Jorge Jiménez, profesor de la Universidad Europea de Madrid y autor del blog “Hackers contra zombis“, me envió algunas preguntas por correo electrónico sobre los retos de la universidad en la sociedad de la información, y las ha publicado conjuntamente con las respuestas de Bernardo Gutiérrez y David de Ugarte, bajo el título “¿Quo vadis universidad? Enrique Dans, Bernardo Gutiérrez y David de Ugarte responden“.
A continuación, el intercambio completo de preguntas y respuestas que crucé con Jorge:
P. ¿Cuál debería ser la función de la universidad?
R. La función de la universidad debe ser triple: por un lado, y fundamentalmente, proporcionar educación. Por otro, producir investigación. Y en otra vertiente, posibilitar el desarrollo profesional de quienes trabajan en ella. Obtener la mezcla adecuada es complejo, pero puede llevarse a cabo si se hacen las cosas bien y se observan determinadas precauciones que eviten que ninguna de las tres partes tome un protagonismo excesivo o se hipertrofie. Lo que vivimos actualmente en muchas universidades tiene lo peor de cada lado: la investigación se ha prostituido por culpa de métricas inadecuadas para dar lugar al “publish or perish”, las políticas de personal tienden a la desmotivación por culpa de sistemas de evaluación malos o inexistentes y políticas de incorporación que fomentan nepotismo, inbreeding y rigidez. Como resultado, la educación suele ser deficiente y desconectarse de los otros dos objetivos. Y eso no es un problema exclusivo de la universidad española, ocurre también a otra escala en algunas de las mejores universidades norteamericanas, y en muchos otros países. No es un problema sencillo. Pero estoy convencido de que tiene solución.
P. ¿Crees que lo ha cumplido a lo largo de la Historia?
R. La universidad ha cumplido con la función de educación lo mejor que ha podido, teniendo en cuenta que una buena parte del proceso educativo tiene lugar – y es bueno que así sea – al margen de la universidad. Con el desarrollo y popularización de la red, que pone toda la información del mundo a un clic de distancia, ese desarrollo “más allá del aula” toma una importancia infinitamente mayor. De ahí que la universidad necesite imperiosamente redefinirse para los tiempos que vivimos.
P. ¿Cree que está cumpliendo ese objetivo en la actualidad?. En caso negativo, ¿cuáles son las amenazas y las oportunidades que la acechan?
R. El momento actual representa posiblemente el punto límite de la crisis de valores en la universidad: un poco más de tiempo sin reaccionar, y presenciaremos una caída similar a la vivida por discográficas y empresas similares, con procesos de sustitución similarmente desestructurados y mucho sufrimiento. Las principales amenazas están dentro de las instituciones: administración rígida e inmovilista que no puede tocar nada porque constantemente se encuentra con privilegios adquiridos, catedráticos más intocables que Eliot Ness, plazas adjudicadas irrevocablemente y mediante procesos viciados, métricas de desempeño inexistentes o mal planteadas, comunicación mal planteada o nula con los alumnos, objetivos mal definidos… El actual auge de los MOOC y de los sistemas desestructurados es un fracaso terrible para cualquiera que sienta una mínima vocación por la educación: si un curso con tres mil o treinta mil personas apuntadas en la red funciona razonablemente bien, me parece de todo punto alucinante que una clase con treinta personas y teniendo el lujo de la interacción presencial no lo haga. Me parece terrible.
P. ¿Cree que en el futuro inmediato, las funciones cambiarán? En caso afirmativo, ¿qué tendría que hacer la universidad actual para adaptarse?
R. No creo que las funciones cambien, ni siquiera creo que deban cambiar. Al contrario, creo que deberíamos enfatizarlas. Dotar a la universidad de mecanismos para librarse del peso muerto que supuso un sistema absurdo que permitía al que alcanzaba un nivel determinado enrocarse en él al margen de sus resultados: no concibo un sistema educativo que no posibilite una medición constante del desempeño y una corrección continua de los errores para reenfocarse hacia el objetivo. El concepto de “plaza adjudicada” debería morir, porque es completamente absurdo: cualquier persona que estando en una plaza con responsabilidad educativa muestre un mal desempeño en su trabajo tendría que sentir el riesgo de perderlo. Que haya monstruos en la universidad que saben (supuestamente) muchísimo de un tema pero que son manifiestamente incapaces de comunicarlo y de motivar mínimamente a sus alumnos para que aprendan es un verdadero problema, y que el sistema lo permita y hasta lo promueva es un problema, si cabe, todavía mayor. Todo en la universidad debería estar en función del aprendizaje, reforzado por el hecho de que quienes enseñan, además, puedan tener una carrera como investigadores y productores de conocimiento, y con sistemas que les permitan sentirse motivados en su desarrollo profesional. A partir de ahí, tenemos que instaurar las métricas adecuadas que permitan evaluar el rendimiento en cada área, pero gobernadas por una fundamental: la satisfacción y aprendizaje del alumno.
Sobre el futuro inmediato, creo que vivimos épocas gobernadas por una transparencia cada vez mayor, y que las instituciones donde este tipo de temas no funcionen, no podrán sobrevivir. Basarse en un supuesto prestigio será imposible si tus alumnos están voceando en la red que no están a gusto, que no aprenden, que tal profesor es un desastre y no aparece por clase, o que cuando aparece es todavía peor que cuando no lo hace. Profesores que van a clase a dictar apuntes, que no motivan a sus alumnos o que no conectan en modo alguno deben ser reeducados, recibir formación que les ayude a reconvertirse a unos objetivos bien establecidos, o directamente desaparecer, dedicarse a otra cosa. Pero el primer factor de cambio tiene que venir de la administración universitaria, seguramente el mayor reducto de inmovilismo y meritocracia mal entendida que existe más allá de la política.
(Enlace a la entrada original - Licencia)
0 comentarios:
Publicar un comentario
ATENCIÓN: Google ha metido en Blogger un sistema antispam automático que clasifica como spam casi lo que le da la gana y que no se puede desactivar.
Si después de hacer tu comentario este no aparece, no se trata del espíritu de Dans que anda censurando también aquí, es que se ha quedado en la cola de aceptación. Sacaré tu mensaje de ahí tan pronto como pueda, si bien el supersistema este tampoco me avisa de estas cosas, por lo que tengo que estar entrando cada cierto tiempo a ver si hay alguno esperando. Un inventazo, vaya.