Terminado prácticamente el largo y cálido verano español, ese conocido dicho de “España cierra en agosto”, es el momento de plantearnos una cosa: ¿ha cambiado algo?
El pasado 15 de mayo y en fechas sucesivas, una cantidad muy representativa de ciudadanos españoles salieron a la calle. Reclamaban cambios en un sistema fallido, en una democracia convertida en otra cosa, en otra cosa que no solo no les gustaba nada, sino que además, identificaban con una gran parte de los problemas que estaban sufriendo. Las sucesivas encuestas y estudios de opinión demostraron que detrás de los que salimos a la calle, había mucha más gente, los que nos manifestamos no éramos los únicos que pedíamos cambios: una amplia mayoría de la sociedad estaba de acuerdo en que era preciso cambiar las cosas.
¿Qué ha pasado desde entonces? Que vamos decididamente a peor. Sencillamente, estamos viendo el proceso mediante el cual el viejo sistema, la “política de toda la vida”, se defiende de los intentos de cambio. La ruptura de la política, cerrada a toda innovación o cambio en su sistema, con los deseos de los ciudadanos. Algo tan patético como políticos enrocándose para defenderse de los cambios que piden los que les votan.
Unas elecciones a la vista… ¿algún atisbo de interés por los cambios demandados? Como dice Eduard Punset, “no basta con cambiar de una política socialista a una conservadora (o viceversa) sino que hay que cambiar la forma de hacer política ampliando la participación directa de los ciudadanos”. ¿Pero vemos a alguno de los partidos mayoritarios promover algo relacionado con una ley electoral más justa y representativa? ¿Con la necesidad de mayor transparencia? ¿Alguna propuesta de sistemas para detectar, detener o castigar la corrupción? ¿Algún interés por promover una verdadera separación de poderes? ¿Por ofrecer mecanismos de control a los ciudadanos para la exigencia de responsabilidad política? ¿ALGO?
Al revés. Lo que estamos viendo es precisamente lo contrario. La ley electoral, en función de su última modificación, empeora la situación, favorece a las formaciones establecidas y al bipartidismo, y dificulta la presentación de nuevas alternativas, imponiendo requisitos que, de facto, consagran la partitocracia. Un final de legislatura vergonzoso y en modo “sálvese quien pueda” pretende llevarse por delante, en función de difusas amenazas no especificadas, cuestiones tan importantes como el que una reforma de la Constitución se haga sin referendum ni intervención de los ciudadanos, precisamente cuando muchos ciudadanos querrían cuestionar los cambios que se pretende introducir o muy posiblemente pensar en introducir otros. En paralelo, se incrementa la precariedad autorizando cuestiones como el encadenamiento ad aeternum de contratos temporales y la prolongación del contrato de formación hasta los treinta años. Y como broche final, el reglamento de la ley Sinde, que todo indica que pretende aprobarse también como envenenado “regalo de fin de legislatura”.
El descontento, la indignación, siguen ahí. Es de lo poco que, entre desalojos, protestas y porrazos, ni siquiera cerró en agosto. Pero los políticos siguen pretendiendo mirar hacia otro lado. Error del sistema. Seguimos igual. O peor. "Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí".
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Si después de hacer tu comentario este no aparece, no se trata del espíritu de Dans que anda censurando también aquí, es que se ha quedado en la cola de aceptación. Sacaré tu mensaje de ahí tan pronto como pueda, si bien el supersistema este tampoco me avisa de estas cosas, por lo que tengo que estar entrando cada cierto tiempo a ver si hay alguno esperando. Un inventazo, vaya.