23 octubre 2012

Alquiler frente a compra: el concepto de propiedad de los bits en el siglo XXI

Linn Jordet Nygaard, una mujer noruega ávida lectora, viajera habitual y enamorada de su Kindle, se encuentra de repente con que su cuenta de Amazon ha desaparecido y su Kindle está completamente vacío.

Al contactar con Amazon para intentar solucionar lo que creía un problema técnico, la respuesta es que “su cuenta está directamente relacionada con otra que ha abusado de nuestras políticas”, que “Amazon tiene derecho en esos casos a cerrar la cuenta y eliminar su contenido”, que “si intenta abrir otra cuenta se encontrará con la misma acción”, que “se trata de una decisión irrevocable”, y que “se dirija a otra librería” (ver intercambio completo de correos electrónicos aquí).

La historia recuerda enormemente a aquel borrado sistemático del “1984″ y el “Rebelión en la granja” de George Orwell en todos los Kindle debido a un malentendido de Amazon con los derechos de su editorial: en aquel momento, en julio de 2009, Amazon dijo literalmente que aquello “no volvería a ocurrir”. Sin embargo, el nuevo episodio confirma la evidencia: comprar libros electrónicos en Amazon no es comprar, sino alquilar hasta que a Amazon le dé por cambiar su política o por acusarte de alguna violación de sus términos de servicio.

En el siglo XXI, el concepto de propiedad de obras compuestas por bits ha cambiado completamente. Los clientes pagamos, aparentemente, por el derecho de acceso a una obra. Por poder utilizar librerías, repositorios de canciones, hemerotecas, aplicaciones, juegos, etc. Pero no los poseemos como tal, ni podemos legarlos a nuestros descendientes. Son, simplemente, un préstamo vinculado a nuestra cuenta, una cuenta que puede ser rescindida en cualquier momento si nuestro comportamiento es interpretado como “no ejemplar”. En plena transición entre la época analógica en la que ponías un libro en una estantería y una era digital en la que te limitas a hacerlo aparecer mágicamente ante tus ojos en la pantalla de tu Kindle, lo que tenemos es una simple “ilusión de propiedad”: pagamos un poco menos a cambio del acceso al libro, condicionado a toda cláusula que Amazon quiera establecer de manera unilateral. Si no te gusta, ya sabes: siempre puedes irte a leer a otro sitio.

Para evitar este “síndrome de la propiedad perdida”, es preciso salirse del sistema y jugar con tus propias reglas y herramientas. Yo no solo soy un ávido lector que saca el Kindle del bolsillo en cuanto tiene más de tres minutos libres, sino que, además, utilizo el dispositivo para almacenar todos los subrayados, notas y recortes de los libros que leo, que posteriormente suelo incorporar a mis clases, artículos, entradas del blog, etc. De ahí que mi sistemática con Amazon sea desde hace mucho tiempo la siguiente: adquiero un libro, conecto el Kindle al ordenador, y descargo a este una versión del libro sin su correspondiente DRM. Calibre es, para esto, un programa ideal: código abierto, gratuito, válido para Mac, PC y Linux, y de uso sencillísimo. Conectas tu dispositivo, lo reconoce, lo explora, añade y copia cosas de él, cambia de un formato a otro…

No, esto no es la solución. No es lógico que para tener una cierta seguridad sobre tus posesiones sea preciso saltarte las absurdas limitaciones de un proveedor y operar por tu cuenta con un software que te permite reescribir esas reglas, y que tengas que hacer eso aunque seas una persona completamente normal, respetuosa de la ley, la moral y las buenas costumbres. No, no es lícito que un proveedor pueda decidir por su propia cuenta y riesgo dar a un cliente el tratamiento de un delincuente y prohibirle taxativamente el acceso no solo a su sistema, sino a las obras que ya había comprado y pagado. Estoy plenamente convencido de que el sistema cambiará, que Amazon se dará cuenta de que eso no es aceptable, y que terminará, aunque sea como reacción a la presión, por cambiar esos abusivos términos de servicio que invoca cuando lleva a cabo esas acciones. Pero por el momento, y por si no lo hace, yo quiero mis libros y mis notas a salvo en un armario en el que la llave solo la tenga yo. Y para eso, Calibre me vale perfectamente. La combinación Amazon + Kindle me da muchas más ventajas que inconvenientes: repositorio de libros prácticamente ilimitado, comodidad absoluta, portabilidad, posibilidad de hacer subrayados o notas que se exportan en texto plano en cualquier momento… se adapta a mi estilo de trabajo como un guante. Pero mientras los términos de su servicio sean como son, o incluso después por si acaso, yo pienso seguir comprando cada uno de los libros que quiera y guardándome una copia de ellos sin el correspondiente DRM en mi disco duro. Seguiré comprando en Amazon porque valoro la conveniencia de hacerlo, pero las reglas injustas están para saltárselas.

Afortunadamente, en pleno siglo XXI la tecnología se ha desarrollado lo suficiente como para que no tengamos que aceptar cualquier condición. Posiblemente, las generaciones venideras se acostumbren a un concepto de alquiler y dejen de apreciar la posesión, como tal, de un libro o un disco: yo mismo ya no tengo el menor aprecio por los soportes físicos, que tiendo más bien a considerar como un estorbo. Me cuesta muchísimo leer un libro en papel, porque sencillamente me resulta muy incómodo con respecto a su alternativa en Kindle. Pero de ahí a que renuncie a su propiedad de manera vinculante por haber comprado bits en vez de átomos, va un salto que bajo ningún concepto estoy dispuesto a dar.



(Enlace a la entrada original - Licencia)

0 comentarios:

Publicar un comentario

ATENCIÓN: Google ha metido en Blogger un sistema antispam automático que clasifica como spam casi lo que le da la gana y que no se puede desactivar.

Si después de hacer tu comentario este no aparece, no se trata del espíritu de Dans que anda censurando también aquí, es que se ha quedado en la cola de aceptación. Sacaré tu mensaje de ahí tan pronto como pueda, si bien el supersistema este tampoco me avisa de estas cosas, por lo que tengo que estar entrando cada cierto tiempo a ver si hay alguno esperando. Un inventazo, vaya.