Llevaba unos días con ganas de escribir esta entrada al hilo de las recientes noticias sobre los problemas con la geolocalización. En rápida sucesión, hemos pasado de demonizar a Apple por mantener un fichero oculto en los ordenadores de sus usuarios con el histórico de localización geográfica de sus dispositivos, a comprobar que tanto Google como Microsoft hacen básicamente lo mismo, y finalmente a que la holandesa Tom Tom no solo recolecta los datos, sino que además se los vende a la policía para que sitúe los radares de control de tráfico en los puntos en los que sabe positivamente que se supera el límite de velocidad de manera más habitual y puedan utilizarlo para incrementar la recaudación.
Tanto Apple como Google son objeto ya de sendas demandas por violación de la privacidad, e imagino que será simplemente cuestión de tiempo que ocurra lo mismo en los otros casos, y en los que con toda seguridad están por aparecer. Y el tema, claramente, debería llevarnos a una reflexión: de la noche a la mañana, hemos perdido la inocencia en lo referente a la geolocalización. Nos hemos dado cuenta de que vivimos en estado de tracking permanente, que a partir del momento en que usas determinados dispositivos de amplia implantación social, hay empresas que pueden saber en todo momento dónde estás, e incluso recopilarlo. Y la cosa, no lo dudemos, no se queda en fabricantes de dispositivos: se extiende sin duda a operadoras, y a todos aquellos que, sin estar en posición de captar los datos, acceden a ellos a través de transacciones con quienes sí los tienen.
De los cuatro casos comentados, el de Tom Tom es sin duda el más grave. Fundamentalmente, porque hablamos de una empresa que por un lado capta los datos de geolocalización y velocidad de sus usuarios y los vende al Estado, que permite que la Policía los utilice de manera impropia no para velar por la seguridad de los ciudadanos, sino para incrementar su capacidad recaudatoria (como desde hace tiempo sabemos que se hace y de hecho debería llevar aparejada una demanda colectiva contra el propio Estado), ¡¡y que por otro lado vende a los usuarios un servicio para conocer la localización de esos mismos radares!!
Tomando algo de distancia con respecto al tema, es momento de reflexionar sobre el modelo de sociedad que pretendemos tener ahora que hemos comprobado que las tecnologías de geolocalización ya no son más una “cosa de frikis que usan dispositivos raros”, sino que su uso se ha generalizado considerablemente. ¿Debemos reaccionar radicalmente y empezar a sospechar de todo dispositivo con capacidad de geolocalizarnos? La panoplia es infinita, porque además de incluir los dispositivos con GPS, añade todos los teléfonos móviles, con capacidad de geolocalizar mediante triangulación de antenas. Es más, en muchos casos, en esa geolocalización del usuario van incluidas partes esenciales de la propuesta de valor del servicio prestado, u otras que, sin ser esenciales, seguramente posibilitan funciones a las que el usuario no querría renunciar.
El compromiso, por tanto, no es renunciar a vivir geolocalizados, sino entender las consecuencias de ello y las limitaciones que deben plantearse al uso y almacenamiento de esos datos. Básicamente, exigir a quien recopila y utiliza nuestros datos de geolocalización que cumpla estrictamente la legislación de privacidad, y que trate nuestros datos con el debido respeto. Que no los almacene ni los venda a nadie sin nuestro conocimiento, pura y simplemente. Lo que exige la ley en aquellos países que tienen una legislación razonable al respecto. Eso es todo. La geolocalización, en sí misma, no es mala, y es más: debemos ir acostumbrándonos a que, nos pongamos como nos pongamos, vivimos ya en una sociedad en la que en cada momento estamos revelando nuestra posición, y que pretender oponerse a ello resultará dentro de poco tan retrógrado como prentender a día de hoy vivir sin teléfono móvil. Y que resulta de crucial importancia que esos datos no sean utilizados para convertir el mundo en un permanente panóptico, sino para crear propuestas de valor razonables para el usuario. No, la geolocalización no es mala, y está aquí para quedarse: simplemente, como todo, hay que utilizarla bien.
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Si después de hacer tu comentario este no aparece, no se trata del espíritu de Dans que anda censurando también aquí, es que se ha quedado en la cola de aceptación. Sacaré tu mensaje de ahí tan pronto como pueda, si bien el supersistema este tampoco me avisa de estas cosas, por lo que tengo que estar entrando cada cierto tiempo a ver si hay alguno esperando. Un inventazo, vaya.