13 octubre 2012

La guerra de la impresión tridimensional

El cubo tridimensional mutante de la película “Super 8“, escrita y dirigida por J. J. Abrams y producida por Steven Spielberg, se convirtió el pasado junio de 2011 en el primer protagonista de la incipiente “guerra de la impresión tridimensional”: un ingeniero mecánico de Baltimore, Todd Blatt, recibió un requerimiento de cease and desist de Paramount Pictures por ofrecer en una página web réplicas del objeto realizadas con una impresora tridimensional.

Desde entonces, la polémica que en su momento comentamos que dejaría muy pequeña a la de las descargas de música y películas no ha dejado de avanzar. Las primeras referencias que conozco del tema en el ámbito académico provienen del director del Center for Bits and Atoms del MIT, Neil Gershenfeld, en su cada vez más recomendable libro “Fab“: un futuro en el que los progresivos y rápidos avances en la tecnología de impresión de objetos físicos y la circulación incontrolable a través de la red de planos de fabricación hacía que cualquiera pudiese imprimir cómodamente en su casa cualquier tipo de objeto o combinación de ellos.

Pero las hipótesis aventuradas en el libro no han parado de materializarse, a una velocidad insospechada: en enero de 2012, The Pirate Bay anunció una sección dedicada a lo que llamaron Physibles, una página que a día de hoy tiene unos sesenta registros de planos de objetos de todo tipo imprimibles en impresoras tridimensionales domésticas, desde la cabeza de Mark Zuckerberg hasta la máscara de Anonymous registrada por Warner Bros., pasando por ideas de todo tipo y condición. Los avances en el diseño y desarrollo de impresoras tridimensionales han llevado al éxito de varios proyectos desde la artesanal y moderadamente popular Replicator de Makerbot ($1.749), hasta su sucesora, la Replicator 2 ($2.199) con un aspecto infinitamente más pulido, o la llamada ”nueva generación” de impresión tridimensional con mucha mejor resolución, con proyectos como esa Form 1 de Formlabs ($2.000) que, desde su petición original de $100.000 en Kickstarter, lleva recaudados casi dos millones de dólares a falta de trece días para el final de la fase de financiación. Realmente, la impresión tridimensional no parece resultar en absoluto complicada, más bien algo al alcance de cualquiera con suficiente incentivo y afición. En estas condiciones, parece que, a medida que nos acercamos a la madurez de la impresión tridimensional, estamos abocados a un futuro en el que casi cualquier persona podría querer tener una impresora tridimensional en su casa. O tal vez no.

Con este desarrollo, era de esperar que empezasen a aparecer recelos y dilemas interesantes. Por un lado, surge la polémica en torno a la posibilidad de imprimir modelos funcionales de armas de fuego: un colectivo que había anunciado su intención de distribuir instrucciones sobre cómo imprimir una pistola ve como el fabricante de la impresora tridimensional que utilizaban en régimen de alquiler aparece en su sede y les retira la máquina diciendo que no puede ser utilizada para actividades ilegales (fabricar un arma de fuego es legal en los Estados Unidos sin necesidad de ningún tipo de licencia). Por otro, vemos aparecer el primer caso de DRM aplicado al ámbito de la impresión tridimensional: una petición de registro de patente pretende que las impresoras tridimensionales estén obligadas en el futuro a contrastar las peticiones de impresión contra una base de datos de objetos protegidos por propiedad intelectual o por otros motivos. Cada vez que nos dirigiésemos a nuestra impresora tridimensional y le diésemos las instrucciones para imprimir algo, ésta se conectaría a dicha base de datos, comprobaría que la pieza en cuestión no está registrada por ningún fabricante interesado en impedir su fabricación, y solo tras dicha comprobación procedería a ponerse en marcha. Obviamente, nada por el momento obligaría a los fabricantes de impresoras tridimensionales a adoptar un procedimiento que, lógicamente, disminuiría enormemente el atractivo de su oferta de productos, pero habría que ver qué pasa cuando dichos fabricantes se encuentren la presión del lobby de turno y las nuevas leyes dictadas al respecto por los políticos.

Realmente, un tema para pensar. La aparición de una tecnología que permite convertir un objeto físico en un conjunto de bits que pueden ser usados para recrear fácilmente dicho objeto está llamada a cambiar muchas, muchas cosas. Y, sin duda, también llamada a ayudar a que vayamos entendiendo muchos contrasentidos.



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