08 abril 2013

Mi prólogo para Cypherpunks, de Julian Assange

CypherpunksRoger Domingo, director editorial de Deusto y editor de mi libro “Todo va a cambiar” (disponible en edición social), me pidió que escribiese un prólogo para la edición española del último libro de Julian Assange, titulado Cypherpunks, que sale el jueves 11 de abril y está ya disponible en preventa en Amazon.

El libro es una transcripción de conversaciones de Julian con otros tres conocidos activistas de la red; Jacob AppelbaumAndy Müller-Maguhn y Jérémie Zimmermann, y aunque no es de lectura agradable, sí resulta muy recomendable por dos razones fundamentales: una, para ver claramente en qué se ha convertido internet y lo que se nos viene encima si no hacemos nada para evitarlo. Y dos, como gesto de apoyo para contribuir a financiar a Julian Assange y a Wikileaks, cuyas finanzas han sido vergonzosamente bloqueadas por los Estados Unidos convirtiendo a entidades como Visa, Mastercard o PayPal en auténticos guardianes morales de tu dinero, en empresas que se arrogan el supuesto derecho de decidir a qué causas puedes donar y a cuáles no.

Si estos hechos y otros similares te hacen sentir que estamos viviendo un entorno extraño, casi disfuncional u orwelliano, estás en lo cierto. George Orwell se ha convertido en un auténtico profeta. Y este libro es una buena manera de confirmarte la magnitud de lo que está ocurriendo, desde la evidencia de quien lleva ya casi un año sin poder salir del edificio de la Embajada del Ecuador en el centro de Londres. Una experiencia real, escrita por quien de verdad se ha enfrentado directamente al enemigo y está sufriendo las consecuencias de ello. Una opinión más que autorizada acerca de la preocupante evolución de la red y del mundo.

A continuación, el texto completo de mi prólogo:

 

Para cualquier persona a quien la red genere algún tipo de impresión positiva, para cualquiera que vea en internet un lugar para acceder a información, para comunicarse o para tantas otras cosas que hacemos habitualmente en nuestro día a día, este libro será, sin lugar a dudas, una lectura amarga. No, no espere que su lectura le resulte en absoluto agradable. Ni por el formato escogido, que no resulta el más fácil de consumir, ni por su contenido, que se despliega lentamente ante los ojos del lector, frase a frase, a medida que la conversación va tocando más y más temas, hasta construir un escenario verdaderamente desasosegante.

No, el libro que tienes entre las manos no es un libro agradable. Está repleto de malas noticias, de augurios pesimistas y de llamadas de alerta. Noticias, augurios y alertas, además, hechos "desde el otro lado", por personas que han tenido la oportunidad de mirar directamente a los ojos del enemigo, de sufrir su persecución. Un enemigo invisible, de magnitud descomunal, que pretende controlar todos nuestros pasos, todas nuestras acciones, todos nuestros pensamientos. Un enemigo al que no siempre vemos, que acecha nuestras conexiones, que recopila nuestra información, que investiga por dónde navegamos, con quiénes nos conectamos y qué les decimos, que pretende saber más de nosotros que nosotros mismos. Un enemigo dispuesto a lo que sea por mantener un delicado equilibrio en el que se sabe ganador: en situación de asimetría informativa, siempre termina ganando el que todo lo ve.

El autor principal que firma este libro lleva desde junio de 2012 encerrado en una embajada, sin poder poner un pie en la calle, sometido a un acoso absolutamente impropio. Se ha visto perseguido, acusado de delitos con una base absolutamente absurda, y amenazado de muerte por políticos de países supuestamente civilizados. Ha podido comprobar lo que pasa cuando tu organización es perseguida hasta el punto de cortarle todas sus posibles fuentes de financiación, lo que ocurre cuando, en una absoluta falta de respeto a las leyes y a las relaciones internacionales, se presiona a quienes deberían ser medios de pago neutrales para convertirlos en supuestos guardianes morales del dinero de sus usuarios. Utilizando VISA, Mastercard o PayPal puedes hacer donaciones al Ku Klux Klan, a organizaciones pro-nazis o a entidades que defienden el odio o el uso de la violencia… pero no puedes contribuir a financiar a Wikileaks. Si lo intentaste en su momento, tienes muchas posibilidades de que tu dinero, simplemente, no llegase a tu destino. Si lo intentas ahora, tendrás que buscar métodos alternativos, porque lo normal es que te encuentres con que, sencillamente, no es posible. Si, en un arrebato de moralidad, decides prescindir de los servicios de esas empresas que te impiden hacer lo que quieres con tu dinero y donar a una causa que estimas justa, te encontrarás con que es extremadamente difícil, en el mundo en que vivimos, hacer una vida mínimamente normal sin ellas

Wikileaks es el signo de los tiempos: el desarrollo y popularización de la red como herramienta en manos de una parte significativamente mayoritaria de las sociedades desarrolladas ha determinado que muchas de las cosas que antes tenían lugar en secreto, dejen de transcurrir en la oscuridad. La red es la herramienta más poderosa para que los ciudadanos en las sociedades democráticas pongan en práctica una supervisión completa sobre las actividades de sus teóricos representantes, los políticos. Pero ante una herramienta así, surge un problema de primera magnitud, una disfuncionalidad manifiesta: hacía ya mucho tiempo que esos teóricos representantes de los ciudadanos habían dejado de representarlos, para pasar a representarse a sí mismos y a sus intereses particulares. Con algunas honrosas pero escasas excepciones, la primera preocupación de un político en nuestros días es la llegada a su cargo y la preservación del mismo, seguida por la consecución de fuentes de ingresos en el hipotético caso de que tenga que abandonar el mismo. Así, los políticos se convierten en gestores de favores a cambio de un enriquecimiento más o menos obvio, que alimenta desde la corrupción directa hasta el tratamiento privilegiado a determinados lobbies en función de intereses que, en muchos casos, no coinciden en absoluto con los de los ciudadanos que, con sus votos, situaron a ese teórico representante público donde está.

Pocas cosas están más justificadas en la vida pública que la transparencia. Por el hecho de serlo, un político, por su condición de representante y servidor de los ciudadanos, debería tener un deber de transparencia absoluto: deberíamos saber qué hace, dónde está en cada momento, con quién o quiénes se reúne, de qué temas habla, qué acuerdos o promesas compromete, su agenda, sus opiniones en todos los temas relevantes… desempeñar la función pública debería exigir una garantía de transparencia total en todo, incluidos por supuesto los ingresos y los gastos.

En un mundo así, con políticos y gobiernos comprometidos con ese nivel de transparencia, Wikileaks no sería en absoluto necesaria. Hoy, la tecnología proporciona todas las herramientas necesarias para que esa transparencia tenga lugar. Podemos saber en todo momento dónde está una persona, y podemos además proporcionarle herramientas para que informe de todos sus pensamientos, reuniones o decisiones. Pero en su lugar, lo que los políticos y los gobiernos están haciendo es pretender utilizar la tecnología no para que los ciudadanos les exijan esa transparencia, sino para imponer a esos mismos ciudadanos una vigilancia que en modo alguno esos ciudadanos desean ni estiman conveniente. En lugar de utilizar la tecnología para controlar al poder político, el poder político pretende utilizar la tecnología para controlar a los ciudadanos. Un giro completamente inaceptable, contra el que Wikileaks pretende luchar.

Wikileaks es un gestor de información. En su funcionamiento, Wikileaks intenta reducir en la medida de lo posible las barreras de entrada al llamado whistleblowing, al filtrado de información. Cuando una persona maneja información que, por la razón que sea, estima debería ser pública, Wikileaks procura ofrecerle modos libres de riesgo para, de manera efectiva y eficiente, hacerla pública. Mediante esquemas de anonimato, protección de las fuentes, verificación de la información, estudio de las consecuencias legales, y difusión viral, Wikileaks procura asumir una función que, en muchos casos, la prensa tradicional ya no era capaz de ejercer. Los vínculos de la prensa tradicional con el poder, los esquemas de financiación mediante publicidad institucional, la escasa diligencia en la protección de las fuentes o la nula voluntad de asumir determinados riesgos habían provocado que el hecho de "tirar de la manta" en un tema llevándolo a la prensa implicase una ruta como mínimo compleja, llena de incertidumbres y peligros que muy pocos podían asumir. Wikileaks, en ese sentido, es toda una llamada de atención al periodismo: no trabaja al margen del mismo, utiliza sus esquemas par dar salida a la información, pero diseña, apoyándose en la red, toda una nueva esquemática de trabajo que permite a quien lo estime oportuno convertirse en fuente. Y el esquema, como prueban las muchísimas revelaciones que ha logrado sacar a la luz, funciona.

Por mucho que pueda parecer a mentes clásicas, conservadoras o supuestamente biempensantes, el mundo está mucho mejor con Wikileaks. Por provocativo y peligroso que suene el que la información se intercambie a la vista de todos o el que la política se celebre en espacios abiertos, el clima de secretismo en que se desarrollaba la gestión de los gobiernos no solo no estaba diseñado para servir a los ciudadanos, sino que cada día existían más evidencias de todo lo contrario, de que estaba creado para servir a los intereses de terceros, a intereses en absoluto legítimos. La transparencia en la gestión pública solo debería responder a dos limitaciones: la intimidad de los ciudadanos y las leyes de secretos oficiales, que deberían regularse con absoluto rigor para que fuesen utilizados únicamente en las ocasiones en las que fuese estrictamente necesario. Todo lo demás, en un mundo hiperconectado, debería sencillamente eliminarse.

En su lugar, los gobiernos están utilizando la red para dar lugar al mayor aparato de espionaje y vigilancia de los ciudadanos que ha existido nunca. Estamos viviendo una realidad que convierte a George Orwell en el más grande de los visionarios, una dinámica con muy pocas posibilidades de vivir una marcha atrás. La libertad de la que disfrutamos en internet desde su creación y popularización se nos está escapando entre los dedos, está desapareciendo a toda velocidad, mientras todo un conjunto de tecnologías como las cámaras, los sistemas de reconocimiento facial, la cibervigilancia, la deep packet inspection, los filtros o la retención de datos van convirtiendo el mundo en que vivimos en un entorno completamente diferente, en una dura realidad que nos va a costar mucho trabajo explicar a nuestros descendientes. Cabalgando junto a jinetes del Apocalipsis como la protección de los derechos de autor, la pornografía infantil o la amenaza terrorista nos están trayendo recortes de derechos y libertades sin precedentes, supuestamente en aras de un bien común, desdiciendo a aquel Benjamin Franklin que con tan buen juicio aseveraba que "aquellos que sacrifican libertad por seguridad no merecen tener ninguna de las dos".

Los recortes que comenzaron en regímenes totalitarios, dictatoriales o teocráticos en los que parecía completamente lógico que surgiesen como medio de preservar el status-quo se han trasladado a democracias teóricamente consolidadas sin ningún tipo de solución de continuidad. Que Ahmadinejad en Irán, Ben Ali en Túnez o Mubarak en Egipto reaccionasen al uso de la red para movimientos insurgentes intentando bloquearla y tratando de establecer sobre ella un sistema de vigilancia de la población parecía lógico y hasta esperable: que ese movimiento tenga lugar en los Estados Unidos o en muchos otros países con tradición democrática debería resultar completamente inaceptable, una auténtica causa de revolución. Pero esa, y no otra, es la realidad que estamos viviendo. La realidad sobre la que este libro pretende alertarnos.

El ciberespacio, en todos los sentidos, se ha militarizado. El equivalente de lo que está ocurriendo en la red situado en la calle, fuera de la red, sería directamente la ley marcial. La red y el libre intercambio de información podrían estar posibilitando un período histórico que supusiese el mayor y más vibrante progreso a todos los niveles, pero están en su lugar alumbrando la época más oscura, autocrática y totalitaria que el ser humano ha vivido jamás. Internet, lo creamos o no, se está convirtiendo en el enemigo, en la sustancia que engrasa una pendiente peligrosísima que la humanidad recorre a toda velocidad, en el mayor y más efectivo facilitador del totalitarismo. Como el propio Assange dice en su introducción, y por mucho que nos pueda costar entenderlo a los que amamos la red como herramienta de libertad, internet en su expresión actual se ha convertido en una amenaza para la civilización humana.

No existe una forma de escapar a este sistema. Sí, al menos, de luchar contra él, de intentar convertirse en un obstáculo a esa deriva. Y es precisamente lo que Julian Assange y sus compañeros de charla llevan haciendo desde hace ya bastantes años: intentar entender el funcionamiento del sistema todo lo posible, para tratar de oponerse al mismo. Por esa razón, para entenderlo y para colaborar con ello, debes comprar y leer este libro. Comprarlo, porque con ello conseguirás que una parte del precio del libro llegue a Julian Assange y a Wikileaks. Leerlo, porque por duro, espeso y oscuro que te pueda parecer, te estará preparando para entender una realidad que, por estar escondida en complejos e inabarcables esquemas internacionales, es muy posible que no te hayas llegado todavía a plantear.

Tomada en conjunto, lo que tenemos encima es una auténtica cruzada liberticida, lo viejo atacando a lo nuevo, con unas proporciones que resultan casi imposible de imaginar. Nada, ni la propiedad intelectual, ni la lucha antiterrorista, ni la protección de los menores, ni el derecho al honor, ni los derechos de los creadores, ni nada de nada, por execrable que parezca, justifica la barbaridad que estamos viviendo ni los excesos liberticidas que se nos están viniendo encima. Solo son, por terribles que parezcan, meras excusas, medios para conseguir un fin.

¿Es imparable? ¿Habían ganado incluso antes de empezar? ¿Son ellos una generación perdida de nostálgicos reaccionarios del pasado cuyas tumbas acabaremos pisoteando con inmenso alivio para asegurarnos de que están bien muertos? ¿O somos nosotros un grupo de ilusos que creyeron durante unos pocos años, que la libertad era posible, y que terminaron convirtiéndose en un simple oasis momentáneo de esperanza, en una simple panda de románticos subversivos trasnochados, de cypherpunks?

El ciberactivismo es la única salida que nos queda.



(Enlace a la entrada original - Licencia)

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Si después de hacer tu comentario este no aparece, no se trata del espíritu de Dans que anda censurando también aquí, es que se ha quedado en la cola de aceptación. Sacaré tu mensaje de ahí tan pronto como pueda, si bien el supersistema este tampoco me avisa de estas cosas, por lo que tengo que estar entrando cada cierto tiempo a ver si hay alguno esperando. Un inventazo, vaya.