Un tema en el que llevo cierto tiempo trabajando, y que ha pasado de repente a la relevancia más radical a partir del anuncio de cierre de Google Reader, es el desarrollo de una taxonomía o tipología actualizada para el consumo de información.
Salvedades, las obvias en este tipo de trabajos: las tipologías pretenden generalmente representar comportamientos extremos, pero nunca suelen ser conjuntos excluyentes: es normal encontrar comportamientos que se encuentren entre varias de ellas, o que varíen en función de diversas circunstancias. Pero a pesar de sus limitaciones, disponer de una tipología en torno a un fenómeno puede contribuir en gran medida a la comprensión de dinámicas de uso. Y en este caso, el del consumo de información, sujeto a una fortísima evolución derivada de los cambios en la tecnología, estimo que todavía más.
¿Cómo dividir a las personas en función de sus hábitos de consumo de información? El primer tipo, sin duda, está representado por el hábito clásico o unidireccional, el desarrollado como respuesta a muchas décadas de medios unidireccionales: corresponde a una persona que consume información fundamentalmente a través de periódicos, radio y televisión convencionales, sujeto a las pautas de periodicidad o emisión de dichos medios, y que no suele realizar actividades de comunicación en base a la información recibida en ningún medio trazable, más allá de conversaciones o comentarios. Hablamos de un porcentaje todavía muy amplio de la población que sigue asociando información con la emitida a través de los medios convencionales, que puede utilizar la red ocasionalmente para algún tema específico o para comunicarse, pero que mantiene una dinámica de uso marcadamente unidireccional. La lectura de periódicos en la red, por ejemplo, corresponde en muchas ocasiones en un simple paso del papel a la pantalla que mantiene las dinámicas de uso del medio, y que puede excluir los comentarios o la compartición en redes. Orbyt, por ejemplo, es un caso paradigmático: busca capturar a ese lector clásico con un formato que paraleliza completamente el medio papel en su aspecto, y evoluciona intentando incorporar tímidamente elementos como el vídeo o la compartición en redes sociales.
El segundo tipo corresponde al consumidor social. Usuario de redes sociales, su consumo de información está principalmente vinculado a lo que descubre en las mismas, a través de personas con las que tiene contacto en Facebook, Twitter, Google+ y redes afines. Las redes sociales juegan aquí un papel de facilitar el descubrimiento de contenidos, vía contacto con quienes lo han visto en las fuentes originales o quienes contribuyen a su redifusión mediante mecanismos que suelen asociarse con la llamada “viralidad”. En algunas redes, la función de descubrimiento de contenidos se refuerza mediante mecanismos como los trending topics o los motores de recomendación, dando lugar a una tipología de consumidor que cuando se enfrenta al consumo de noticias en medios convencionales unidireccionales como prensa, radio o televisión tiene la sensación de que no le cuentan prácticamente nada nuevo, de que todo lo conoce a través de su presencia en las redes sociales. El consumidor social experimenta un fortísimo crecimiento asociado a la difusión de las redes sociales en los últimos años, y su dinámica de uso suele corresponder a determinados ratios bien conocidos por quienes manejan las estadísticas de este tipo de redes.
El tercer tipo es el que yo denomino originador, aunque la terminología puede ser muy variable: hablamos de personas que tienden a informarse directamente en las fuentes, practicando un consumo de información habitualmente mucho más sistematizado y basado en herramientas como el RSS. Corresponde a usuarios con marcada fidelidad a una serie de fuentes a las que acceden de manera sistemática, combinada con listas o filtros que les permiten acceder a determinados temas de interés, con herramientas de almacenamiento, y que en muchos casos corresponde con un perfil de generación de información, en algunos casos directa, o en muchos otros indirecta a partir de las fuentes originales, o simplemente con una labor de tipo content curation. Los originadores pueden jugar un papel de difusión alimentando las redes sociales mencionadas en la tipología anterior, o en ocasiones pueden llevar a cabo tareas de adaptación, traducción o interpretación del mensaje original, aumentando con ello sus posibilidades de difusión.
Obviamente, como comentamos al principio, no hablamos de tipologías excluyentes: en muchos casos existen comportamientos mixtos y mezclas, o alternancias en función de variables de diversos tipos. Pero entender esta tipología y, sobre todo, su evolución, puede ayudar a aquellos que pretendan entender el efecto producido por el reciente anuncio de Google de eliminar irresponsablemente y sin proponer reemplazo alguno una herramienta fundamental para ese tercer grupo de usuarios. Los análisis simplistas de que “la herramienta no daba dinero” chocan con la evidencia de que Google jamás llegó a intentar que lo generase, aunque tenía muy buenas posibilidades de hacerlo, o con la tristeza de una compañía que confunde la concentración en unos pocos productos con el descuido – o mejor, el abandono – de una base de usuarios que puede tener mucha importancia de cara a la evolución futura.
O, sin ir más lejos, servir como reflexión a quienes pretendan entender la evolución del consumo de medios o desenvolverse en el ecosistema que esta tipología genera.
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Si después de hacer tu comentario este no aparece, no se trata del espíritu de Dans que anda censurando también aquí, es que se ha quedado en la cola de aceptación. Sacaré tu mensaje de ahí tan pronto como pueda, si bien el supersistema este tampoco me avisa de estas cosas, por lo que tengo que estar entrando cada cierto tiempo a ver si hay alguno esperando. Un inventazo, vaya.