30 octubre 2012

La geolocalización como herramienta cotidiana

Me llamó la atención este artículo de hace algunos días en el New York Times, Keeping loved ones on the grid, porque me evocaba mis pruebas de hace ya bastantes años (en 2007) con Navento, una empresa española desaparecida que hacía pruebas con un dispositivo similar: un pequeño dispositivo de seguimiento GPS con acelerómetros y tarjeta telefónica que permitía, cuando lo metías en el bolsillo, mochila, bolso o similar de alguna persona, ver su posición en un mapa de manera constante. La idea era hacer accesibles al usuario utilidades como el seguimiento de un niño, anciano, automóvil, etc., unido a la definición de alertas asociadas a si abandonaba un área determinada, si entraba en ella, si se ponía en movimiento, y muchas posibilidades más. En una época anterior a la difusión masiva de los smartphones y a la aparición de Latitude, y con una hija entonces preadolescente, la idea me llamaba bastante la atención. Anteriormente había probado dispositivos de seguimiento de vehículos: uno de ellos aún vive en uno de los coches de la familia, con su cuota anual incluida como reducción de la tarifa que paga por el seguro a todo riesgo, pero el planteamiento es diferente, porque no permite seguimiento si no es activado tras una denuncia por robo y, en cualquier caso, no se trata de un seguimiento del que el usuario tenga posibilidad de control alguna. Relacionado también, y más próximo a la idea de “internet de las cosas”; tenemos por supuesto los Find my iPhone, ese Prey que por suerte nunca he tenido que utilizar, y conceptos similares.

El concepto ha seguido evolucionando, y ahora, con duraciones de batería mayores y diseños algo más optimizados, se comercializan varios dispositivos, como el Amber Alert GPS de la foto pensado en el seguimiento de niños (AMBER Alert es el código utilizado en los Estados Unidos para las desapariciones de niños), Rocky Mountain Tracking (para el seguimiento de personas, flotas o recuperación de vehículos), eCare (para personas mayores), etc. que llegan en un momento en el que este tipo de tecnologías ya nos suenan más habituales y accesibles. El Latitude de Google, disponible desde febrero de 2009, es ya parte de la vida cotidiana de mi familia, en la que resulta perfectamente normal la frase “es que no me salías en el Latitude”, y lo utilizo también en numerosas ocasiones para mostrar en clase, con la consola de privacidad de Google, hasta qué punto estoy compartiendo mi información, aunque por lo general no acepto a nadie salvo a familia y amigos de bastante confianza.

Con el campo de pruebas que me proporcionan mis clases, detecto claramente una evolución en la manera en que la sociedad percibe la geolocalización como fenómeno cotidiano. Hablamos de un tema que despierta aún mucha curiosidad fuera de los ámbitos más geek, que el usuario medio en muchas ocasiones todavía desconoce que puede hacer, y que nos lleva inmediatamente a evocar temas relacionados con la privacidad. En clase, la pregunta inmediata es cómo se puede controlar una función así, quién puede ver dónde estoy (típicamente unida a algún chiste relacionado con la pareja), qué posibilidades ofrece (informar de tu localización de manera permanente, dejar de informar, o situarte en un sitio determinado aunque te hayas movido del mismo), etc.

Ahora, estos dispositivos se van generalizando hasta el punto de venderse para localizar a un perro (de un tamaño razonable, dado el tamaño del sensor), o de adquirir varios para poder tener en el mapa a toda la familia. La idea es la comercialización de un servicio que, añadido a la venta del dispositivo, permita además funciones más avanzadas, como el poder convertirse en teléfono manos libres en el caso de personas mayores, o comunicarse incluso si estás fuera de redes de telefonía para personas que practiquen,por ejemplo, deportes de montaña. La idea, aparentemente, va resultando más aceptable a medida que el concepto de privacidad se diluye progresivamente de manera generacional y que va habiendo una relativa experiencia sobre su uso, pero mantiene aún cierto nivel de recelo razonable cuando hablamos de algo que a muchos les sigue evocando el seguimiento policial o la película de espías.

¿Hasta qué punto veis evolucionar este concepto de compartir el geoposicionamiento? ¿Nos lleva la deriva generacional a un mundo en el que compartimos de manera constante dicha información con nuestro entorno cercano o con empresas de servicios? ¿Dónde os veis en ese sentido?



(Enlace a la entrada original - Licencia)

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