La existencia de páginas de descargas en las que se generan ingresos poniendo publicidad al lado de enlaces a obras protegidas por derechos de autor parece ser ofensiva para algunos. Pero ¿y si su existencia fuese interpretada no como problema, sino como síntoma?
Dejando aparte el hecho de que las páginas de enlaces hayan sido declaradas legales por los jueces españoles en un elevado número de casos, lo que las convierte en negocios perfectamente honrosos y que pagan sus impuestos como cualquier otro; todo indica que la obsesión de los políticos, y lo que supuestamente buscan con aberraciones como la ley Sinde, SOPA o PIPA es cerrarlas. Y dicha obsesión choca con varios problemas:
- Que en la red, los bloqueos son terriblemente ineficientes. La red fue creada para posibilitar la comunicación entre nodos incluso en medio de una guerra nuclear… ¿de verdad creen que una prohibición y un bloqueo de DNS iba a evitar que los usuarios accediesen a las páginas de enlaces? Es sencillamente imposible.
- Las páginas de enlaces no son, en realidad, necesarias para la actividad de descarga. Facilitan la búsqueda, pero no son en absoluto necesarias. Con páginas de descargas o sin ellas, la actividad de descarga continuará.
- Son muchos ya los artistas que comprueban que las páginas de descarga no son el verdadero enemigo. Es bien sabido ya que las películas, tras comenzar a aparecer en dichas páginas, no pasan a recaudar menos, sino que continúan con la evolución habitual de sus gráficos de venta de entradas.
Entonces, ¿deberíamos dejar que todo siga igual? No, las cosas tampoco son así. Que haya páginas que generan ingresos sin repercutir ninguna parte de esos ingresos a los autores es, sin lugar a dudas, algo negativo. Que haya personas entrando en salas de cine con cámaras para conseguir grabar una película en una calidad horrorosa y subirla a la red es algo objetivamente malo. Son cosas que, objetivamente, no se pueden defender. Y de hecho, no se defienden. Sinceramente, no conozco prácticamente usuarios de internet que lo hagan. Pero… ¿es un problema? ¿Genera de verdad un perjuicio a los autores? ¿Y a una industria cuyos beneficios, en realidad, no han dejado de subir?
No, no es así. Las páginas de descargas no son el problema. Son, como decíamos, el síntoma. ¿Por qué están ahí? Porque hay un mercado desatendido. Porque las páginas que la industria propone son espantosamente malas, tienen catálogos incompletos, condiciones de uso inaceptables, precios demasiado elevados, ventanas geográficas insostenibles, usabilidad mal diseñada, o todos esos problemas a la vez. Porque la industria bloquea intencionadamente las iniciativas de terceros, imponiendo precios demasiado elevados o saboteando la posibilidad de que consoliden un catálogo completo. No hay más que ver la razón aducida por Netflix para finalmente no venir a España: derechos el triple de caros que en otros países, y negociación infructuosa con proveedores de contenidos locales. O el tiempo que Spotify tardó en llegar a un acuerdo con las discográficas, que todavía ahora siguen imponiendo condiciones que dificultan notablemente su viabilidad o denunciándola por infracción de la propiedad intelectual cuando entra en el mercado estadounidense. Pero sobre todo, las páginas de descargas triunfan porque se han convertido en un símbolo de rebeldía, en la reacción lógica de unos usuarios constantemente insultados, criminalizados y acosados por una industria a la que han llegado a odiar.
No, el problema no son las páginas de descargas. El problema es una industria empeñada en no evolucionar, en no renunciar a las utilidades que poseía cuando el mundo era otro, cuando los costes implicados en la distribución eran más elevados o cuando las ventanas de explotación geográficas o de formato eran viables. Todo eso ha cambiado, y las páginas de descargas están ahí aprovechando los huecos que la industria deja en ese sentido. Ni más, ni menos. Es un problema que la industria se genera a sí misma, para después pedir a los políticos que le vengan a proteger. Pero no, no hay protección posible contra el progreso de la tecnología. Ni contra el mercado.
¿Van a seguir las páginas de descargas siempre ahí? No, no deberían. No sería un buen síntoma que así fuese. Pero no pueden perseguirse mediante métodos que amenacen la libertad de expresión, que alteren el funcionamiento normal de internet, que conviertan a las operadoras en policías o que establezcan fronteras para los usuarios de un país determinado. Si se quieren evitar las páginas de descargas, la verdadera respuesta es el mercado. Lo que hay que hacer es facilitar la aparición de páginas que ofrezcan un catálogo exhaustivo, una usabilidad exquisita, unas condiciones razonables y un precio disuasorio, mientras a la vez se trabajan las relaciones para que los usuarios dejen de ver a la industria como al enemigo más acérrimo. Se puede competir con lo gratis, por supuesto que se puede.
Lo que hay que hacer es diferenciar el apoyo a los artistas, que por pura lógica tendrían que beneficiarse de una tecnología que los acerca a su público, frente al apoyo a una industria que era la que se beneficiaba de que existiese entre ellos una separación. Entender que la creación se beneficia de una difusión mayor en las condiciones adecuadas, no del hecho de seguir explotando economías de escasez.
Todo ello requiere imperiosamente una redefinición del problema. Un enfoque fresco, renovado y con verdadera voluntad de solución. Políticos que entiendan los condicionantes del mundo digital, y no que intenten aplicar soluciones imposibles. Y artistas que sean conscientes de que lo que hay al otro lado, más allá del horizonte que la industria les permite ver, es su público, con el que tendrían que mantener las mejores y más directas relaciones que fueran posibles. Cada vez son más los que se dan cuenta del absurdo conceptual que estamos viviendo, del sinsentido que supone este enfrentamiento forzado y artificial. Con aberraciones como la ley Sinde, Hadopi, SOPA, PIPA y similares, no solo no solucionamos nada, sino que seguimos recorriendo cada vez más camino en la dirección contraria, camino que habrá que desandar después.
Redefinamos el problema. Y pongámosle, esta vez de verdad, una solución.
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