20 marzo 2013

Ejemplificando restricciones artificiales en la música

iTunes failMensaje recibido tras intentar reproducir la 7ª sinfonía de Bruckner en mi ordenador utilizando iTunes: mi ordenador no está autorizado para descargar y reproducir una obra por la que ya he pagado, porque “ya he dado autorización a cinco ordenadores con este ID de Apple“.

Anton Bruckner murió en 1896. Nunca se casó ni tuvo descendencia. Ciertamente, esta restricción no está pensada para beneficiar al autor ni a sus herederos. En su momento, hace ya muchos años, decidí adquirir esta obra, junto con muchas otras, en la tienda Apple. Por una cuestión de simple conveniencia. Pero obviamente, me equivoqué. No debería haberlo hecho. Debería haber obtenido esta obra (y todas las demás) a través de canales irregulares, o de páginas como ésta, y esto que hoy me ocurre no es más que el empeño de la industria discográfica por demostrármelo.

¿Por qué la industria discográfica se empeña en demostrarme que hago mal si me gasto mi dinero en sus productos? Si hubiese adquirido un CD físico, podría reproducirlo en todos los aparatos que me diese la real gana. Podría llevármelo conmigo de vacaciones, prestárselo a un amigo… obviamente, mi mujer y mi hija podrían sencillamente coger el CD de la estantería y reproducirlo ellas también, sin ningún problema y sin incurrir en ninguna presunta ilegalidad. Sin embargo, dado que opté por adquirir el producto a través de iTunes, en cuanto he autorizado a cinco ordenadores (el mío anterior, el de mi mujer, el de mi hija, el sobremesa de mi casa de vacaciones y el de ésta), ya no puedo reproducir la obra – por la que pagué el precio indicado – en un sexto ordenador. Que sí, que normalmente, un usuario no tiene tantos ordenadores… ¿y qué? Quedémonos con el hecho: por prescindir del soporte físico, algo que intrínsecamente reduce costes a la industria, no solo se me reducen las posibilidades de uso, sino que además, se me trata como a un “presunto delincuente” que está supuestamente circulando la obra con terceros, razón real por la que esa restricción está ahí.

En realidad, esa restricción no está ahí porque Apple lo haya decidido ni porque la quiera imponer a sus usuarios. Está ahí como obligación a la que las discográficas fuerzan a Apple si quiere tener acceso a su catálogo de obras. Dada la torcida mentalidad de las discográficas, esa restricción intenta impedir que “pague uno y consuman todos”, cuando la realidad es que eso es perfectamente posible en cualquier caso, y que la única manera de evitarlo es promover un sistema que haga tan sencillo y tan disuasorio pagar, que ni siquiera compense andar buscándose las vueltas para evitarlo. En este caso, por haber pagado, obtengo un producto limitado: las discográficas siguen otorgando prioridad al consumo de pedazos de plástico, su negocio “de toda la vida”, y demostrando que en la red prefieren seguir planteando restricciones y poniendo palos en las ruedas del desarrollo de un negocio que ven que, como no podía ser de otra manera dada su mentalidad del siglo pasado, se les escapa. En el cine ocurre algo parecido: hace poco escuché a un directivo de la industria decir que “el alquiler de una película en la red debería costar como tres o cuatro entradas de cine, porque lo normal es que la vean tres o cuatro personas”. Impresionante mentalidad y visión de negocio.

Es el momento de que rompamos la absurda inercia de los últimos años. No, nadie quiere “el todo gratis”, como de manera absurda y maniquea se ha empeñado la industria en insistir a través de su cerril dialéctica. Nadie está en contra de los creadores, salvo de los que absurdamente arremeten contra su público. Nadie está en contra de la sostenibilidad de la actividad creativa ni de los que se dedican a ella. Lo que se busca es un desarrollo genuino del ecosistema digital que todos disfrutamos, un flujo de las obras en la red que ofrezca ventajas a todos, a los creadores y a los consumidores. Que permita repercutir los importantísimos ahorros en costes de todo tipo que la tecnología posibilita y la industria pretende negar. Que ofrezca a los creadores acercarse a su público, comunicarse, favorecer esos vínculos emocionales que llevan al pago por los productos, y alejarse de la dialéctica envenenada a la que una industria avariciosa y perversa nos ha llevado durante demasiados años. Que dé lugar a un ecosistema en el que las obras estén disponibles para aquellos que quieran acceder a ellas a través de todo tipo de formatos y modelos de negocio: en acceso gratuito financiado con publicidad, en modo pago por descarga o por streaming, en modo suscripción con tarifa plana, y en todos los modelos que puedan surgir y tengan sentido.

Necesitamos una nueva generación de políticos responsables que abandonen el servilismo a una industria caduca, que dejen de perseguir inútilmente a los ciudadanos, que entiendan que el escenario ha cambiado, y que lo mejor para la cultura, para los creadores y para los ciudadanos no es seguir lo que se dicta desde la apolillada y corrupta industria cultural. Que una industria que contrata a ex-políticos implicados en abundantes casos de corrupción como Christopher Dodd ya lo dice todo de sí misma, y que es mucho mejor tenerla lejos.

Y sobre todo, que las políticas de desarrollo cultural no tienen por qué ser homogéneas. Que las medidas que supuestamente favorecen a la industria cultural norteamericana no tienen necesariamente nada que ver con las que servirían para fomentar la cultura española. Que el problema de la cultura española, desgraciadamente, es que no se descarga, ni de redes P2P ni de ningún otro sitio, y que lo mejor que podría pasar a los creadores españoles sería que sus obras fuesen récord de descargas en las redes P2P de todo el mundo. De verdad. Las tecnologías no son buenas o malas, son lo que queramos hacer con ellas. Y la red puede ser un formidable vehículo para el desarrollo y la sostenibilidad de la cultura. Los ingresos, llegado ese muy deseable caso, vendrían rodados.

Es el momento de resetear.



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