído hasta aquí. La evidencia es clara: este auge en el desarrollo de herramientas de cifrado proviene, con atribución casi exclusiva, de la cadena de revelaciones de Edward Snowden y de la evidencia de que determinados gobiernos estaban dedicando enormes esfuerzos tecnológicos y presupuestarios a vigilar a todos los ciudadanos.

Vamos a repetirlo por si no queda claro: el mayor esfuerzo de desarrollo para proteger un derecho fundamental de los ciudadanos proviene de que este se vea amenazado no por delincuentes de ningún tipo… sino por los gobiernos que esos mismos ciudadanos han elegido. ¿No revela esto un problema fundamental que tiene un recorrido mucho, muchísimo mayor? En realidad, el espionaje gubernamental es simplemente un síntoma de un problema mucho mayor: una crisis tan de base en los sistemas democráticos que ha llevado a que los gobiernos se conviertan en la mayor amenaza percibida para los ciudadanos. Que los ciudadanos, tras haber ejercido su derecho al voto para escoger quién les va a gobernar, se encuentren con que ese que han elegido se convierte en la principal amenaza a sus derechos.

No, lo que está revelándonos la tecnología no es un problema puntual derivado de su buen o mal uso, sino una grieta enorme en la misma base del sistema. Lo que tenemos que plantearnos no es cómo poner un parche más o menos puntual al problema de las comunicaciones que terminará invariablemente por ser de nuevo subvertido por la aplicación de otra tecnología, sino cómo conseguir un sistema que permita que los representantes de los ciudadanos sean efectivamente representantes de los ciudadanos, y no la mayor amenaza a sus derechos. Que los que representan a los ciudadanos lo hagan de manera fehaciente y transparente, y no se conviertan en defensores de los intereses de lobbies económicos de todo pelaje.

No, no hablamos de un problema tecnológico. Hablamos de la mayor crisis de confianza de todos los tiempos, y de la ineludible necesidad de que esa tecnología que ha llevado la disrupción y la redefinición a tantas industrias, redefina finalmente la “industria” que más nos afecta a todos: el cómo nos gobernamos y administramos como sociedad.




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