Mi columna en Expansión de esta semana se titula “Web social, rábanos y hojas” (pdf), y se refiere a la decisión de una diputada española de anunciar el abandono de su cuenta de Twitter porque las cuentas de sus hijos habían recibido insultos. La decisión no solo me parece de una inmadurez pasmosa, sino que viene a dejar claro uno de los temas de los que he hablado en infinidad de ocasiones: que la adopción social de protocolos de uso tiene lugar siempre después de la fase de adopción tecnológica. Es decir, que primero adoptamos una tecnología, que suele tener además unas barreras de entrada cada vez más bajas, y posteriormente, con el tiempo y el uso, se asientan en la sociedad unos protocolos razonables.
Recibir insultos no es agradable. Que los reciban tus hijos u otras personas de tu entorno, tampoco lo es. Y decididamente, los insultos no son aceptables como modo de interacción social, vengan de donde vengan y aunque la coyuntura parezca que en algunos momentos pueda casi justificarlos. Hay muchas otras maneras de expresar el descontento y la frustración. Pero pretender “hacer un escándalo” del hecho de recibir insultos en una red social, cuando la solución es tan sencilla como bloquear al que insulta y seguir adelante, es completamente absurdo. Todos, incluido yo que tengo una visibilidad infinitamente inferior a la que tiene un político, hemos pasado por fases de insultos, desprecios o interacciones que no respetan las reglas de educación mínimamente exigibles a la comunicación social, y aquí seguimos. No pasa nada. Se bloquea, sea a uno o a quinientos. Los trolls vienen con la visibilidad y la exposición pública, son un precio desagradable que hay que pagar,pero tienen solución. Si no tienes educación suficiente como para comunicarte de una manera razonable, mereces estar bloqueado, y no hay ningún drama en ello: forma parte de un proceso perfectamente normal en la red, y como tal hay que entenderlo. Si crees que insultar forma parte de una dinámica de interacción normal, si te enorgulleces de ser un troll, si piensas que es de alguna manera “divertido”, lo que eres es sencillamente alguien que tiene un problema.
Pero pretender “que las redes sociales no sirven”, que “hay que regularlas”, y plantear una especie de “juicio público” o de “enmienda a la totalidad” porque esos insultos es posible hacerlos “desde el anonimato del carahuevo” es tomar el rábano por las hojas. Es un error, tanto de quien lo hace, como de quienes la apoyan en su decisión. Una cosa es el apoyo en lo personal, el “te insultan, es muy desagradable, y aquí está mi comprensión”, y otra cosa es el apoyo a la decisión de salir de la red social, que supone como tal un un error en sí misma. Libertad para tomar la decisión de salir de una red social, por supuesto, cada uno es cada uno y es libre de decidir donde quiere y no quiere estar. Pero planteamientos de juicio público, de enmienda a la totalidad o de “esto es un desastre y hay que arreglarlo”, no gracias. Muchos estamos muy a gusto aquí. Esperemos que los políticos, cuando se trate de tomar decisiones en su ámbito, lo hagan con algo más de responsabilidad, consideración y madurez. Que dicho sea de paso, tampoco parece ser el caso.
A continuación, el texto completo de la columna:
Web social, rábanos y hojas
La fase de adopción de una tecnología en la sociedad suele aportar situaciones paradójicas, porque el desarrollo de los usos y costumbres sociales asociados con esa tecnología tiene siempre un ciclo más lento que la propia adopción.
La telefonía móvil, por ejemplo, tuvo una difusión sumamente rápida: los terminales a precios relativamente bajos y la facilidad de manejo generaron una difusión meteórica. Sin embargo, muchos años después de la popularización del teléfono móvil, aún hay muchas personas que no saben utilizarlo con un mínimo de educación. Con las herramientas de la web social vivimos algo similar: su adopción está prácticamente exenta de barreras de entrada, pero la interiorización y comprensión de su uso e implicaciones viene con mucho retraso.
Recientemente hemos visto como una conocida diputada anunciaba su salida de Twitter, debido a que algunas personas insultaban sistemáticamente a sus hijos. La situación es, sin duda, desagradable. Pero, sin ánimo de juzgar su reacción, me pregunto: si esta persona saliese a la calle y unos transeúntes insultasen a sus hijos… ¿dejaría por ello de salir a la calle? Si le enviasen anónimos insultantes por carta, ¿renunciaría al correo? Porque la situación, en realidad, es exactamente la misma. Que haya personas maleducadas es tristemente habitual. Que en un entorno relativamente nuevo esas personas no entiendan que no se puede insultar, desgraciadamente, también. Esas personas se suelen llamar trolls. Y ante un troll, todos sabemos qué hacer: se le bloquea, y ya está. No hay más. Se acabaron los insultos. Sin educación, no hay interacción. No se alimenta al troll. Y menos aún se le deja ganar.
Anunciar que abandonas Twitter porque hay trolls es ridículo, no va a ninguna parte, y no logra ningún objetivo más que el de pretender descalificar un medio como la red, solo porque algunos la utilizan mal: lo que se llama, sencillamente, tomar el rábano por la hojas. Un absurdo error.
(Enlace a la entrada original - Licencia)
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Si después de hacer tu comentario este no aparece, no se trata del espíritu de Dans que anda censurando también aquí, es que se ha quedado en la cola de aceptación. Sacaré tu mensaje de ahí tan pronto como pueda, si bien el supersistema este tampoco me avisa de estas cosas, por lo que tengo que estar entrando cada cierto tiempo a ver si hay alguno esperando. Un inventazo, vaya.