A través de BizDeansTalk llego a una columna de Peter Lorange en el Financial Times, “Faculty jobs-for-life must go“, en la que arremete contra el sistema de tenure o plaza fija habitual de los entornos académicos. Para mí, un artículo que pone de manifiesto el laberinto en el que el mundo académico se halla inmerso en nuestros tiempos, y que requiere sin duda una enorme redefinición: el sistema de tenure o de plaza en propiedad proviene del siglo XIX y se diseñó principalmente para proteger la independencia y libertad de los profesores. Con el tiempo, ha evolucionado hasta convertirse en un sistema basado fundamentalmente en el llamado “publish or perish”: un profesor debe trabajar y obtener publicaciones para, finalmente, optar a una plaza en propiedad. El sistema tiende a privilegiar el trabajo individual, pone excesivo énfasis en las revistas en las que aparecen las publicaciones, y tiende a favorecer que el profesor se oriente a la publicación en lugar de a la relevancia, alejándose de la realidad de unas clases que se quedan en lo que para él resulta completamente trivial. Y dentro de lo malo que el sistema de tenure, habitualmente asociado a universidades norteamericanas, puede tener, parece un dechado de virtudes cuando lo comparamos con sistemas de otros países en los que los méritos académicos pierden notablemente peso frente a otros criterios en muchas ocasiones menos objetivos.
La llegada de la tecnología ha alterado en gran medida el ecosistema académico. Publicar en los cuestionados journals académicos ya no es necesariamente la mejor manera de acreditar conocimientos o excelencia: su restringida circulación y un proceso que prima llegar a la publicación por encima de todo (incluyendo en muchos casos la veracidad) los han convertido en irrelevantes, en una muestra de inadaptación a los tiempos. Un profesor puede obtener mayor relevancia y un trabajo de una calidad académica mayor sometiendo éste, en lugar de a un circuito de supervisión ciega llevado a cabo por dos o tres personas, a la supervisión colectiva, multidisciplinar y permanente de la red.
En gran medida gracias a (o a pesar de, para algunos) la tecnología, el profesor adquiere progresivamente un papel de supernodo conductor y menos de fuente de un conocimiento que se encuentra disponible en todas partes y al que sus alumnos pueden acceder con un clic. El profesor ya no puede aspirar a ser el que más sabe o el que tiene la mejor información sobre un tema en una clase o foro determinado, sino a ser el que mejor motive la discusión productiva sobre el mismo. Además, el profesor necesita metas y objetivos vinculados a cuestiones terrenales: en las escuelas de negocio, este tipo de objetivos se centran en la relevancia para el mundo empresarial o en la capacidad para transmitir información de manera eficiente evaluada por los propios alumnos, y se miden en muchos casos con sistemas parecidos a los que una empresa utiliza para evaluar el desempeño de sus trabajadores. ¿Alguien se imagina, en una empresa, un directivo que tuviese su puesto asegurado de por vida? ¿Debe, en una sociedad moderna, funcionar el mundo académico con esquemas y criterios diferentes a los que utiliza el mundo profesional?
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Si después de hacer tu comentario este no aparece, no se trata del espíritu de Dans que anda censurando también aquí, es que se ha quedado en la cola de aceptación. Sacaré tu mensaje de ahí tan pronto como pueda, si bien el supersistema este tampoco me avisa de estas cosas, por lo que tengo que estar entrando cada cierto tiempo a ver si hay alguno esperando. Un inventazo, vaya.