30 julio 2013

Twitter y los límites de la conversación

noswearDos mujeres británicas, una periodista y activista por los derechos de la mujer, Caroline Criado-Pérez, y una parlamentaria, Stella Creasy, recibieron una serie de persistentes ataques de mensajes insultantes y amenazas de muerte o violación a través de Twitter – hasta cincuenta mensajes insultantes cada hora durante doce horas – tras haber participado activamente en una campaña para conseguir que la imagen de una mujer, Jane Austen, apareciese en los billetes británicos.

Los mensajes, aparentemente organizados y que han llevado ya al menos a una detención, han puesto sobre la mesa un tema importante: hasta qué punto tardan en desarrollarse en la red los protocolos de uso que todos damos por aceptados fuera de la misma. El acoso, los insultos o las amenazas son una conducta abusiva e incluso delitos claramente tipificados fuera de la red, pero dentro de la misma suelen ser calificados con el mucho más benevolente adjetivo de trolling, y gozan de una aparente impunidad.

La pregunta, claramente, es hasta qué punto deben los vehículos utilizados para este tipo de comportamientos, tales como las redes sociales, participar en la regulación de los mismos. En los últimos dos días, Twitter ha podido ver cómo se iban acumulando decenas de miles de firmas en peticiones destinadas a conseguir que hiciese más fácil denunciar el abuso en su red, hasta que finalmente ha emitido una nota en su blog corporativo en la que se comprometen a tomar acción sobre el tema creando un sistema de reporte sencillo y rápido para estos casos.

El balance es claro: libertad de expresión, frente a la posibilidad de expresar todo lo que uno quiera sin respetar ningún tipo de reglas. Las pruebas son claras: si no se hace nada, la conversación sigue la teoría de las ventanas rotas: el abuso generalizado y la prevalencia de insultos, acosos y descalificaciones en Twitter terminan por generar un ambiente irrespirable. Aunque se trata de estadísticas de cuantificación compleja, todo parece indicar que el comportamiento abusivo crece en la red: personas aparentemente normales que nunca insultarían, amenazarían o acosarían a otra persona en plena calle se consideran, por la razón que sea, autorizadas a escribirles mensajes insultantes, amenazantes o de acoso en la red.

El límite parece difícil de poner: además de que definir el acoso, el insulto o la amenaza puede estar sujeto en ocasiones a una completa subjetividad, pasar de un entorno de total tolerancia a un ejercicio de excesiva severidad podría llevar a una auténtica judicialización de la conversación que prácticamente colapsase los juzgados. En la vida offline, un insulto público puede llevar aparejada una denuncia por difamación, aunque la acción judicial no es lo habitual y se suele reservar para casos de especial virulencia. En ocasiones, incluso, este tipo de recursos son objeto de abuso y son utilizados para silenciar críticas legítimas mediante la intimidación, un tema que merece especial atención. Por otro lado, la generación de sistemas internos que simplemente actúen dentro de las redes en modo “lo que ocurre en Twitter se queda en Twitter” puede dar lugar igualmente a abusos, dada la facilidad con la que un usuario que es expulsado de dicha red puede crear de nuevo un perfil en la misma.

Sin duda, el compromiso no es sencillo, y empezar por un mecanismo que permita al menos a quien es insultado, amenazado o se siente acosado reportarlo de una manera sencilla es un primer paso necesario. Solo sistemas de este tipo y un código de actuación bien definido pueden hacer que se empiece a desarrollar en la red un consenso adecuado sobre el tipo de comportamientos que resultan inaceptables. La justicia entrará cuando tenga que entrar, y si es el caso, el soporte – Twitter o la red en la que haya tenido lugar el hecho – deberán estar ahí para proporcionar las pruebas adecuadas a quien considere que debe recurrir a los jueces. Para muchos, el trolling es tan viejo como la red o incluso una consecuencia de determinados aspectos de la misma. Pero para una creciente mayoría, el abuso de las normas solo genera más abuso, y la violencia verbal solo engendra más violencia, hasta convertir el clima en irrespirable.

Plantear regulaciones especiales y leyes para la red resulta completamente absurdo cuando la vida fuera de la red ya cuenta con suficientes normas en ese sentido a diferentes niveles: se trata simplemente de apoyar que las normas que el consenso social ha creado a lo largo de muchos años se apliquen también en la red. Se trata, simplemente, de pedir que se aplique el sentido común: en tantas ocasiones, el menos común de los sentidos.



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