22 mayo 2011

Sobre las asambleas, las acampadas y su representatividad en el movimiento 15M

Con la ley Sinde, la gente se dio cuenta de que podía usar la red para organizarse, para comunicar su frustración. Con #nolesvotes, se vio que podían, además, plantear batalla, pedir represalias, organizarse para buscar ámbitos de consenso mucho más amplios, más generalistas, no necesariamente relacionados con la vida en la red. Después llegaron las revueltas del norte de África, y en España, grupos como JuventudSinFuturo o DemocraciaRealYA demostraron fenomenalmente bien que, además, podíamos ser capaces de trasladar los movimientos de la red a la calle.

Con las manifestaciones del 15M, muchos dejaron de sentirse solos, de sentirse frikis, de creer esa teoría de los cuatro gatos que algunos políticos nos querían contar. Mirábamos a un lado, mirábamos a otro, y veíamos miles o decenas de miles de personas en la calle, con lemas parecidos o afines a los nuestros, pero sobre todo, con una característica común: exigiendo un cambio. Había, como bien dice Ricardo Galli, un acuerdo tácito de mínimos: la partitocracia y los políticos actuales no nos representan, no toleramos su nivel de corrupción, el sistema que han diseñado para perpetuarse en el poder, o el que se dediquen a representar los intereses de lobbies económicos en lugar de representar a los ciudadanos que los votan. Podías ver muchas pancartas – jamás vi tantas pancartas distintas en una misma manifestación – y no estar necesariamente de acuerdo con todas ellas, pero daba igual: estábamos ahí porque exigíamos un cambio.

Ese mismo 15M, ya por la noche, algunos valientes decidieron acampar en Sol, y fueron desalojados por la Policía durante la noche. Al día siguiente, la Puerta del Sol y muchas otras plazas españolas se volvieron a llenar de ciudadanos, muchos más, y las acampadas se generalizaron. El papel de los acampados en las plazas ha sido, está siendo, fundamental a la hora de mantener viva la llama de las protestas. Es una demostración de rebeldía, un punto de reunión, el germen de algo que desde entonces se ha ido llenando de gente, en modo de demostración de “seguimos aquí y somos cada vez más”, cada tarde-noche desde el día 15. Cada vez más personas, en cada vez más sitios, generando un movimiento que crece sin parar. Los acampados, además, han demostrado ser eficientes organizando las plazas mediante la creación de asambleas: han dado una imagen de protesta pacífica en todo momento, han mantenido logísticas de gestión de suministros de alimentos y bebidas que permiten visualizar el apoyo de otros ciudadanos de todo tipo y condición, de todas las edades. En muchos sentidos, los acampados representan a mucha gente que, por las razones que sean, no pueden o no quieren dormir en una plaza, una opción perfectamente respetable, y que o bien colaboran con pequeños gestos, o acuden a secundarlos  a determinadas horas.

A partir de ahí, la dinámica falla: espoleados por las preguntas de medios de comunicación, los acampados pasan a creer que están de alguna manera obligados a presentar una especie de “programa político”, de “lista de peticiones”. Empiezan a discutir entre ellos todo tipo de temas: desde la vivienda a la nacionalización de bancos y empresas, pasando por temas como la memoria histórica o las centrales nucleares, pretendiendo llegar a unas líneas de consenso entre los presentes. Y ahí surge el verdadero problema: los presentes en las asambleas no representan a NADIE. Nadie los ha votado, nadie les ha pedido que escriban nada ni debatan nada, carecen de cualificaciones de ningún tipo para discutir esos temas, no tienen más mérito que el de haber decidido quedarse allí sentados. ¿De verdad alguien puede seriamente esperar que la resolución de los problemas de un país vaya a surgir de una serie de gente que, sin datos de ningún tipo y sin representatividad alguna, se sientan en una plaza? De las asambleas solo pueden surgir propuestas que inciden en temas que rompen esos acuerdos de mínimos antes citados, que dividen y fragmentan las protestas, que hacen que mucha gente deje de acudir a las plazas porque, simplemente, no se ven representados.

Las propuestas de las asambleas van desde cosas que muchos podrían apoyar, hasta reivindicaciones más o menos realistas sin base alguna, pero lo peor: no sirven para nada. Me da exactamente lo mismo que las propuestas sean de derechas, de izquierdas o de centro: no sirven para nada. Han sido generadas por gente que no representa a nadie, que simplemente llegaron a una plaza y se pusieron a arreglar el mundo por su cuenta. Cada español lleva dentro un árbitro de fútbol y un presidente de gobierno. Lo sabemos. Pero de eso, que sirve para que disfrutemos discutiendo en torno a un café, a que lo discutido se convierta en directrices de un programa político que pretende representar a decenas de miles de personas, va un trecho enorme. Un trecho insalvable. Creer que por haberte sentado y haber pasado la noche en una plaza tienes derecho a arrogarte la representación de decenas de miles de personas es caer en los mismos errores que los partidos políticos contra los que salimos a protestar. Ignoro cuánto de la dinámica de las asambleas se genera por la presión de los medios, cuánto por las buenas intenciones de los presentes y cuánto por la mediatización de determinados grupos, y me niego a hacer especulaciones desinformadas sobre ello, pero sí sé una cosa: no sirve para nada bueno. No es lugar, ni momento, ni participantes, ni metodología para hacer algo así. Nadie nos puede exigir que bajemos al detalle de las propuestas: es una trampa.

Si quieren que el movimiento 15M llegue de verdad a algo, que acallen a las asambleas. Neguemos toda representatividad a sus propuestas, porque simplemente no la tienen, nunca la han tenido. Las asambleas y los acampados merecen todos mis respetos porque hacen algo que no todos estamos dispuestos a hacer. Pero que no se extralimiten, porque pueden hacer mucho daño al movimiento. Cuando una persona, por haber pasado la noche en una plaza o quedarse acampado en ella, se cree con derecho a erigirse en órgano que habla con la prensa o en comisario político que comunica las supuestas demandas de las decenas de miles de personas que integramos el movimiento 15M, algo se rompe en todo esto. Que las asambleas se dediquen a gestionar las acampadas, a velar porque la vida en las plazas se mantenga en orden, que sigan funcionando como ágora donde los ciudadanos acuden a seguir manteniendo viva la protesta. Es un papel importante y digno. Pero no confundamos los términos: no les hemos pedido que nos gobiernen ni que digan como nos queremos gobernar en el futuro.

(Enlace a la entrada original - Licencia)

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